Su timbre de voz nasal y ese marcado acento cockney, su imagen de perfecto gentleman son inimitables. Y en el cine, ya se sabe, no hay nada mejor para hacerse un nombre que tener algo que los demás no puedan copiar. Aunque dejó de residir en el Reino Unido por motivos fiscales entre 1979 y 1987, nunca ha perdido esa iconicidad británica otrora característica de compatriotas compañeros de profesión como David Niven o Peter O’Toole. ¿Siempre correcto? ¿Elegante? ¿Decoroso? ¿Arrogante? Sin duda, y por encima de todo inglés. Tanto como el pudding de Yorkshire o el cricket, del que es fanático, por cierto. “Creo que lo que es británico en mí –confesaba en cierta ocasión– son mis sentimientos y mi conciencia de los otros y de sus circunstancias. Nosotros no nos entrometemos. Si tenemos el corazón roto, no nos gritamos a la cara en un mar de lágrimas, nos vamos a casa a llorar en paz.”
Hace no demasiado tiempo, en 2016, Maurice Joseph Micklewhite Jr. (pues ese es el nombre con el que fue bautizado) decidió cambiárselo legalmente, como señaló en una entrevista, para evitar los retrasos en los aeropuertos cuando tu nombre y el que pone en tu pasaporte no coinciden y todo el mundo conoce tu cara. Los agentes de aduanas se empeñaban en llamarle Michael Caine. Haber aparecido en la nada despreciable cifra de más de 160 películas y, sobre todo, recibir nominaciones al Oscar en al menos una ocasión a lo largo de cinco décadas consecutivas, entre los 60 y el cambio de milenio, han hecho de él el último de los clásicos.
Los baches en el camino a la gloria
Nacido hace 90 años –los ha cumplido el pasado 14 de marzo– en el populoso Rotherhithe londinense, que tan sombríamente describe Dickens en el capítulo final de Oliver Twist, Maurice se convirtió en Michael Caine cuando, al ser aceptado en una audición, le preguntaron su nombre para redactar el contrato. Desde la cabina telefónica en la que recibía la buena nueva se veía la marquesina de un cine, enfrente, en el que se proyectaba El motín del Caine, con Humphrey Bogart, no solo su actor favorito sino su inspiración para convertirse en profesional. El resto, como suele decirse, es historia.
En aquellos primeros años, a la espera de la esquiva fama, compartió piso con un amigo, colega de profesión, Terence Stamp, hasta que ambos fueron forzados a abandonar su residencia por impago. En los años 60 su fama se cimentó rápidamente con grandes éxitos comerciales como Zulú, Ipcress, Alfie –que le supuso sus primeras nominaciones al Oscar al mejor actor y al BAFTA–, Un trabajo en Italia, Funeral en Berlín o La batalla de Inglaterra, que convirtieron su rostro, habitualmente enmarcado por unas gruesas gafas de pasta negras, en tan popular como icónico. Durante las dos décadas siguientes su carrera se cimentaría sobre títulos como Asesino implacable, La huella –con una nueva nominación al Oscar–, El hombre que pudo reinar, Ha llegado el águila, Un puente lejano, Evasión o victoria, Educando a Rita –su papel favorito de todos cuantos ha interpretado y que significó una nueva nominación–, Lío en Río y Hannah y sus hermanas. De la mano de Allen obtuvo, ¡al fin!, un Oscar al mejor actor de reparto que no pudo recoger personalmente al encontrarse rodando, paradójicamente, Tiburón, la venganza, uno de los peores filmes de toda su carrera. De ella, con su particular y característico humor mordaz, dijo: “Jamás la he visto, pero desde cualquier punto de vista es terrible. Sin embargo, lo que sí he visto es la casa que ayudó a construir y es maravillosa.”
Su fortuna, la lista de la compra y un Rolls
De ese éxito da cuenta una anécdota reveladora: antes de autoexiliarse del Reino Unido, instalado en uno de los barrios pijos londinenses, el actor se encaprichó de uno de los signos materiales que Gran Bretaña ha dado al éxito, la gloria y el triunfo social: un Rolls-Royce. Así, una buena mañana, con el más elegante de sus atuendos, entró en un célebre concesionario de Berkeley Square con una lista de la compra escrita a mano con unas escuetas necesidades: “Leche, pan, el periódico, tabaco, Rolls-Royce.” La broma –el humor británico tiene fama de no ser fácil– no le salió bien y muy educadamente se le pidió que saliese del local para no volver nunca. Eso sí, no lejos de allí, en Mayfair, no tuvo problemas para adquirir un Silver Shadow Drophead Coupe –el modelo más popular de la marca– que había sido propiedad de Sir Terence Rattigan.
A comienzos de los 80, Caine, trabajando indistintamente en el Reino Unido y en Hollywood, donde se instaló, y cuyo caché no había dejado de crecer, pasó a engrosar las filas del prestigioso y selecto club de actores en cobrar un millón de dólares por película. Eso sí, a menudo con el coste de participar en aberraciones como El enjambre, Más allá del Poseidón o Atraco a falda armada. Una estimación de sus ingresos personales en el negocio del cine arroja un total de 3,2 billones de dólares ganados con sus películas hasta 2016. Al borde de los 60 años, la última década del siglo pasado le vio regresar a la pequeña pantalla y aceptar así un nuevo rol, cada vez más apartado de los papeles protagonistas. Pero no disminuyó su ritmo de trabajo y la realidad es que ese papel secundario le granjearía un nuevo Oscar (al mejor actor de reparto), por Las reglas de la casa de la sidra, y su quinta nominación (en esta ocasión a mejor actor principal) gracias a su papel como Thomas Fowler en El americano impasible.
Celebrado popularmente –su voz apareció en un célebre hit de Madness que alcanzó el top 10 en el Reino Unido– tanto como entre la profesión, firmemente instalado en el imaginario colectivo e icono masculino capaz de trascender la industria del cine, la Reina Isabel II le concedió el título de Caballero del Imperio Británico por su contribución al cine británico en 2000. Hoy, las generaciones más jóvenes le conocen sobre todo por su papel de Alfred Pennyworth, el fiel criado de Batman, en la trilogía del caballero oscuro dirigida por Christopher Nolan, realizador con el que ha colaborado también en El truco final, Origen, Interstellar, Dunkerque y Tenet.
Hace menos de un par de años, en octubre de 2021, un malentendido a propósito de unas declaraciones suyas propagó el rumor de su retirada de la interpretación. Jugando con su frase más célebre (“Not a lot of people know that”), el propio actor lo negó inmediatamente en sus redes sociales: “No me he retirado y no mucha gente lo sabe.” Como todo sabemos, la retirada es la más difícil de las decisiones militares, así que esperemos nuevas victorias.