Retado a encontrar en su Italia natal sus referencias artísticas, Alessandro Gassmann (Roma, 1965) se confiesa admirador del pintor Piero della Francesca y del escritor Pier Paolo Pasolini; cuenta la impresión que le produjo la contemplación de El Cristo Velado, de Giuseppe Sanmartino, conservado en la capilla de Sansevero, en Nápoles –ciudad que el año pasado le otorgó la ciudadanía honoraria–, o su admiración por el edificio de la galería de los Uffizi, en Florencia. La querencia familiar le lleva a situar a su hijo Leo, cantante de éxito en su país, entre sus preferencias musicales.
Y, en el cine, recuerda el neorrealismo y la comedia italianas y nombres como Antonioni, Bertolucci, Risi, Scola y, especialmente, Vittorio de Sica, cuya película Milagro en Milán invita a ver a las nuevas generaciones. “Me hizo comprender lo inmenso que puede ser el cine. Habla de la victoria de la bondad sobre el egoísmo humano. Aspiro a llegar a la dulzura de esa película, me gustaría que todos los hicieran. Quizás sea una utopía. Pero lo espero”.
Algo de esa dulce bondad y mucho de ese humor hay en la última película que le hemos visto interpretar, Mi hermano persigue dinosaurios, un fenómeno en su país similar –por temática, por éxito– al de Campeones (Javier Fesser) en España, que se estrenó en nuestro país a lo largo de julio y agosto, en la que interpreta al padre de un niño con síndrome de Down y comparte cartel con la española Rossy de Palma. “La comedia es el mejor vehículo para transmitir cuestiones serias como la diversidad funcional, y sin llegar a banalizar el mensaje”, dice.
Efectivamente, Alessandro Gassmann es actor y, desde hace unos años, también director. Hijo de un icono de la interpretación, Vittorio Gassman, y de la actriz francesa Juliette Mayniel, hubiera sido para Gassmann una batalla perdida tratar de forjar su carrera alejado de la sombra de su padre. Todo lo contrario: hace unos años decidió recuperar su apellido original, Gassmann, con dos enes finales, que su familia se había visto obligada a modificar por su origen judío durante la Segunda Guerra Mundial.
Tras pasar dos años de su juventud en Florencia estudiando en la escuela de interpretación, La Bottega Teatrale, que fundó en su padre en 1979, el debut de Alessandro Gassmann en el cine se produjo en la película Di padre in figlio (1982), en la que ambos lo hicieron todo: escribieron el guión, la dirigieron y actuaron. Toda una declaración de principios sobre las relaciones paternofiliales que dejó definitivamente encaminada la carrera de Alessandro.
La comedia en el cine es el mejor vehículo para transmitir cuestiones serias y sin llegar a banalizar el mensaje
En su trayectoria, figuran varias decenas de películas, la mayoría italianas, que le han valido un lugar de privilegio en el cine de su país, donde se ha convertido en todo un reclamo. Y, además de alguna curiosidad –participó en Huevos de oro (1993), del español Bigas Lunas–, exhibe en ese currículum más de un premio. Por ejemplo, el David de Donatello que logró al mejor actor no protagonista por su participación en Caos Calmo (2008) –esa deliciosa historia escrita por Sandro Veronesi y llevada al cine por Antonello Grimaldi con Nanni Moretti en el papel principal–.
El confinamiento decretado en Italia para combatir la pandemia obligó a Alessandro Gassmann a interrumpir varios rodajes que, en los meses siguientes, ha ido poco a poco retomando. Por ejemplo, el de la serie para la RAI Los bastardos de Pizzofalcone, o el de dos películas en las que actúa como protagonista, Rittorno al crimine, de Massimiliano Bruno, y Non odiari, de Mauro Mancini. También ha tenido que dejar para octubre el rodaje de otra película, esta como director, The Great Silence. Pero se sabe un privilegiado. Este encuentro con Gentleman, de hecho, se produce en Maremma, una zona al sur de la evocadora Toscana a la que el actor se trasladó con su familia al inicio del encierro.
Para quienes conocimos a Alessandro Gassmann hace solo unos años, es imposible no apreciar una cierta evolución entre aquel joven explosivo e incontenible y este más tranquilo, suave y quizás profundo que encontramos ahora –tan afable y sonriente, eso sí, como entonces–. No parece casual su interés en hablar de la sostenibilidad y del movimiento #GreenHeroes, del que es promotor con la colaboración de expertos del Kyoto Club of Rome –organización sin ánimo de lucro, comprometida con la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero–, y con la que se ha sumido en una maraña de negociaciones hasta conseguir, por ejemplo, que una gran marca de alimentos dietéticos elimine de sus supermercados 52 toneladas de plástico sustituyéndolo por bioplásticos y biomateriales degradables.
Capaz de caminar medio kilómetro dos veces a la semana para dejar las bolsas de basura en lugar adecuado, dispuesto a eliminar poco a poco la carne de su dieta y de apostar por productos orgánicos –“espero que los precios bajen; la alimentación saludable debería ser más democrática”–, Gassmann advierte de la importancia de la educación, y del papel de los padres, para concienciar a las nuevas generaciones en el respeto al medio ambiente y el consumo sostenible. “A muchos niños parece importarles un carajo, como quizás yo hubiera hecho a los 18 años –explica–. Como padre, en casa siempre he sido un tormento en estos asuntos, y noto que mi hijo lo es ahora más que yo”.