Dos (o cuatro) hombres (o mujeres) con sus respectivas raquetas, una pelotita de caucho y una red. Explicado así el tenis es, como el resto de deportes, de una aplastante simplicidad; pero qué compleja es la fascinación que suscita. Un buen partido encierra toda una paleta de emociones, las mismas que marcan la vida cotidiana: confianza, desánimo, euforia, sumisión, revancha, miedo a equivocarse, miedo a ganar… Existe un orgullo tenístico de las naciones y a propósito de ello podemos, sin miedo a parecer chovinistas, hablar de nuestro país. Casi debemos hacerlo.
Tradicionalmente se asoció el tenis a las élites, y aunque en buena medida los tenistas siguen viniendo de entornos acomodados, el público que sigue los movimientos de los héroes de la raqueta ya es masivo en todo el mundo. Qué lejos quedan esas imágenes en sepia y ‘fast motion’, tan encantadoramente desfasadas como las de los primeros bólidos, en las que René Lacoste, Henri Cochet, Jean Borotra y Jacques Brugnon –los ‘cuatro mosqueteros’ que representaron la supremacía francesa en los tardíos años 20 y 30- intercambiaban encantadores raquetazos.
El tenis contemporáneo nace con la llamada Era Open, que en 1968 –los tiempos de Roy Emerson, Ken Rosewall, Arthur Ashe, Billie Jean King, Margaret Smith o Rod Laver- regularizó el circuito profesional. El boom de las audiencias llega con el desarrollo de la televisión –clave para disfrutar de la velocidad de los intercambios, para apreciar la evolución de los materiales, fundamental cara a renovaciones tecnológicas como el ojo de halcón- y de un modo más concreto, en los momentos de grandes rivalidades.
Además de triunfar en el tenis liderando a la brillante generación de jugadores en los años 20 conocida como ‘Los Mosqueteros’, René Lacoste fue también un innovador hombre de negocios, famoso por ser el fundador de la compañía de moda que lleva su apellido. Su apodo, ‘El Cocodrilo’, le sirvió de inspiración para crear su logo. Ningún deporte –con la clara excepción del fútbol- ha lucido tanto ni ha despertado tanta pasión por la ropa como el tenis.
Una pareja de grandes rivales amigos de los 80, a saber, el estadounidense Jimmy Connors (1952, ganador de dos Wimbledon, a la izquierda) y el checo Ivan Lendl (1960), el único de los campeones de esta selección que, pese a alcanzar la final en dos ocasiones, jamás consiguió ganar el más prestigioso torneo sobre hierba del mundo. Abajo, en la imagen a la derecha, Björn Borg, el campeón sueco (Södertälje, 1957), en la imagen durante el Campeonato del Mundo de 1980, en Düsseldorf, a punto de sacar. El histórico rival de John McEnroe ganó Wimbledon cinco veces.
Considerado como uno de los mejores (y más excéntricos) tenistas de todos los tiempos, tras colgar la raqueta la gran estrella de los años 80 John McEnroe, se convirtió en uno de los comentaristas más cotizados de la televisión estadounidense. Pocos momentos existen en los que se cree más afición que durante las eras Borg-McEnroe, Evert-Navratilova, Lendl-McEnroe, Sampras-Agassi, Seles-Graf, Venus-Serena o Federer-Nadal. Son esos partidos los que hacen que público y anunciantes revaliden su confianza en un circuito cuyos premios no dejan de crecer temporada tras temporada. En la imagen, André Agassi (Las Vegas, 1970), ganador de Wimbledon en 1992, retirado en 2003 y casado con la campeonísima alemana Steffi Graf. Abajo, en la imagen, En la imagen a la derecha, el jugador suizo Roger Federer, probablemente el mejor tenista de todos los tiempos, retratado en 2007 a su llegada a la primera ronda, en la que ganará al ruso Teimuraz Gabashvili.
Tras la hegemonía de Estados Unidos, Suecia o Rusia, España es el país más respetado del mundo desde hace un par de décadas. Representamos el fenómenos tenístico más importante de los últimos tiempos, no sólo por tener tenistas exitosos, sino gracias a nuestras academias, a las que vienen a formarse jóvenes de todo el mundo (Marat Safin o Andy Murray son dos buenos ejemplos). Y cuando se habla del tenis español se piensa en él, Rafa Nadal.