Surgen voces que abogan por otro tipo de agricultura, independiente de pesticidas y fertilizantes. Pero no penséis que son sólo los ecologistas bisoños los que están abogando por un cambio de modelo. Organismos como la FAO también proponen un cambio hacia la agroecología. Además, afirman que sería capaz de erradicar el hambre del planeta.
Estas son las tesis del libro Las Cosechas del Futuro de Marie-Monique Robin editado por Península, en el que de una manera contundente y muy documentada se explican varias experiencias de agricultores que, desesperados por la imposibilidad de continuar con la agricultura industrial se pasaron a modelos agrosilvopastorales.
Marie-Monique Robin es una vieja enemiga de las grandes empresas agrícolas mundiales. Su labor como escritora, periodista y documentalista, se ha especializado en la industria agrícola y la alimentación, abogando por un cambio de modelo. El Mundo según Monsanto y Nuestro veneno cotidiano son otros de sus libros en los que habla de los peligros del uso masivo de fertilizantes y pesticidas y de sus efectos contraproducentes en el medio y largo plazo.
Fuertemente criticada por otros medios, sólo quiero poner de manifiesto lo siguiente: si ambos modelos, la agroecología y la agricultura industrial, buscan erradicar el hambre del mundo, ¿por qué no son compatibles? ¿Cuál es el modelo a seguir? ¿Puede haber un punto medio?
Dos modelos, dos resultados
El modelo industrial todos lo conocemos. Basta con salir de la ciudad y asomarse al campo español. No hay que ir lejos para observar inmensas extensiones de tierras cultivadas, todas a la vez. Todas con las mismas especies, todas fertilizadas. Miles de hectáreas en las que para evitar la proliferación de plagas y enfermedades se utilizan tratamientos fitosanitarios, un eufemismo para la palabra veneno. Lo más específico posible, eso sí, mata sólo al malo.
Un modelo en el que la biodiversidad cae en picado, pues toda la superficie disponible tiene imperativamente que estar destinada al cultivo principal y que facilite la mecanización. No se aceptan malas hierbas, incluidos los árboles. Cuanto más aséptico, mejor.
Por el contrario, el modelo de la agroecología es radicalmente distinto. En este modelo, se necesita la máxima biodiversidad: setos vivos entre parcelas, abonos verdes, el pastoreo del rastrojo, la rotación de cultivos y la plantación de árboles. Aquí la consigna es minimizar los monocultivos, en definitiva, la agricultura tradicional.
En este modelo, se apuesta por no poner todos los huevos en la misma cesta, diversificar y aprovechar la sinergia entre las especies vegetales y animales. Marie-Monique Rodin aporta experiencias en este sentido tanto en países tan diversos como México, Estados Unidos, Kenia, Malaui, Senegal, Alemania, Francia, India y Japón.
Ambos modelos aseguran una buena rentabilidad, una producción objetiva superior a la otra y la sostenibilidad a largo plazo. También ambas, dicen que el modelo opuesto es inviable a largo plazo y que producirán hambrunas y desastres de elegir el modelo equivocado.
¿Es inviable la agricultura sin fertilizantes ni pesticidas?
La agricultura industrial es tajante. No se puede producir alimentos a la escala necesaria sin utilizar químicos. Entonces, ¿se beneficia la agroecología de la existencia de pesticidas en la finca de al lado? Hay que recordar, que pese a que nos empeñemos, ni el viento ni el agua ni la naturaleza obedecen a las rayas del hombre. Algo muy parecido está ocurriendo con la necesidad de vacunarnos todos los años de gripe, los que “pasan” tampoco es que cojan tantas gripes, claro, que los que se vacunan ya acaban ellos solos con los brotes.
La transición del modelo industrial al modelo agroecológico no es un camino de rosas. Hay que regenerar de arriba abajo el sistema y eso lleva su tiempo; durante los primeros años los resultados son negativos, lo que crea resistencia a cambiar de modelo.
Suelo vivo vs suelo muerto
El modelo industrial se basa en aportar grandes cantidades de energía y materiales cada año. Labrar con cada vez mayores tractores, fertilizar con holganza y eliminar todas las malas hierbas que asomen la cara. Sin el aporte continuo el suelo es incapaz de producir fertilidad.
En cambio, el modelo agroecológico aboga por dejar al suelo recuperarse, crear humus que mineralice aportes continuos de materia orgánica y que sea capaz de proporcionar los nutrientes de los cultivos. Todo a base de materia orgánica y biodiversidad. Nada nuevo, si pensamos en cómo era la agricultura hace 100 años.
¿Cui bono? ¿Quién se beneficia?
Pero la pregunta fundamental que plantea Marie-Monique Robin en su libro es: ¿quién se beneficia con cada modelo? ¿Se trata de una conjura de las multinacionales? El modelo industrial se basa en centros de investigación que producen semillas seleccionadas de híbridos super resistentes a todo tipo de problemas como la sequía, las plagas y las inundaciones. Además dan rendimientos espectaculares. Sólo tienen una pega, es que hay que comprarlas todos los años. Las semillas pierden sus superpoderes con las cosechas. Esto es crítico en los organismos modificados genéticamente en los que a partir de unas pocas generaciones la semilla es estéril.
Por su parte, el modelo agroecológico aboga por semillas más modestas, pero que, como antaño, podemos guardar de un año para el siguiente. Claro que de esta manera, las multinacionales de semillas quedan fuera, algo que evidentemente no les gusta. Aquí el beneficiario es el agricultor, que no está “cautivo”. Las preguntas son claras, ¿monocultivo o policultivo? ¿Cuál es tu modelo? ¿Existe solución al hambre? Un libro recomendable para ver las cosas desde otro punto de vista.