Vienen curvas: los escotes XL regresan al cine

Vienen curvas: los escotes XL regresan al cine

Vienen curvas: los escotes XL regresan al cine

Y si no, que se lo pregunten a Eva Longoria con su despiste en la gala de los Globos de Oro (tranquilos, que no haremos chistes fáciles). El paseíllo por la alfombra roja de otras voluptuosas actrices televisivas revela que, no necesariamente en este orden, (1) algo ha cambiado en el canon de belleza femenino, (y 2) el mundo de la moda ya se ha adaptado a ello antes de darnos cuenta. Kat Dennings (Dos chicas sin blanca). Christina Hendricks (Mad Men). Sofia Vergara (Modern Family). Ya sea gracias al estereotipo latino ha superado un par de barreras o tres, o porque el canon estético es eso, un estereotipo destinado a ser demolido, lo cierto es que la dictadura de Kate Moss parece haber llegado a su fin.

No se crean, el glamour no tiene nada que ver con esto. Y antes de ponernos jacarandosos, pongámosle nombre a las cosas. Cuando algo es tendencia no sólo se manifiesta en las redes sociales de las teenagers, sino también en las más altas esferas del poder. ¿Se acuerdan de la foto de Cameron, Obama y la primera ministra danesa en el funeral de Mandela? Una travesura que a muchos les sirvió para descubrir que aquello que se hacía con la cámara desde siempre ahora se llama selfie y que las redes sociales no han tardado en pervertir aplicándolo al escote de la usuaria. El selfie de escote ya prolifera en la red, y no falta la famosa de turno hiperactiva en redes sociales que se dispara a sí misma el objetivo. Apúntense esto y esperen a que el verano, la playa y la piscina hagan mella en el ocio de las famosas. Esperen y verán.

Versión española

¿Y cómo se refleja esto al otro lado del espejo?  Lo cierto es que en España hubo que esperar al fin de la censura franquista y la explosión del destape. Una expectativa que parece todavía presente en nuestra memoria colectiva, siempre tan dispuesta a percatarse de la existencia de un desnudo. Durante la dictadura, los censores dieron buena cuenta de faldas demasiado cortas y escotes en los carteles de películas de Sophia Loren o Marilyn Monroe, incluso de las coloristas y multirraciales chicas Bond de Sean Connery, arrebatando a los españoles de símbolos sexuales de más alta alcurnia como las voluptuosas curvas de otras chicas, las de Fellini. Cuando no estaban prohibidas o manipuladas las propias películas, empresas españolas dedicadas expresamente a ello adaptaban los carteles para el público de la piel de toro. Después, el destape se encargaría de airear bondades con afán de esperpento y sin excusa, algo que también se nos da bien a los españoles.

Pero si se trata de hablar de escotes, que sepamos que no inventamos nada, y que nada, nada, absolutamente nada, comparado al universo de Russ Meyer. Más allá del valle de las muñecas, su único filme de estudio, fue escrito por el recientemente fallecido crítico Roger Ebert y contiene alguna de las más generosas delanteras que se puedan recordar, de esas que marcan el alma y enriquecen el espíritu. Y aunque nosotros tuvimos a Barbara Rey, Nadiuska y la Cantudo, al otro lado del charco desvariaban con Vixens, Megavixens, Faster Pussycat, Kill Kill! y otra larga docena que configuraron el demente panorama mental del rey del destape americano.

Escotes de Oscar

Y no me vengan con la excusa de la edad. La vecina de al lado de los 90, Sandra Bullock, puede que se haya bajado del autobús, pero se ha reconvertido en actriz de pata negra con un Oscar bajo el brazo y en una madura de escándalo. El escote que lució en los premios del cine del pasado octubre acaparó más titulares que eso, los premios, reubicando a la actriz en el panorama de las alfombras rojas y las producciones de alto copete. Y es que no hay que tener una gran complexión para ser generosa. Una rápida búsqueda por Google nos arroja variados resultados, centrados sobre todo en una escena trascendental de El precio del poder (1983), con la estilizada Michelle Pfeiffer luciendo un vestido de lo más sugerente. Aunque el acabado del escote es cuestión de gustos.

En esa misma época había resurgido un cine de terror destinado a ensuciar las mentes de las nuevas generaciones. Y es que pese a la intelectualización de Hitchcock en Psicosis, lo cierto es que el slasher más básico avanza la mar de bien a base de pulsiones eróticas. Sólo se necesitan unos pocos ingredientes: un acosador, una chica y cualquier cosa que pinche. Los matarifes de la saga Viernes 13, Pesadilla en Elm Street, La matanza de Texas y mil delicatessen de la serie B a la Z han proporcionado a la chavalería de las últimas tres décadas un buen desfile de emociones y melones. Y eso es algo que nunca pasa de moda. En la más reciente Parking 2, la despampanante Rachel Nichols se quedaba encerrada en un parking con uno de ellos, y su buena disposición se apreciaba desde el póster. El remake de Piraña en 3D aprovechaba el formato para arrojar con rabia miembros y hasta siliconas (¡!) al espectador. Y los recientes remakes producidos por Michael Bay no han hecho sino enfatizar la estética publicitaria para remarcar cada curva, cada gota de sudor, cada hachazo postcoital. En todos ellos, el tamaño parece relacionado con la intensidad del castigo. Y la moraleja es siempre la misma: sé casto y no te desvíes del camino recto.

Tarantino y los escotes

¿Salió usted decepcionado de Nimphomaniac? Yo también. Dos veces. La verdad es que el universo post-post-post-metalingüístico del danés no parece muy dado a la lubricidad, al coqueteo, lo mismo que el anguloso y angustiado rostro de la Gainsbourg. Van a tener ustedes que descender conmigo al mucho más vivo universo camp. Barb Wire era una adaptación de cómic concebida a mayor gloria de las mamas de Pamela Anderson. Y Robert Rodriguez y Quentin Tarantino ambientaron una de sus mejores y más dinámicas películas en un club cuyo nombre iba al grano, La teta enroscada, con el gran descubrimiento de Salma Hayek. En la aún inédita Machete Kills, Rodriguez ha recurrido a otra latina para reubicar a las fembots de Austin Powers en el imaginario pop. Sí, ahora sus tetas disparan.

Y es que a lo mejor cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero para escotes cinematográficos, los de Amy Adams en la premiada La gran estafa americana. Aunque no falta quien echa por tierra la película de David O’Russell, todos están de acuerdo en que el despliegue en vestuario de época es lo mejor de la psicodélica función. Y quien mejor lo sostiene no es la veinteañera Jennifer Lawrence, sino -paradojas de la vida- la también nominada al Oscar Amy Adams, quien a punto de inaugurar una espléndida cuarentena luce con desparpajo aberturas hasta el ombligo y más allá en una apología de la época disco, escotes basados en hechos reales y mucha sensualidad retro bañada en LSD.

Nos queda por ver qué nos depara el mundo del escote en la próxima alfombra roja, la de los Oscar de la Academia. Pero si han llegado hasta aquí y no les convence nada, quizá les alegre saber que no hay dos sin tres. Paul Verhoeven, como buen director europeo, debía saberlo muy bien y en Desafío Total enseñó a los americanos que Marte es un buen lugar para llevar más allá nuestras obsesiones.

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