En los últimos diez años se ha fraguado la Edad de Oro de la moda sostenible. El primer golpe de conciencia llegó con el derrumbamiento en 2013 del Rana Plaza, la fábrica textil ubicada en Bangladesh en la que murieron 1.130 trabajadores. El segundo sucedió en 2020, con la irrupción de la pandemia, tras la cual los consumidores comenzaron a replantearse sus hábitos de consumo y a demandar a las firmas mayor calidad y responsabilidad ambiental.
Por aquel entonces, Gema Gómez llevaba casi una década trabajando por concienciar sobre la importancia de integrar la sostenibilidad en todas las fases de la cadena de producción de una prenda. Este deseo de participar activamente en el cambio que ella misma quería ver en el mundo se materializó por primera vez en 2011 con la creación de Slow Fashion Next, una plataforma de moda, sostenibilidad y negocio que ayuda a profesionales y empresas a transformarse a través de la formación y la consultoría. “Nuestro objetivo –explica–es crear un futuro en el que la moda abra nuevos diálogos, que empodere a las personas y en donde haya menos individualismo y más sentido crítico”.
El nacimiento de esta plataforma llegó tras romper Gema Gómez con 16 años de carrera como diseñadora en los que se recorrió distintos institutos de tendencias de Francia, aunque sin adentrarse nunca en las entretelas de la cadena de suministro. Fue posteriormente, en sus primeros viajes a Asia, cuando empezó a detectar que los procesos de producción comprendían irregularidades que no encajaban con su forma de entender la moda. “Decidí alejarme de lo que estaba viendo en la industria –cuenta–y centrarme en qué podía hacer yo para ayudar a acelerar el proceso de cambio”.. Uno de los principales agentes contra los que lucha actualmente la empresaria son los modelos de negocio del fast fashion, que hacen que el consumidor, en palabras de Gemma Gómez, “prefiera comprar una camisa nueva antes que aprender a coser el botón que le falta a la que ya tiene”. La ausencia de regulación y de conciencia son las principales causas de que parte del sistema se encuentre desvirtuado. “Se penaliza a las empresas que lo hacen bien y se premia a las que lo hacen mal: el que no paga salarios o contamina un río, no asume consecuencias –denuncia–. En cambio, el que lo hace bien, tiene que pagar una certificación que lo valide”.
Para Gema Gómez la moda es por encima de todo una expresión cultural que aún puede reconciliarse con el planeta, y para ello es necesario integrar la sostenibilidad desde dos niveles distintos. “Desde el consumidor –explica–, quien ha de mirar qué tiene en el armario antes de comprar, escogiendo prendas atemporales que no obliguen a sustituirlas cada seis meses; y desde la empresa, que ha de garantizar el uso de materiales reciclados, que sean regenerativos para el medio ambiente, procurando ser cada vez más local, por ejemplo, mediante el empleo de talleres artesanos, y utilizando fuentes de energía renovables”.certificación que lo valide”.