Comienza sus reflexiones con la palabra ‘creo’. Quizás por humildad. Aunque parece más bien consecuencia lógica de una actitud ante la vida: que ama el silencio como forma de introspección, la reflexión como instrumento de conocimiento propio. Porque, dice, lo que hay en nuestro interior es de una riqueza incomparable. Por eso, Jaume Plensa esculpe esas gigantes cabezas de niña con los ojos cerrados que sitúa en lugares públicos: no solo para compartir la belleza de sus obras, también para invitarnos a escuchar nuestros propios pensamientos. Es Plensa una persona espiritual, existencialista incluso, que sin embargo obra el milagro de transmitir tanto con una materia inmóvil.
Su agenda está repleta para los próximos meses. Todo lo que la pandemia pospuso le llevará de aquí a final de año –al menos a sus obras, aunque a él le gustaría estar en todos lados– a Nueva York, Michigan o Nueva Jersey (Estados Unidos), a Heiring (Dinamarca), Estocolmo (Suecia), Londres (Gran Bretaña) o Cérez (Francia). Medio mundo quiere ver su arte. Probablemente porque, como él explica, hablar de uno es, a veces, hablar de todos.
En alguna ocasión ha dicho que esa invitación al silencio, a la introspección, que encierran sus obras es un instrumento para ser mejores y para que mejore, a la vez, la sociedad. Va usted a tener que sembrar el planeta de esculturas…
(Risas). Estamos viviendo un momento lleno de tensiones en todo el mundo y parece que el que más grita es el que tiene más razón. Yo siempre he pensado todo lo contrario, que hemos de generar espacios de silencio de una forma poética, para que cada persona pueda escuchar sus pensamientos. Porque muchas veces no decimos la verdad, lo que opinamos, porque nunca nos parece el momento adecuado o nos parece que nunca somos lo suficientemente capaces de estar en desacuerdo o de acuerdo con cosas y buscamos modelos y líderes a los que seguir. Y a veces olvidamos que nuestros pensamientos son importantísimos, los descuidamos, en ese paisaje humano interior que tiene cada ser humano, incomparable. Es lo que busco, me encantaría que en cada persona floreciera su interior con toda la carga que llevamos dentro. Por eso hablo de una forma poética de generar silencio.
Esa invitación a la reflexión refleja una confianza incondicional en el ser humano. ¿No escarmienta?
Es así. Y no escarmiento. Creo que el ser humano es maravilloso, e imperfecto. Esa es la gran condición de lo humano, nuestra imperfección. Por eso siempre tenemos este anhelo de superación y de mejorar. Lo que pasa es que a veces tomamos caminos equivocados. Yo confío siempre en la gente. Me parece que la sociedad es maravillosa, lo que pasa es que a veces le cuesta darse cuenta.
¿Hay arte sin mensaje? ¿Y sin belleza?
No. El arte no es nada más que una forma de respirar, de sentir. Muchas veces la gente no se da cuenta de que está haciendo arte: un gesto, una sonrisa, un movimiento con la mano que parece que se esté inventando en ese momento, pero que se pierde en esa fugacidad maravillosa de la vida. El arte en sí es mensaje, porque es una forma de hablar de nosotros mismos, de la naturaleza, de todo las cosas tan importantes que son invisibles. Por eso, a veces nos obsesionamos los artistas en intentar darles una visibilidad, una corporalidad, algo que nos las haga más presente. El arte es belleza también. Pero no como una afección o un lastre; el arte genera belleza en el mismo momento de ser concebido, y eso tiene ese valor añadido de mejorar el día a día de las personas.
Curiosamente, mientras media humanidad estaba confinada, esas obra concebidas para el disfrute público permanecieron condenadas a la soledad. ¿Pensó en ellas?
A veces tengo envidia de mis obras, porque están en lugares maravillosos y muchas veces solas. Tengo una escultura, una de estas cabezas de 14 metros, en un lugar a dos horas al norte de Goteborg, en Suecia, en una isla en la que no vive nadie, un parque natural. Pienso mucho en ella, porque pasa horas y horas allí sola, con el paisaje, con los pájaros…, qué belleza. Yo no tengo la sensación de que una escultura en el espacio público esté solo. Sí lo he sentido muchas veces en los museos: veo obras que están como arrinconadas y tristes, y parece que necesiten que las abrazaran. A veces he tenido la tentación de hacerlo.
Hace un par de años coincidieron en Madrid su obra Invisibles, en el Palacio de Cristal, y la instalación de Julia en la plaza de Colón y una exposición en el MACBA de Barcelona. De repente es usted profeta en su tierra. ¿Se ha sentido alguna vez injustamente tratado?
No, qué va. Yo me fue a vivir a Alemania, y luego a Bélgica, Francia, también a Estados Unidos. Pero me encanta vivir en España, aunque mi mercado haya estado fuera. El arte no pertenece a un lugar, a un país, a una nación; pertenece a la gente y al mundo.
Quizás no lo tenga tan claro el poder político, que ha frustrado alguno de sus proyectos porque lo impulsó otro partido. ¿Puede el arte confiar en las instituciones?
Creo que el gran error a veces de los políticos en su diálogo con la cultura es que no se dan cuenta de la importancia que tiene en el futuro de las comunidades, en esta sensación de pertenencia a un lugar, de orgullo de tu sitio, de que se ha generado belleza para ti. Es verdad que hay una inversión y el retorno no es exactamente inmediato ni material, sino que abraza muchos ámbitos. No se dan cuenta y es una lástima, porque la cultura es un instrumento, como decía el poeta, cargado de futuro.
Ese prejuicio que duda de la calidad de lo que gusta a mucha gente, ¿está superado?
Honestamente, nunca he pensado en esto. Tengo una forma de actuar, y de crear, que abraza muchas sensibilidades. Yo soy muy mediterráneo, intento ser como soy, soy de aquí, de un concepto de luz, necesito verificar tocando y acariciando, es una forma muy física de relación con la vida. Esto me ha llevado a una introspección personal muy profunda y me he dado cuenta de que, mientras más profundo iba hacia mi memoria, más abrazaba la memoria de otros. Creo que es una de las bases de eso que llamáis mi éxito, que hablando de mí, en todo lo pequeño que yo puedo ser, rozas lo universal de cada uno de nosotros. En Aspen, en Colorado, descubrí un árbol que se llama aspen, y lo bonito es que las raíces de todos los árboles están unidas en el subsuelo. Yo creo que la memoria de todos nosotros se conecta en esta parte profunda de nuestro ser.
Es usted un gran aficionado a la novela y el cine negro. En principio, por tensión, por situaciones extremas, es todo lo opuesto a lo que usted hace. ¿Quizás por eso le atrae?
Tal vez. No lo había pensado nunca. Creo que es porque hay una cierta épica en lo cotidiano. Siempre me ha fascinado transformar lo normal en extraordinario. Es una de las funciones del arte. En el cine o la novela negra, ese personaje que al final debe resolver solo todo, alguien normal que de pronto se convierte en extraordinario, eso siempre me ha fascinado.
No solo su sobra, también su discurso desborda espiritualidad, cierto existencialismo. ¿Transmitir eso con materia inmóvil, como hace el escultor, es como un milagro?
Sí señor. Es un milagro, esa es la palabra. Para hablar de la invisibilidad creo que es mucho más interesante hacerlo con materia. La escultura tiene algo extraordinario que no tienen ninguna otra de las artes, que vive de las contradicciones. Estoy construyendo, pero no puedo describir, solo puedo hablar de cosas absolutas. Esta sensación de abstracción pura creo que solo lo tiene la escultura, porque hay una relación directa con cosas que están por encima de nosotros. Este contacto entre lo cotidiano, que es la materia, y esta cosa increíblemente imposible de acariciar, que es la invisibilidad, yo creo que es la escultura.
¿Y sigue usted descubriendo en su interior cosas que no conocía?
Supongo que sí. Mucha veces descubrimos cosas y no nos damos cuenta hasta al cabo de un tiempo. Lo bonito de la vida es esta búsqueda sin darnos cuenta de que buscamos; la vida ha de tener una cierta ingenuidad… y también una cierta voluntad de participación social. El arte es un vínculo entre nosotros extraordinario, son las raíces del árbol de Aspen. La maravilla del arte es esta, esta cosa invisible que nos une a todos.