Pujar sin límites

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El mejor aliado del mercado del arte suele ser un divorcio tormentoso. O, mejor dicho, una mujer joven y bella que se interpone en un matrimonio de coleccionistas asentado durante más de 57 años. Este es el caso de Harry y Linda Macklowe, cuya colección de arte contemporáneo americano de 24 piezas alcanzó la cifra récord de 922,2 millones de dólares en la subasta de la casa Sotheby’s Nueva York celebrada el pasado mes de mayo.

El mercado está en plena ebullición. En 2021 se generaron 30,4 billones de dólares en subastas tanto públicas como privadas, según el Art Market Report 2022, que hace público de forma bianual la feria Art Basel junto a UBS. Un 10% más que en 2021. El 78% de estas subastas se decidieron en Estados Unidos, China y Reino Unido, mientras que de entre todas las tipologías de arte –antiguo, moderno, decorativo, etc.– el que más generó es el arte de posguerra, que ocupa el 55% del total de ventas. Este sector se ha convertido en el becerro de oro del mercado, como demuestra la venta de la colección Macklowe, así como la subasta también récord de Andy Warhol con su Shot Sage Blue Marilyn (1964), que la convirtió en la obra creada en el siglo XX más cara jamás vendida, al alcanzar los 195 millones de dólares. Formaba parte de una serie de 13 lienzos que fueron pintados por el artista unos meses después de que la actriz falleciese y que originalmente se vendieron por 250 dólares cada uno. Pocos activos pueden llegar a ser tan lucrativos en su rendimiento económico y tan sofisticados respecto al universo del que surgen: la exclusividad del enigmático encanto del arte; la evasiva seducción de la creatividad.

Imagen ‘en vivo’ de la subasta de la colección Macklowe, sacada a puja por decisión de un juez para resolver un divorcio. Entre las obras, cuadros de artistas como Pollock (en la imagen), Rothko o Gerhard Richter.

Mucho más que arte

Harry Macklowe es un empresario inmobiliario de tremendo éxito que, junto a su esposa, fue adquiriendo piezas a lo largo del siglo pasado. En su colección –antes de que un juez decidiese venderla para resolver el complicado divorcio– había piezas de Giacometti, Picasso, Cy Twombly o Jeff Koons. Así, un Pollock titulado Número 17 (1951) se saldó en 61,2 millones de dólares, récord del pintor en subasta; Rothko no se quedó atrás, y Nº 7 (1951) alcanzó los 89,3 millones después de impuestos. Por su parte, Seestück (1998) del alemán Gerhard Richter se vendió por 30,18 millones de dólares y Agnes Martin también alcanzó su récord personal con 9,861 millones por Early Morning Happyness (2001), pintado tres años antes de su fallecimiento.

La locura por invertir en objetos con valor cultural, estético e incluso antropológico no se detiene en las artes plásticas. El pasado mes de mayo se adjudicó un Mercedes de 1955 por 143 millones de dólares, cifra inaudita para un objeto de estas características, máxime sabiendo que no es una pieza única, sino que existe otro modelo. El deseo no conoce formas y este Mercedes Coupé 300 SLR Uhlenhaut, ciertamente, posee una belleza icónica capaz de superar las capas del tiempo. La propia casa Mercedes fue quien puso en venta el 300 SLR, cuyos beneficios destinará “a la investigación en ciencias ambientales y descarbonización”, según la casa alemana. Jugada maestra de marketing o arrebato caprichoso por parte del comprador, de los diez vehículos más caros vendidos en 2021 –ningún Mercedes entre ellos– cinco fueron Ferrari, constructor que ostentaba hasta ahora el récord del coche más caro vendido en subasta con el 250 GTO, vendido en 2018 por 41,6 millones de euros.

Este Mercedes del año 1955, un Coupé 300 SLR Uhlenhaut, fue vendido el pasado mes de mayo en subasta por un precio de 143 millones de dólares. La firma alemana destinará el dinero recaudado a investigaciones en ciencias ambientales.

Claroscuros de un negocio brillante

El del coleccionismo es un mundo ambiguo repleto de intereses ocultos que a menudo resulta imposible determinar: tanto como las razones que otorgan valor a una obra de arte. La sospecha de que los altos precios de una subasta se instrumentalizan para inflar el valor de los bienes no es nueva. Tampoco, que la venta de un objeto concreto puede incrementar el valor de la colección a la que pertenece de forma exponencial. Y también tumbarla, si no tiene un buen recorrido antes de que el martillo adjudique la suma final. El juego asimétrico y voluble de los precios es una referencia ilusoria, en el mejor de los casos, pero que siempre despierta titulares y beneficia al propio dinamismo del mercado. Además, es un buen sismógrafo que determina los vaivenes de la economía mundial. A menudo, una burbuja en el mundo del arte es síntoma de una crisis cercana.

A mediados y finales de los años 80, las casas de subastas comenzaron a ocupar espacio en los telediarios con las ventas de cuadros impresionistas –un 30% de los clientes de Christie’s eran japoneses– debido a los desorbitados precios que alcanzaban. En 1987 una empresa de seguros nipona compró Los girasoles de Van Gogh por 39,85 millones de dólares de la época, evidenciando el furor de aquel país por la compra de obras artísticas. Este ciclo se cerró con los récords marcados por el propio Van Gogh y también Renoir, cuando el empresario papelero Ryoei Saito adquirió Retrato del Dr. Gachet y Le Moulin de la Galette por 82,5 y 78,1 millones de dólares, respectivamente, en 1990. Esta fue una de las últimas ventas de ese tipo, debido al estrangulamiento financiero que derivó de la primera Guerra del Golfo y el escándalo en Japón, que evidenció cómo se vendían obras con evidente sobreprecio; o por cómo la compañía Mitsubishi usaba este ámbito para evadir impuestos.

Una de las obras vendidas con precios de récord durante el boom de los dosmil: Henry Moore Bound to Fail (Back View) (1967), del norteamericano Bruce Nauman, se vendió por 9,9 millones de dólares.

Los desatados años precrisis

En los dosmiles, el negocio de las subastas, sobre todo con piezas contemporáneas, despegó de forma inaudita, con Picasso marcando récords. El conglomerado de firmas de lujo LVMH tomó control sobre la casa Phillips y las ventas se multiplicaron también en Christie’s, De Pury o Sotheby’s. Jean Michel Basquiat comenzó a triturar entonces los precios que le han llevado a ser el artista cuya cotización más ha crecido en las dos últimas décadas, pero no era el único que participaba de la efervescencia. Henry Moore Bound to Fail (Back View) (1967), de Bruce Nauman (Estados Unidos, 1941), se vendió por 9,9 millones de dólares en una subasta histórica de Christie’s, llevada a cabo en 2001. En esa misma venta, Maurizio Cattelan (Italia, 1969) se posicionó rozando el millón de dólares por La hora nona (1999) y el controvertido Damien Hirst (Inglaterra, 1965) veía multiplicadas sus estimaciones subasta tras subasta. De hecho, la fiesta duró hasta el mismo día en el que Lehman Brothers se declaró en bancarrota, desatando una crisis que duró casi una década. Aquel 15 de septiembre, Hirst decidió esquivar a sus galeristas y sacar directamente sus propias obras en dos subastas que vendieron 223 piezas. Por ellas, el británico facturó nada menos que 172 millones de dólares.

El cuadro Salvator Mundi (en torno a al año 1.500), de Leonardo Da Vinci, representa hasta ahora la venta más cara de la historia: alcanzó en una subasta celebrada en 2017 los 387 millones de euros.

El primer síntoma de mejora dio lugar en 2017 a la venta más alta de la historia: el Salvator Mundi (c. 1500), de Leonardo Da Vinci, que fue adquirido por un príncipe saudí por 387 millones de euros. El mercado se fue recuperando de la crisis de 2008 hasta que la pandemia del Covid-19 detuvo el reloj. Aun así, en 2020 las subastas online consiguieron mantener el motor en marcha y las ventas generaron beneficios inesperados. También, dieron entrada a un nuevo tipo de comprador más joven y habituado a las redes sociales y el mundo virtual. El mercado se fijó en él, al tiempo que un NFT –una imagen digital– se vendía en marzo de 2021 por 69 millones de dólares. En noviembre de ese mismo año Christie’s Nueva York puso a la venta la colección Cox y recaudó –gracias a tótems como Van Gogh, Picasso o Chagall– 290 millones de euros.

La euforia entonces era evidente y se mantiene hasta el día de hoy, cuando el mundo se enfrenta a una nueva turbulencia derivada de la invasión rusa en Ucrania y parece que los inversores y compradores buscan un valor refugio, como lo es el arte. “Los coleccionistas –explican a Gentleman desde Christie’s, cuyos beneficios la última primavera han sido los terceros mejores de su historia– siguen buscando activamente las mejores obras maestras. Obras destacadas de artistas de primera fila que no están siempre disponibles en el mercado”, y que afloran cuando hay necesidad de liquidez… Parece que la brújula del arte apunta hacia aguas revueltas.

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