Cuando se habla de grandes personalidades de eco internacional nacidas en España, surge inmediatamente el nombre de Mariano Fortuny y Madrazo (Granada, 1871-Venecia, 1949): los diferentes campos en los que desarrolló su arte y creatividad –siempre con lucidez y maestría–, hacen único e irrepetible a este andaluz que llegó con escasos tres años a Roma, se formó más tarde en París y se asentó definitivamente en Venecia, desde donde desarrolló su polifacética genialidad. Con gran dominio del pincel –“Si tuviera que definirme, lo haría como pintor”, decía–, del estampado de ricos tejidos, cuya composición continúa siendo un secreto; creó también diferentes lámparas, así como un sistema ilumino-técnico, y algo que conocen muy bien los amantes de la moda, el vestido Delphos, que además de contribuir a la liberación de la mujer a principios del siglo XX, se convertiría en una de las grandes creaciones del vestir moderno. Hasta Marcel Proust, que nacía el mismo año que nuestro protagonista, con escasos dos meses de diferencia, lo realzaría en su obra cumbre En busca del tiempo perdido, y uno de los referentes literarios de la pasada centuria.
Ser multidisciplinar y libre, tuvo la suerte de venir al mundo en el seno de una familia acomodada, hijo del pintor Mariano Fortuny y Marsal (1838-1874), que falleciera muy joven, a los 36 años, habiendo alcanzado sumo éxito. La obra de Mariano padre, considerado uno de los grandes del XIX, contaba con prestigio y valor, y había conseguido encandilar a los millonarios coleccionistas de la época. Por las venas de su hijo corre, por tanto, sangre de artista, aunque no solo por parte paterna: su madre, Cecilia Madrazo, desciende de varias generaciones de maestros de la pintura. Y será precisamente un hermano de ella, Raimundo, el que ayudará a formarse al joven Mariano, quien va a hallar la inspiración curiosamente en la música: será en los temas y la estética de Wagner, cuyas composiciones había descubierto a temprana edad, con nueve años, comenzando a desarrollar su técnica, a caballo entre la tradición y la modernidad.
En 1889 su madre decide fijar la residencia familiar en Venecia. Con ella se instalarán Mariano y su hermana María Luisa. Una ciudad inspiradora y bella, a la que arriba el amor del joven artista, Henriette Negrin, a quien había conocido tiempo atrás en la capital del Sena. A doña Cecilia no le gusta la prometida, por aquello de que estuvo anteriormente casada. A pesar de ello, la pareja se afincará en el palazzo Pesaro degli Orfei, una construcción del siglo XV en la que el joven Fortuny ya reside y crea.
Desde el primer momento, Henriette se implica en el trabajo de su pareja, quien se convertirá en su esposo en 1924. Le estimula, ayuda y aporta ideas, hasta tal punto que el invento del vestido-túnica Delphos, creado en 1907, se le atribuye también a ella. Un modelo cuya inspiración bebe de la Grecia antigua, y en concreto de la escultura del Auriga; lanzado en seda plisada, que por tanto no se arruga, y que podía perfectamente guardarse en una pequeña caja. Una prenda que en un primer momento sus portadoras la reservarían para lucir en el interior de su vivienda, pero que al poco tiempo tomaría también las calles, gracias a Isadora Duncan, Sarah Bernhardt o Peggy Guggenheim. Al Delphos le había precedido un amplio pañuelo o fular, en gasa de seda, el Knossos (1906), igualmente de inspiración griega. Eso sí, si alguien cree que Mariano Fortuny se siente diseñador de moda o couturier, anda mal encaminado, a pesar de que muchos lo descubrieran por ese oficio, gracias a exposiciones en el mundo, como la que acogió el Galliera de París, en 2017. La comisaria de aquella muestra, Sophie Grossiord, recordaba entonces “el papel esencial de la luz en el conjunto de su trabajo”.
Espíritu del Renacimiento
Hombre ajeno a modas, vivía de algún modo aislado, “por voluntad propia y por un cierto recelo del mundo”, en palabras de Guillermo de Osma, su gran especialista, autor del libro Fortuny (Nerea, 2016). Su inteligencia creativa le llevará a adentrarse además en los textiles estampados, con técnicas mantenidas en secreto, a la hora de combinar pigmentos y dosis, que aún hoy continúan. La pasión por el universo textil le vendría de su padre, coleccionista de ricas telas, que heredará, ampliando su número con el tiempo. Los motivos que le cautivan son los históricos. Estampará sobre seda y terciopelo, abriendo en la isla veneciana de Giudecca una fábrica, en 1919, que aún perdura.
Otros campos en los que se adentró Mariano Fortuny fueron la fotografía, primero por afición, y luego como profesional, empujado por conocer más y mejor todo lo relativo a la luz; así como la escenografía. Sus conocimientos en el campo de la iluminación los había adquirido en París, y esto le ayuda, hasta tal punto que además de crear un sistema ilumino-técnico para los escenarios –sistema de luz indirecta, con una gran cúpula como protagonista–, diseñará varios modelos de lámparas, modernas para su época, y que han quedado como creaciones atemporales en los anales del diseño, figurando en la lista de sus invenciones, que sobrepasan la veintena.
El legado de un maestro
Un cáncer de estómago se lo llevó de este mundo a los 77 años, lejos del país que le vio nacer, pero al que siempre estuvo unido, ocupando diversos cargos: cónsul honorario de España, más tarde vicecónsul en la ciudad de los canales, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando… Su viuda, Henriette, mostró interés por donar a España el palacio Pesaro degli Orfei, hoy conocido como museo Fortuny, a cambio de su mantenimiento. Recibió un rotundo no por respuesta. Por el contrario, la capital del Véneto aceptó con agrado la propuesta, sumándolo a sus lugares de visita obligada. Además de los tejidos, en la actualidad es posible adquirir modelos de las lámparas, en especial las de trípode de metal, que imaginara el artista granadino, gracias a empresas especializadas en ese terreno que cuentan con la patente. Tanto en París como en Venecia existen tiendas que llevan el apellido Fortuny, donde es posible encargar un modelo Delphos; parte de un universo de estética, belleza y creatividad que surgiera del genio de aquel caballero de aire renacentista que, siglo y medio después, continúa en el olimpo de los inmortales.