En las formas del diseño escandinavo confluyen un gran número de elementos evidentes. Y otros insospechados. Tenemos su genealogía histórica, su capacidad de seducción, incluso la cristalización de determinados valores culturales en los muebles y objetos que pueden ser incluidos en esta difusa categoría estética. Pero el diseño escandinavo ha sido también una poderosa arma política, capaz de transformar el mundo.
Al mismo tiempo en el que los Estados Unidos financiaban programas de la CIA para proyectar el arte abstracto y dominar el escenario cultural de la Guerra Fría, los países nórdicos hacían lo propio con su diseño. Aunque sin espías. La potencia diplomática del grupo de naciones que conforman aquella región geográfica –Islandia, Dinamarca, Suecia, Noruega y Finlandia– es indisociable de la promoción de su diseño. Y de todo lo que este acomoda: “Usamos el diseño para promocionar a nuestros países y los valores que nos representan, como la igualdad y un espíritu democrático. Los países escandinavos fueron unos de los primeros países en usar el diseño de forma activa para crear una marca o identidad cultural”, explica Kari Korkman, fundador y director de la semana del diseño de Helsinki (Finlandia).
“Hay otros aspectos que suele vehicular el diseño escandinavo –continúa Korkman–, aunque este término no es aceptado por todo el mundo. Hay quien prefiere referirse a él como diseño nórdico, simplemente. No todos los países escandinavos tienen la misma importancia en la construcción de esta marca. Por ejemplo, Noruega tiene una menor tradición que Suecia, Finlandia o Dinamarca en el diseño. E Islandia solo emerge en los años 60”.
Perimetrar qué es diseño escandinavo en un mundo plenamente globalizado en el que sus rasgos conceptuales y formales son omnipresentes no es fácil. ¿Hablamos de las creaciones que surgen en aquella región del globo exclusivamente? ¿De las piezas en madera y materiales naturales con apariencia cómoda, sencilla y elegante? ¿Cualquier silla danesa contemporánea puede ser considerada diseño escandinavo?
Genealogía
Las tradiciones vernáculas, lo que normalmente se conoce como folk art, están en el origen de cualquier tradición cultural. Pero más, en el diseño nórdico. La naturaleza salvaje, los materiales naturales que surgen del frío, la conexión de aquellas sociedades con el entorno son claves en la construcción de su identidad cultural. Hay un cierto orgullo en la pervivencia de los modos de vida que se integra a la perfección con el inicio de la producción en serie del mobiliario. Al igual que en el resto de Europa, donde movimientos artísticos como el art nouveau y posteriormente el art decó se diluyeron en la eficiencia industrial de la Bauhaus.
De la síntesis entre organicidad geométrica del decó, los saberes tradicionales y la economía de medios alemana nace el diseño escandinavo. Por ejemplo, en Dinamarca, en los diseños de Finn Juhl son rastreables algunos gestos modernistas que huyen del historicismo decimonónico de principios de siglo, aunque sus propuestas fueron recibidas al principio con graves críticas. Procedente de la tradición funcionalista que se daba entonces en la arquitectura, carrera que estudió aunque no terminó, en 1937 participa junto a Børge Mogensen y Hans J. Wegner –que serían más conocidos que él mismo– en una exposición del Cabinetmakers Guild, institución de Copenhague trampolín de las nuevas prácticas del diseño. Tan radicales eran percibidas estas propuestas rupturistas que el mismo Juhl compró la silla Saltamontes que presentó en 1938 para que el productor Niels Vodder no asumiera la pérdida. Uno de los dos ejemplares originales se vendió en 2018 por 319.000 euros en una subasta en París.
Internacionalización
En Finlandia, Alvar Aalto (1898-1976) había llevado el foco de atención internacional desde la bauhaus alemana hasta sus trabajos de gran sofisticación y economía de gestos. Y sus viajes por todo el mundo construyendo los edificios que le han hecho pasar a la historia generaron un interés mayúsculo por lo que sucedía en las naciones escandinavas. Los grandes nombres del diseño escandinavo como Arne Jacobsen, Hans J. Wegner, Verner Panton, Maija Isola o Poul Henningen a lo largo del siglo XX se beneficiarían de la capacidad de autopromoción del maestro finlandés. Aalto tendría en EE. UU. una caja de inigualable resonancia internacional para sus obras, depuradas hasta el máximo. Y su influencia ayudó a limpiar el diseño nórdico de los ornamentos innecesarios, aunque quizás resultan demasiado frías para encajar en el concepto hygge –hogareño, apetecible– característico del diseño nórdico.
Uno de los momentos clave de la internacionalización del diseño creado en el norte de Europa se da en 1954, con la exposición que acogió el Brooklyn Museum titulada Design in Scandinavia. La economía mundial comenzaba a despegar tras la depresión de la II Guerra Mundial, se construían miles de hogares y necesitaban un mobiliario contemporáneo hecho en serie. Los marcadores principales del diseño nórdico facilitan su asimilación. La democratización del estilo, la accesibilidad económica y la honestidad de su eficiencia, que invitaba a hacer un uso cotidiano de los muebles –a disfrutarlos, en definitiva– conecta con una visión optimista de la vida.
Las formas elegantes y modernas, legibles para el gran público, propulsan su imagen a todo el mundo, gracias en gran parte al cine y la televisión. Nace entonces lo que conocemos como mid-century design, que no es otra cosa que la apropiación estadounidense de la Scandinavian modernity. El esfuerzo de promoción de los países nórdicos se redobla, para que la nueva moda, que en realidad era un paradigma cultural, se identifique con sus países. Giras internacionales, como la llevada a cabo en Australia en 1968 entre otras muchas, buscan esta conexión. El mercado del diseño es masivo y en los 50, 60 y 70 –lo que se conoce como los 30 gloriosos años– cada país construye sus propias mitologías, aunque los escandinavos fueron los originales.
Legado
“La razón por la que este diseño es tan popular se debe a que se corresponde con nuestras necesidades más básicas”, explica Thomas Lemut. Creador francés de mobiliario de artista –ediciones limitadas–, su estilo se nutre del diseño nórdico más clásico y duradero. “Simplicidad, funcionalidad, sobriedad, atención al detalle, líneas arquitecturales, belleza de los materiales. La relevancia de estos aspectos era tan importante antes como ahora”, destaca Lemut. Sus chaise-long en madera laminada que recuerdan un trineo o la lámpara de bloques automática que forma parte de la colección de Bernard Arnault, el propietario de LVMH, evidencian el amor por la madera y la sofisticada simplicidad de las formas, que devienen atemporales.
Elegir a un diseñador contemporáneo que no base su práctica de una u otra manera en los elementos que definen el diseño nórdico es complicado. Al menos, en aquellos que tienen la voluntad de integrar sus piezas desde el afecto en los entornos domésticos. Las empresas que producen mobiliario contemporáneo de autor han visto reforzado su discurso por aventuras que son inevitables destacar en este momento. Ikea, la empresa noruega de diseño, fue capaz no solo de capitalizar una estética determinada, sino también de incorporar un elemento añadido a la accesibilidad de su propuesta. En una vuelta de tuerca magistral, el diseño nórdico se vendería desmontado, abaratando costes y posibilitando la implantación internacional. Llevando el diseño escandinavo a todos los rincones del planeta. Y con él, los valores que representan a buena parte de la Europa occidental.