Steinway & Sons, la historia de los pianos más célebres del mundo

Steinway & Sons, la historia de los pianos más célebres del mundo

Steinway & Sons, la historia de los pianos más célebres del mundo

En la oscarizada película Green book, ambientada en los años 60 del siglo pasado, el músico Don Shirley, interpretado por el actor Mahershala Ali, pide que en su gira el piano utilizado sea un Steinway; al parecer, el 90 por ciento de los pianistas profesionales comparten su opinión. Una década después de la época en la que se desarrolla el film, John Lennon se valía de su piano, de la misma firma, para componer el exitoso ‘Imagine’ (1971), un instrumento que a principios del siglo XXI sería vendido en una subasta por más de 2.400.000 euros. El Z417139, esa era la referencia del piano, pertenecería después a otras estrellas, entre ellas George Michael, aunque luego se le perdió la pista y hoy se desconoce su paradero.

Otro grande de la música, el chino Lang Lang, se vale de un Steinway en sus conciertos y hasta tiene un modelo inspirado en él que le diseñó Dakota Jackson y que fue presentado en la Filarmónica de París en el mes de abril. El virtuoso pianista compara a los artesanos que los crean con los maestros relojeros suizos, por su inusitada minuciosidad, una precisión que “se traslada al sonido”, según sus propias palabras.

Para crear un Steinway & Sons, se necesita un año, un conjunto de 12.000 piezas, madera que ha de reposar como mínimo a lo largo de 24 meses, toneladas de paciencia y, sin duda, grandes profesionales. Realizados enteramente a mano –de ahí que muchas veces se comparen con los automóviles Rolls-Royce–, el precio de cada una de estas piezas se sitúa entre los 36.900 euros y los 166.500, dependiendo de las características del modelo.

Una historia, la de Steinway & Sons, que se inicia en Alemania a finales del XVIII, con un hombre llamado Heinrich Engelhard Steinweg (1797-1871). Con 15 años, en la bélica Europa, se queda prácticamente solo, al fallecer su padre y hermanos en un gran incendio. Su madre había muerto también años antes. Decide entonces alistarse en el Ejército y lucha contra los franceses en la batalla de Waterloo, donde Napoleón pierde y es condenado al destierro. El joven Heinrich había sido el encargado de hacer sonar la corneta antes del inicio de la mencionada batalla, por lo que será condecorado.

Finalizada la contienda, entra a trabajar como aprendiz en los talleres de un organista de las montañas de Harz, al norte de su país, donde comienza a familiarizarse con el sector y hasta osa aportar su toque, con el cambio de ciertos tubos. Dos décadas más tarde, se dedica a hacer armarios de madera y se lanza a crear pianofortes, empujado por sus conocimientos de música. A su prometida le regala un piano cuadrado realizado con sus propias manos. La boda le permitirá ascender económicamente y abrir un taller para dedicarse a la que ya es su auténtica pasión, la fabricación de pianos, una labor que además aporta claramente mayores beneficios que los armarios. Desde entonces, Heinrich Steinweg tiene claro que su objetivo no es dedicarse a construir pianos, sino a crear los mejores, no solo en formas, sino también en sonido.

Una pasión heredada

Su primer modelo será el que se conoce como piano cocina que, según una opinión bastante extendida, lleva el nombre del lugar de la casa en que fue realizado, aunque alguno de los descendientes del artesano ha señalado con posterioridad que, conociendo a la esposa de Heinrich y, sobre todo, el tamaño del piano, todo indica que se hizo en cualquier otro sitio menos en la cocina familiar. En la actualidad, está expuesto en el Musical Instruments Museum de Phoenix, en Arizona.

Hombre visionario, obsesionado en idear algo único, diferente y de una excelente tonalidad, Heinrich Steinweg contagia la pasión a sus hijos hasta el punto de que los integra en el taller, creando un equipo. El más pequeño de ellos tiene tan solo cinco años. Entonces, la producción es de unos diez pianos al año.

Cuando las revueltas de 1848 siembran el caos y desatan la incertidumbre sobre el futuro en Europa, Karl, uno de los hijos de Heinrich, decide un año después emigrar a la floreciente y ya para entonces dinámica Nueva York, desde donde al poco de llegar consigue animar al resto de la familia a seguir sus pasos. Para convencerles, añade una frase en una de sus cartas que resultaría clave para la reunificación familiar: “Prácticamente en cada casa de Nueva York hay un piano”. Solo Theodor, otro de sus hijos, se queda en Alemania a cargo del taller, mientras el resto de la familia se embarca hacia el país de las oportunidades.

Con el tiempo, Steinway & Sons se traslada a un gran edificio entre las calles 52 y 53 y, en años posteriores, incluso pondrán en pie una sala de conciertos, conocida con el nombre de Steinway Hall. Quien acudía a ella, a uno de los recitales que organizaban, estaba obligado a atravesar la sala de exposiciones en la que se mostraban sus últimos modelos de pianos. Una visión de marketing fabulosa, amén de innovadora para entonces. Serán además los primeros en crear un piano de cola con un armazón de hierro fundido de una pieza, ultra resistente.

Como se ha indicado con acierto, “no solo vendían pianos, sino también sueños”. El fundador de la dinastía, aparte de infatigable trabajador, persistió en su objetivo, convencido de que el éxito estaba cada día más cerca. Pero si en el terreno profesional las buenas noticias eran la nota dominante, no ocurría lo mismo en el personal: la desgracia marca al patriarca. Si ya con 15 años se encontró solo ante el porvenir, ya en su madurez pierde a dos de sus hijos en el intervalo de pocas semanas, víctimas de enfermedades, algo muy frecuente en el XIX. Un golpe muy duro. Los que le quedan, Theodor y William, toman las riendas de la empresa. El primero se dedicará a desarrollar las ideas, mientras que el segundo al terreno de las ventas, desplegando un nuevo marketing.

Treinta días de travesía y varios años duros, incluso de precariedades, hasta que llega una fecha que resultaría clave para el éxito futuro. En 1853 lanzan la empresa en el nuevo continente, con un capital de 6.000 dólares que les sirven, además, para alquilar un espacio; y deciden cambiar su nombre, americanizándolo de algún modo. De Steinweg pasarán a Steinway & Sons, donde la palabra hijos, en masculino plural, se respeta a rajatabla hasta el punto de que las mujeres de la familia tienen prohibido trabajar en ella. Su primer piano ‘made in USA’ lo venderán por 500 dólares de la época.

En 1880 ve la luz otra factoría, en Hamburgo, que estará dirigida por Theodor. En la planta de Nueva York, se crean los encargos del continente americano, mientras que en la alemana, los del resto del mundo. Aunque parezca mentira, el sonido de los aparatos de uno y otro lado del Atlántico no es el mismo, algo que les aporta una cierta magia y personalidad.

Una empresa modelo

Si bien muchas veces se dijo que el clásico piano tenía los días contados, lo cierto es que continúa muy vivo. Porque, como ha señalado Miles Chapin, descendiente de la familia, “nada puede sustituir el sonido de un piano bien tocado”. Steinway & Sons, que hasta ahora crea los mejores de cola del mundo, no cesa de adaptarse a los tiempos y de incluir las últimas tecnologías, así como algo tan revolucionario como Spirio, el más innovador sistema de reproducción sonora en alta resolución, entre lo acústico y lo digital, fruto de la colaboración con el ingeniero Wayne Stahnke. Otra innovadora aportación de esta casa sin cuya presencia el universo musical no hubiese sido tan perfecto y rico en matices; tan bien afinado.

En Queens levantan la Steinway Village, una miniciudad obrera en la que, además de hacer realidad cada uno de los pianos, residen los empleados en un entorno que incluye gimnasios, biblioteca y hasta una piscina y una oficina de correos. Durante la Segunda Guerra Mundial, la empresa tiene prohibido utilizar materiales como la madera y el metal en la creación de pianos: los Estados Unidos necesitan esos componentes, sobre todo el segundo, para crear armas. Una circunstancia puntual que no les afecta en su reputación y que les permite retomar su especialidad tras la contienda. La compañía será propiedad de sus descendientes hasta 1972. Desde entonces, tendrá varios dueños ajenos a la familia, a los que guiará igualmente la búsqueda de la excelencia.

Salir de la versión móvil