Demolido. “A causa de su espesa e intrincada vegetación, se usa para fines que están prohibidos en lugares públicos”. Con esta rotunda frase de 1892 se sancionaba el fin del laberinto del Parque de Schonbrunn, en Viena, que los Habsburgo ordenaron construir en el siglo XVII. Efectivamente, a partir del momento en que el parque se abrió al público, ya no era un lugar de placenteros encuentros reservado a los nobles de la corte.
Éste es, desde siempre, el destino del laberinto: pasar, sucesivamente, según las épocas, de un lugar cargado de significados esotéricos, religiosos y literarios a lugar de juego, de esparcimiento, de placer, que aparece, desaparece, se pone o se pasa de moda. En el siglo XX el laberinto ha recuperado su importancia. Parte del mérito lo tiene su máximo defensor, Italo Calvino, superado sólo por el argentino Jorge Luis Borges, definido por la Enciclopedia Einaudi de 1979 como “el mayor laberintólogo contemporáneo”.
La literatura del siglo XX ha devuelto a este lugar mágico todos los significados del pasado más remoto, cuando ya la mayor parte de los laberintos habían desaparecido de los parques y jardines. Reconsiderado como recorrido de conocimiento y, por lo tanto, como lugar de la confusión y la alienación típicas de la civilización contemporánea, el laberinto vive actualmente una nueva etapa y a menudo se le asocia con Internet, laberinto virtual en que uno puede perderse, inconsciente de la construcción global.
Los orígenes del laberinto son muy antiguos. El título del trabajo fundamental que sobre él escribió Hermann Kern (‘Through the Labyrinth: designs and meanings over 5.000 years’) puede darnos una idea de esa antigüedad. La vastísima iconografía sobre el laberinto, que arranca en la prehistoria, llega hasta la época contemoránea cargada de temas religiosos, culturales, lúdicos y obviamente, mitológicos. ¿Quién no conoce la leyenda del laberinto del Minotauro?
El laberinto de Longleat, el más largo del mundo se encuentra en la casa del mismo nombre, propiedad de los Marqueses de Bath, situada entre Warminster y Wiltshire, en Somerset, Gran Bretaña.
Ahora bien, ¿qué es técnicamente un laberinto? Es un dibujo, un lugar, un símbolo. En Gran Bretaña, los primeros laberintos trazados en los prados en épocas remotas simbolizaban el renacimiento con el equinoccio de primavera; en la época caballeresca era una prueba espiritual, aventurera que había que superar
En nuestros días, el laberinto vuelve a ejercer una gran fascinación, sobre todo en su diseño de red. Ya no es un lugar para perderse físicamente, sino psicológicamente. Al laberinto se acercan artistas, filósofos y proyectistas, sobre todo británicos, que son maestros en este arte.
Rendall Coate, ex diplomático octogenario, proyecta y diseña la que se considera la última frontera del lujo: el laberinto en el jardín privado. A él se dirigieron el marques de Bath y el duque de Malbourough, pero también la ciudad de Buenos Aires, que le ha encargado un laberinto en memoria de Jorge Luis Borges.
El encanto de los dédalos verdes ha contagiado también a numerosos artistas, como Daniel Spoerri, ecléctica figura del arte moderno, que ha realizado un laberinto antropomórfico en su jardín de Seggiano, en las laderas del monte Amiata, donde se pueden admirar instalaciones y esculturas de Spoerri y otros artistas internacionales a lo largo de un sendero botánico.
También hay quien ha inventado una nueva forma de arte, la de los laberintos efímeros: desde 1996 son ya más de dos millones de personas las que han visitado las extravagantes creaciones de Labyrinthus, una aventura que Isabelle de Beaufort y Bernard Ramus han emprendido creando laberintos de maíz, sorgo y flores en diversos parques de Francia, inspirándose en temas de fábula como ‘Alicia en el país de las maravillas’ o ‘El Mago de Oz’, los héroes de Julio Verne, Víctor Hugo o Alejandro Dumas.
En España, se encuentra el laberinto de Villapresente (Cantabria), un entramado de cipreses de 5625 metros cuadrados. En su interior, se pueden recorrer unos 5 kilómetros de pasillos de un metro de anchura y 2.5 metros de alto. El diseño está inspirado en los laberintos ingleses de los siglos XVIII y XIX. Estos ejemplares los construían las grandes fortunas de Gran Bretaña con el fin de entretener a las clases pudientes en los apacibles días de verano. Muchas veces contenían en su interior estatuas de fábulas romanas o dioses de la mitología griega. Otras veces, albergaban torres, fuentes o invernaderos con plantas exóticas.
Entre los laberintos de artista, tal vez el más conocido sea el de Richard Morris en el Parque de La Fábrica de Italia, que reúne una rica colección de Land Art contemporáneo. A lo largo de un recorrido de casi 60 metros, el laberinto discurre entre paredes que en algunos puntos se deforman ladera abajo creando poderosas ilusiones ópticas y provocando en el visitante una profunda sensación de pérdida, para descubrir después, desde una plataforma elevada, que el laberinto tiene forma de triángulo equilátero y que el recorrido lleva al punto de partida.