Cada vez que alguien, sea quien sea, empieza un nuevo proyecto debe ser consciente de sus aciertos y, sobre todo de sus errores, si es que pretende que esa idea continúe en el tiempo y se posicione entre las mejores. No es necesario caer en la flagelación excesiva ni en el pesimismo, pero tampoco sirve de nada rodearse de palmeros que alaban las virtudes, si luego no hay nadie capaz de sentarse a reflexionar y ejercer un poco de autocrítica. Y eso es lo que transmite la Mercedes Benz Fashion Week Madrid. Un reducto de felicidad situado en un pabellón de Ifema, donde todo es maravilloso, donde los nervios de los diseñadores se convierten en sonrisas y lágrimas de emoción, donde todos los desfiles son estupendos y nadie, ni organizadores, ni patrocinadores, ni siquiera la prensa especializada, se atreve a levantar la voz para decir que el asunto no está funcionando.
¿No sería más lógico reducir el número de asistentes y centrarlo en posibles compradores, distribuidores y profesionales del sector?
Este septiembre hemos visto desfilar a marcas inmersas en concursos de acreedores, a diseñadores que esperan ansiosos el momento de saltar a pasarelas extranjeras y a otros que se encuentran en procesos judiciales por repetidos impagos. Mientras tanto, Ifema se llena de más de 40.000 asistentes atraídos por las copas gratis, los ejemplares de revistas gratis y las fotos con famosos para el instagram. ¿Así es como se hace negocio? ¿No sería más lógico reducir el número de asistentes y centrarlo en posibles compradores, distribuidores y profesionales del sector? Y por si esto fuera poco, la semana de la moda madrileña compite en fechas con la de Londres, quedando relegada a un segundo plano a nivel internacional.
La moda española, triste pero contenta
Pero no todo es malo, o al menos, no tan malo. Desde hace un tiempo hemos visto como la pasarela se nutría de un buen número de patrocinadores, con el consiguiente baile de nombres -este año se ha estrenado Samsung-. De entre todos ellos, destaca el papel de Inditex. La multinacional, además de arrimar el hombro económicamente, se ha nutrido para su propio negocio de los jóvenes diseñadores que llegaban a Madrid. Ver el talento, reconocerlo y llevárselo a casa, cosa que nadie se había atrevido a hacer antes. No es, desde luego, la mejor solución -hemos perdido decenas de marcas con personalidad propia, como es el caso de RuizGalán o Alberto Puras, que podrían haber revitalizado el mercado-, pero si esos jóvenes pueden seguir trabajando y aprendiendo dentro del sector de la moda, sin necesidad de recurrir a empleos alimenticios, en caso de encontrarlos, debemos estar satisfechos. Tristes pero contentos, una sensación que parece inherente a la moda española. Y si no que se lo pregunten a la larga lista de diseñadores que, una vez reunido el dinero para fabricar la colección y pagar el desfile, guardan sus diseños en un estudio esperando que ocurra un milagro para poder producir y vender. Esa es gran parte de la realidad de la moda española.
Atrás quedó el momento en que Montesinos revolucionaba desde las películas de Almodóvar.
En el extremo contrario encontramos los nombres que se han ido repitiendo una y otra vez desde que empezó esta edición de la MBFWM. Juan Vidal, merecidísimo ganador del premio a la mejor colección, Ana Locking, Moisés Nieto, Exteberria, María Escoté y Carlos Diez. Los diseñadores jóvenes -algunos más que otros- han conseguido acaparar toda la atención. No importa que se trate de colecciones más clásicas, con cortes menos arriesgados y destinados a un público más clásico, como las de Vidal o Nieto, o propuestas menos convencionales -al menos en el mercado español, pues en otras pasarelas es de lo más normal- para una franja de edad más joven, como las de Escoté o Ana Locking. Todos consiguen construir una imagen propia y, sobre todo, venden. Da igual que lo hagan en España o en el extranjero, en tiendas o de forma online, pero producen sus colecciones y tiene un público fiel que espera cada nueva temporada para comprar. Un público que no necesariamente tiene grandes cantidades de dinero, pero sí es capaz de ahorrar con tal de poder comprar una pieza de su diseñador favorito. Algo que muchos veteranos no han podido mantener. Atrás quedó el momento en que Montesinos revolucionaba desde las películas de Almodóvar o Victorio & Lucchino sorprendían llevando la moda flamenca más allá de Andalucía. Ahora todo eso parece un espejismo, pero fue realidad.
¿Cuál sería la clave para que Madrid se posicionara junto a Nueva York, París, Londres y Milán? ¿Apostar más por los jóvenes diseñadores? En esta edición, Pepa Salazar ha vuelto a ganar el premio al nuevo talento de moda, cosa que dice mucho de Pepa Salazar y muy poco del resto de participantes. Tal vez el cambio deba provenir de dentro, de los propios organizadores y la forma de concebir la estructura de la pasarela, aunque claro, no hay nada más cómodo como ver los toros desde la barrera. Y la barrera, cada vez, está más saturada.