El cine español lo descubrió antes que Hollywood y el mundo. Mads Mikkelsen (Copenhague, Dinamarca, 55 años) era entonces una estrella en los países nórdicos. Una estrella tardía, eso sí, porque había cumplido ya los 30 cuando se estrenó como actor después de una década dedicada al baile profesionalmente. Con una veintena de proyectos de cine y televisión en su mochila, llegó a España, a Málaga, a rodar una película de la que no entendía casi nada, pero que le divirtió mucho: Torremolinos 73, de Pablo Berger, con Javier Cámara y Candela Peña fue su primera incursión en el cine internacional, allá por 2003. Interpretaba a una estrella del porno convertido en la muerte bergmaniana de un director (Cámara) con ínfulas artísticas. Un papel que, probablemente, no vieron en los despachos de Los Ángeles. O sí. Porque no tardaron en empezar a fijarse en el rostro de este actor único. “Crecí, como tantos, viendo películas de Hollywood y, de pronto, formar parte de esa industria, me encanta –reconocía este año–. “Siempre he tenido la suerte de poder trabajar por todo el mundo, de cambiar mucho de registro. Me siento muy satisfecho en ambos mundos. He tenido el privilegio de que me ofrecieran papeles allí y también me siguieran queriendo aquí en Europa en dramas pequeños, pero no podría hacer solo este tipo de dramas. A veces te apetece también tener una espada en tus manos”.
Lo de la espada no es una palabra casual. El rey Arturo (2004), la versión de Antoine Fuqua con Clive Owen y Keira Knigthley, fue su primer asalto al cine de grandes presupuestos y en inglés. Una de caballeros, con espadas y arcos. Así entró en la maquinaria de Hollywood que, casi dos décadas después, sigue contando con él para los papeles más insospechados. Aunque a veces no tan variados. Lo sabe y lo reconoce, pero no le importa. “Sí, he hecho unos cuantos villanos en Hollywood, pero también gente normal y locos –dice con su media sonrisa–. Además, creo que los villanos de hoy no son los del cine de hace 40 años, aquellos malos, malísimos, que daban miedo. Ahora pueden llegar a tener algo de razón incluso. Y en esa variedad de villanos encuentras papeles muy distintos”. ¿Y por qué cree que le ven así? “Hace años los malos en las películas americanas eran los británicos por su acento; supongo que ahora me toca a mí, les hará gracia mi acento”, dice con un inglés casi perfecto. Y se ríe.
En realidad, la culpa probablemente es de James Bond. Ahí empezó esta carrera de villanos para Mads Mikkelsen, dando vida al inolvidable terrorista financiero Le Chiffre, con inquietante cicatriz en el ojo y una pasión turbadora por la tortura en Casino Royale (2006), la primera película de Daniel Craig como 007. Un papel que aún hoy no sabe cómo consiguió tan fácilmente. “Fue raro. Tuve una reunión, después un casting y cuando fui a la prueba con Daniel, yo estaba preparado para hacer la escena de tortura con él y alguien gritó que muy bien, que estaban muy contentos de tenerme a bordo y que me marchara”, recuerda. “Daniel, de pie a mi lado, me dijo al oído: ‘Dime tu secreto, porque yo tuve que pasar por cinco pruebas: ¿con quién te has acostado?”. Y se ríe. “Yo creo que habían hecho sus deberes, habían visto mi trabajo”. Probablemente le habían visto como el narcotraficante violento en su debut Pusher (1996), también ópera prima del hoy afamado director danés Nicolas Winding Refn (Drive, Only God Forgives), o como el policía duro y rebelde de Rejseholdet (2000-2004), la serie danesa que le convirtió en estrella en los países nórdicos.
Amor por la vida
Hijo de una enfermera y de un trabajador de banca, Mikkelsen creció en Copenhague con su hermano mayor, Lars (hoy también actor). “Era uno de esos niños a los que hoy diagnosticarían como hiperactivo: no podía quedarme quieto, no se me daba bien estar parado, todo lo hacía muy rápido, todo me interesaba. Aunque luego llegué al instituto y lo perdí, solo me gustaba divertirme y pensar en chicas”, se ríe.
Desbordado por esa energía y ganas de pasarlo bien, se enfocó pronto en la gimnasia y cuando acabó el instituto pasó al baile. Estudió danza contemporánea en la Academia de Gotemburgo y empezó a dedicarse a ello profesionalmente. “Era una forma diferente de comunicarme. Disfruté mucho esos diez años de mi vida”, confiesa. En esa otra vida conoció a la que aún es hoy su mujer, la coreógrafa Hanne Jacobsen, con quien se casó en 2000 y tiene dos hijos. Y hoy está especialmente agradecido al baile porque le introdujo en el teatro, en la interpretación, una profesión que jamás había pensado, pero que descubrió como su lugar feliz en el mundo. “Yo nunca había soñado con ser bailarín, pero ocurrió y fueron años geniales que me dirigieron en el camino correcto”, continúa. Ahora dice que no va a espectáculos de danza ni baila, pero precisamente una escena de baile en apariencia improvisada se convirtió este año en una de las favoritas de crítica, público y premios: el final de Otra ronda, la última película de su amigo, también danés, Thomas Vinterberg. Un título que le ha llevado en estos tiempos extraños a lo más alto de su carrera, con atención mundial, desde la comodidad de su casa en Dinamarca, que nunca ha cambiado por las promesas de éxito y el glamur de Hollywood.
Aunque se deja seducir ocasionalmente. Ha pasado por los universos de La guerra de las galaxias (Rogue One, 2016), de Marvel (Doctor Strange, 2016) y ahora acaba de terminar el rodaje de Animales fantásticos: Los secretos de Dumbledore ocupando el lugar que tuvo que dejar (por sus problemas con la justicia) Johnny Depp. Y se ha embarcado en su penúltima aventura en la quinta entrega de Indiana Jones con Harrison Ford y Antonio Banderas interpretando a ¿un villano? Probablemente. Y él tan contento.
Interpretar a Martin, el profesor con una profunda crisis de mediana edad en Otra ronda y tener que promocionarla en el año de la pandemia enfrentó a este actor que asusta con su seguridad y divierte con su ironía y humor negro a una realidad aplastante. El paso del tiempo. “Lo mejor de Otra ronda es que celebra la vida, la abraza, enfrentando la idea de mortalidad [la película estaba dedicada a la hija de Vinterberg, de 17 años, que murió justo antes de empezar el rodaje]. La muerte es parte de este viaje”, decía Mikkelsen a principios de año en plena promoción, poco antes de que su amigo director recogiera el Oscar. “Lo más decepcionante, incluso deprimente de cumplir años es que deja de ser solo un número, porque cada vez te va quedando menos y si te gusta la vida, es terrible. Mis padres murieron los dos el año pasado y, además de ser muy doloroso, te da una bofetada de realidad: esto es la vida. Pero tampoco puedes vivir con el miedo a la muerte, es estúpido porque la muerte siempre llega. Si estás mal, tienes que encontrar de nuevo tu amor por el trabajo, por la vida, por tu familia…”.
Esa batalla, por fortuna para e?l, la tiene ma?s que ganada. El amor por su trabajo sigue intacto 25 an?os despue?s de debutar en el cine. “Cada cierto tiempo te paras y te preguntas: ‘¿estoy haciendo lo que quiero hacer?’. En mi caso, tengo suerte porque soy bueno siguiendo mis intuiciones: si siento que algo no funciona, me planteo que? puedo hacer, co?mo puedo cambiarlo”, admite. Y con esa su secreto que este an?o ha reafirmado: vivir el presente. “Hay cierta tendencia a mirar siempre hacia el futuro y entonces parece que lo que haces son solo pequen?os pasos hacia el objetivo final. ¡Sorpresa! Puede que ese objetivo nunca llegue. Yo intento vivir mi vida di?a a di?a, cada paso en ella es tan importante como el final del camino”.