Aunque está claro que la razón de ser fundamental de un abrigo es la de protegernos de las inclemencias del tiempo, este no es motivo para sacrificar el estilo en aras de la practicidad. En cuestiones de abrigo, como en las de cualquier otra prenda de vestir, existen algunas reglas y convenciones que no conviene saltarse. Un abrigo no tiene que ser una prenda que sirve para todas las ocasiones, los hay que van bien en la noche, como el Chesterfield negro o gris marengo, los de aspecto más deportivo, como el British Warm, o los que son muy apropiados para el campo, caso del Loden.
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CHESTERFIELD. Es el abrigo más formal y elegante. Sus colores son el negro, gris antracita o azul marino para la noche y la espiga gris o beige para el día. Es un modelo entallado, relativamente corto, cuyos bolsillos llevan solapas que cubren la abertura. Normalmente es de una fila de botones y suelen llevar tapa sobre los botones del frente. El cuello de terciopelo, aunque es opcional, es también una de sus características. La espalda es lisa. No se lleva de día si es oscuro.
BRITISH WARM. Es un modelo americano de aire militar, ya que es ahí donde tiene su origen, en los oficiales ingleses de la Primera Guerra Mundial. Lleva dos filas de botones, trabillas en los hombros y “espaldillas”. El largo es a la rodilla o justo por encima. Se dice que deriva del Chesterfield de doble botonadura aunque con un toque más deportivo.
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LODEN. Normalmente en color verde, el corte es amplio, con trabilla en el cuello (que es vuelto) y las mangas, abertura en la espalda y una botonadura única en el frente. Debajo del brazo, suele estar descosido para mayor libertad de movimientos. El tejido característico que le da el nombre tiene su origen en el Tirol y es ligero, caliente y casi impermeable; de hecho, para limpiarlo muchas veces es suficiente con cepillarlo. En principio era más apropiado para estar en el campo.
POLO. Tradicionalmente en pelo de camello, lleva doble botonadura y bolsillos de plastón superpuestos, con trabillas en los puños y cinturón en la espalda que en origen era un cinturón de lazada. Su creación parece remontarse a los campos de polo de la era eduardiana, cuando los aficionados pidieron a sus sastres una prenda que ponerse sobre los hombros mientras esperaban turno para jugar. Los americanos los adoptaron en los años veinte; hay quien lo emplea de noche.