Gaudí, el genio desconocido que moldeó Barcelona

Gaudí, el genio desconocido que moldeó Barcelona

Gaudí, el genio desconocido que moldeó Barcelona

“Hoy hemos dado el título a un loco o a un genio”, dicen que dijo Elías Rogent, director de la Escuela Provincial de Arquitectura de Barcelona, cuando en 1878 se refirió a uno de sus alumnos honorados, Antoni Gaudí. Difícilmente podría imaginar entonces Rogent que esa disquisición acompañaría al flamante proyectista prácticamente toda su vida, incluso con el aditamento entre sí de ambos términos.

Poco se descubre al afirmar que Barcelona es Gaudí. Y es un aserto de rápida verificación con solo dar un paseo sumario por la capital catalana. Las casas Batlló y Milà (más conocida como La Pedrera; cantera, en catalán), el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia o el Park Güell son algunos de esos hitos inevitables por él firmados. Hitos que aparecen si, dijéramos, la mirada del paseante se dirige hacia arriba; porque si lo hace hacia abajo, mientras, por caso, pisa el Passeig de Gràcia –la celebérrima y bella milla de oro barcelonesa–, resaltan las grisáceas losetas hexagonales con motivos marinos (estrellas de mar, algas, moluscos fósiles) a las que la posteridad ha dado su apellido. Incluso es suyo el diseño de las farolas de la Plaça Reial.

Detalles de los campanarios de la Sagrada Familia dedicados a los apóstoles Matías y Judas.

Las construcciones tienen la cualidad evidente de desafiar al paso del tiempo; su fortaleza les augura –catástrofes mediantes– una ponderada extensión vital en el tiempo. Distinto sucede, sin embargo, con los mortales, cuyas biografías mayormente son una suma de pequeñas certezas y múltiples equívocos. No es ajeno a eso el caso de Antoni Gaudí, o más bien debería decirse: ese es justo el caso de Antoni Gaudí. Genio aislado e incomprendido; personalidad compleja; defensor de las cooperativas obreras; arquitecto de la burguesía: parece haber muchos Gaudí, distintos, o tal vez todos contenidos en una sola existencia.

Una figura rodeada de incógnitas

Precisamente, en ese punto intenta poner el foco una exposición, Gaudí, organizada por el Museo Nacional de Arte de Cataluña, que desde el 19 de noviembre pasado se extiende hasta el próximo 6 de marzo y se traslada luego al parisino Museo de Orsay, donde podrá verse desde el 14 de marzo hasta el 17 de julio.

Es que el debate sobre quién o, mejor dicho, cómo era Gaudí ha acompañado su figura desde siempre. De hecho, hay una modesta controversia entre Reus y Riudoms –dos municipios vecinos y colindantes de la provincia catalana de Tarragona– sobre su lugar de nacimiento en 1852, aunque sí es sabido que se crió a caballo entre ambas localidades. Su familia, con ser modesta, con cierta tradición en las artes de la calderería, lo hizo estudiar en colegios privados religiosos y luego lo apoyó en su etapa barcelonesa para estudiar arquitectura.

Fachada de la Casa Batlló, una de las obras más emblemáticas del arquitecto (1904-1906).

Algo importante es comprender que un personaje como Gaudí no surge por generación espontánea. Por un lado, el marco estaba dado por una creciente burguesía textil catalanista, muy significada con ideas de diferenciación respecto al resto de España, y por otro, coincidía en el tiempo con el auge en gran parte de Europa del movimiento modernista, también conocido como art nouveau (arte nuevo, en francés).

Aquellas ideas emancipadoras encontraron representación artística en el modernismo, lo que confluyó en un desarrollo particular de la arquitectura con ese estilo, especialmente en Barcelona. La capital catalana venía sufriendo en el último tercio del siglo XIX un cambio radical de su fisonomía, producto de nuevas regulaciones edilicias que terminaron por alumbrar lo que hoy se conoce como el Eixample, el ensanche, y en el que algunas edificaciones en el Passeig de Gràcia y la Avinguda Diagonal dan buena cuenta.

Interior de la cripta de la colonia Güell (1898-1914), levantada como parte del complejo que Eusebi Güell concibió para sus trabajadores en Santa Coloma de Cervelló.

La manzana de la discordia

Pero detengámonos en una manzana en particular de la primera de las arterias recién mencionadas, la situada en la acera sur y enmarcada entre las calles de Aragó y Consell de Cent.

Un episodio mitológico sitúa a una manzana como el origen de una disputa de vanidades entre diosas que terminaría por provocar nada menos que la guerra de Troya. Sin tanto dramatismo, la manzana de la discordia catalana refiere al tramo en el que se alzan cinco edificios: la Casa Lleó Morera, de Lluís Domènech i Montaner; la Casa Mulleras, de Enric Sagnier; la Casa Bonet, de Marceliano Coquillat; la Casa Amatller, de Josep Puig i Cadafalch; y la Casa Batlló, de Antoni Gaudí. Todos ellos rivalizaron en la primera década del siglo pasado por los premios urbanísticos convocados por el Ayuntamiento de Barcelona. Sin duda, la gran ganadora fue la ciudad.

Cuando Antoni Gaudí murió, en 1926, a consecuencia de ser atropellado por un tranvía, se dice que hubo demora en reconocerlo, pese a que se había convertido a lo largo de su vida en toda una celebridad catalana. La leyenda ha cimentado que ayudó a esa confusión el aspecto descuidado que lucía, casi de mendigo. Una vez revelada su identidad, no le faltaron honores en su funeral, aunque sin duda, el mejor homenaje sigue siendo la ciudad a la que entregó sus mejores, perdurables talentos.

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