Pese a reprobar el mercado del arte contemporáneo y vilipendiar incluso su carácter especulativo, Gerhard Richter (Dresde, Alemania, 1932) es desde el siglo pasado el artista plástico vivo más influyente del mundo: ya en 2012, una de sus obras alcanzó los 34,2 millones de dólares, cifra que batió al siguiente… Hoy, escandalosamente cotizado, sus obras se venden por decenas de millones de euros.
Ilustrador, fotógrafo, pintor…, tan prolífico como variado en sus temáticas ?la sociedad de consumo, los medios de comunicación y la cultura popular? o en sus registros estilísticos y géneros, Richter presenta un vasto corpus: retratos basados en fotografías, marinas, bodegones… Durante casi 60 años ha estrujado la tensión representación/abstracción, confrontado legados estéticos o experimentado tradiciones pictóricas o nuevos modos de generar imágenes.
Richter ha exorcizado su memoria. Su rostro refleja el sosiego de quien ha visto quizá más de lo necesario, pero que enfrenta el caos con orden y rigor. Vivió el horror de la II Guerra Mundial, pero reflejó como nadie el resurgir alemán. El arte es su bálsamo. “El arte está para consolar”, afirmó en una ocasión. Y su atribulada biografía presenta un curioso correlato con su praxis artística. Aunque permeable a los movimientos de fin del siglo XX: expresionismo abstracto, pop art, minimalismo o conceptualismo, siempre fue escéptico con sus presupuestos. Atraído por la dialéctica entre objetividad y subjetividad, Richter no ha cesado de indagar en la relación entre fotografía y pintura, o proponer temáticas alternativas: aviones militares, retratos familiares, desnudos femeninos, vistas aéreas de pueblos, ciudades…
Ya en los 70, su pintura al margen de tradiciones o sus pesquisas abstractas adquirieron merecida reputación. La abstracción resulta de extraer lo sustancial y su expresividad reside en el valor y organización de sus elementos compositivos. Aunque con medios tradicionales, Richter lo consigue.