Su constante búsqueda del sol y del cielo azul enmarcados en ventanas y puertas color marfil ha hecho que muchos de sus colegas le bautizaran como ‘El Magritte de la fotografía’. Sus imágenes, emplazadas en maravillosos paisajes de arena blanca – Maldivas, Bahamas o las Isla Mauricio-, integran la mirada surrealista con la belleza y quietud del océano. Para Jean-Daniel Lorieux, la moda es sueño. Sus inquietudes artísticas no se mueven según ‘el estatus de la fotografía’, no basta con realizar imágenes con mujeres y hombres de proporciones perfectas o simplemente hacer una imagen atractiva. Su visión del arte va más allá. Grandes especies marinas contrastan con exquisitas piezas de alta joyería o vistosos bañadores, construyendo así su particular equilibrio entre poder y feminidad.
Claudia Schiffer, Stephanie Seymour o Linda Evangelista fueron algunos de los rostros que pasaron ante su lente durante los años 80, una década que el fotógrafo hizo suya gracias a la creación de un universo propio, cambiando el imperante power dressing de la época –masculinización de la moda femenina debido a la mayor inclusión de la mujer en el mundo laboral– por alegres bikinis, palmeras y Coca-Colas en la playa. Aunque anteriormente, los grandes creadores de la industria de la segunda mitad de siglo recurrieron a su cámara para capturar el segundo nacimiento de la moda, el prêt-à-porter, entre ellos Pierre Cardin o Paco Rabanne.
Con motivo del Día Mundial de los Océanos, la firma de interiorismo Gandía Blasco acoge en Madrid (Ortega y Gasset, 28), hasta el 31 de julio, la exposición Azul Azul, con un total de 35 obras seleccionadas, algunas de ellas inéditas, ofreciendo un viaje a través de la moda como herramienta de concienciación para la sostenibilidad del planeta. El 5% de lo que se recaude irá destinado a la asociación Kind Surf, de la modelo Almudena Fernández, dedicada a labores sostenibles como la limpieza de mares y playas, tarea que realizan niños en riesgo de exclusión social. Hablamos con el fotógrafo sobre ecología, su rechazo a vivir en una realidad impuesta y cómo seguir fabricando el sueño de la moda en tiempos de pandemia.
Sus biografías destacan que empezó como fotoperiodista antes de acabar en la fotografía de moda. ¿Fue una evolución elegida o el destino le llevó hacia ella?
Fue una forma de agradecer que estaba vivo. A día de hoy no se han ido por completo los recuerdos de los tres años que estuve en Argelia (1956-59). Yo tuve suerte, pero algunos de mis compañeros no regresaron a casa. Éramos 12 y solo volvimos cuatro. A mi vuelta a París, solo pensaba en buscar alegría para compartirla con el mundo. Fue una época de muchas fiestas y, después de una experiencia tan traumática como es la guerra, sentí que mi objetivo como fotógrafo era intentar que la gente viera el lado positivo de las cosas. Aquí entran en juego el sol, la arena y la gente guapa, aunque no me refiero a un concepto de fotografía superficial, si no algo relajado, bonito, que transmita buenas energías.
¿Se atrevería a definir el papel de la fotografía de moda? ¿Se trata solo de hacer buenas fotos? ¿O es necesario conectar con el diseño que se está fotografiando?
No se trata solo de sacar una foto, si no de construirla. Es el resultado de la organización de un equipo entero: producción, maquilladores, estilistas, las modelos… incluso los peces en el mar. Es una visión completa de lo que quieres mostrar en cada momento. No siempre sabes lo que quieres hacer y la improvisación juega un papel muy importante, seguir el instinto propio o lo que un paisaje o una idea te inspire. De hecho, las marcas vienen a mí para adaptar sus prendas al concepto de fotografía que realizo, y no al revés, como suele ser lo normal. Tengo un estilo muy definido y eso implica adaptar los elementos de la imagen al entorno natural. Mi objetivo es trascender lo físico y lo visual de la imagen, crear la emoción a través de la alegría y la sensación de libertad.
El mar es el escenario recurrente en su obra. ¿Es un elemento especial para usted o es un escaparate más en el que enmarcar su trabajo?
Sí, desde luego que es especial. Lo busco en casi todos mis proyectos. También el sol y el azul del mar, aunque este a veces puede ser peligroso y hay que respetarlo. Vivo cada producción de moda como una aventura. Por ejemplo, las puertas que miran al océano las construimos nosotros en el propio set, como una forma de generar perspectiva. Tienes que estar preparado para cualquier imprevisto, desde que una prenda quede destrozada por una ola hasta que un animal marino aparece en la imagen o que la lluvia repentina nos obligue a posponer una sesión. Por esto podemos denominar la fotografía como una forma de arte, porque dependemos de elementos externos que no controlamos.
Se estima que el mar alberga entre 5-50 billones de desechos de plásticos, quedando el 70% en el fondo y en la superficie solo el 15%. Lo que vemos es solo la punta del iceberg, motivo de la exposición Azul Azul. ¿Ayuda la fotografía de moda a reafirmarnos en la necesidad de proteger el medio ambiente? ¿Llegará la moda a ser realmente sostenible?
Sí. La moda une en la actualidad conceptos que años atrás parecían incompatibles. Por una lado, el poder de hacer soñar, el factor aspiracional; por otro, la concienciación sobre quién nos proporciona todos esos recursos, que es la Tierra. Uno de las razones por las que recurro tanto al mar como escenario es porque quiero transmitir un mensaje de protección. Crear una industria que respete el medio ambiente es un objetivo al que no se llega de un día para otro. Aunque la mayoría sí, existen otras firmas de moda muy importantes que podrían hacer más esfuerzos por reducir su impacto en la naturaleza, y de momento, no parecen estar por la labor.
¿Cree que los recuerdos de la infancia moldean el arte? ¿Influyó su infancia en su forma de crear?
Sí, aunque en cada artista lo hacen de una forma distinta. Mi madre era una belleza excéntrica, una apasionada de la música, del jazz en concreto, y del arte. Una de sus amigas cercanas era Dora Maar, novia y musa de Picasso durante siete años, dedicada a la fotografía y a la pintura surrealista. Mi padre, por el contrario, era un importante ingeniero y hombre de negocios, discreto y muy trabajador. La belleza y la singular personalidad de mi madre me hizo querer ‘calcar’ esa forma de vida en mis fotografías, buscando la alegría y la libertad de la figura femenina.
¿Es la fotografía de moda, y en especial la ambientada en la belleza del océano, una forma de escapar o abstraernos de la realidad?
Sí, he viajado durante toda mi vida con ese objetivo, el de vivir en mi propia realidad. Con la fotografía soy capaz de crearla, moldearla según mis experiencias y mi visión del arte, y así compartirla con el mundo. Prefiero ver el mundo a través de una puerta que me lleve al océano, un lugar en el que no hay paredes.
¿Cómo lidió con el confinamiento? ¿Qué es lo que más echó de menos?
Lo pasé en París, intentando comenzar un nuevo libro. Hace un año, la industria de la moda se paralizó por completo y nos vimos obligados a suspender muchas producciones que teníamos organizadas. Eché de menos el poder viajar y buscar en el mar la normalidad que nos faltó durante el confinamiento.
¿Cómo es la supermodelo del siglo XXI?
Creo que ya no existe. La figura de supermodelo nace en los 80 y los 90 representando el poder que la mujer estaba adquiriendo en la sociedad, además de un ideal estético. Si hablamos de Claudia Schiffer, Stephanie Seymour o Karen Mulder, su vigencia como modelo fue de una década, y hoy no pasa de tres años. Actrices, cantantes o influencers han relevado a la supermodelo como icono de la moda. La energía de la gente cambió y el canon de belleza que impera hoy responde más a criterios culturales –por ejemplo, el movimiento por la igualdad de la mujer– que a los estéticos o aspiracionales.