Estuve recorriendo la Isla de Martinica de cabo a rabo, su Jardín de Balatá, su Mont Pelé, sus extraordinarias playas y mansiones del ron, sus platanares, sus cañas de azúcar, disfrutando de los colibríes… ¿Y ni una abeja? Fue la primera vez que reparé en que no había abejas y lo pregunté. La explicación fue mínima: son los pesticidas.
Recién aterrizada de vacaciones me puse a limpiar el jardín y cortando las lavandas… ¡Dos abejas! Estuve a punto de ponerme a bailar. Pero la alegría se me pasó pronto porque buscando en internet encontré el último informe de Naciones Unidas -de este mismo mes- alertando sobre su desaparición. Ahora el problema no solo está en Estado Unidos y en Europa; también en Australia, China, Japón y en la Ribera del Nilo, en África del norte. Parece que no solo son los pesticidas. El cambio climático, la contaminación y el desarrollo de algunos parásitos -debido a los factores anteriores-, también lo agravan.
El necesario intercambio de polen
Si habéis visitado cultivos a gran escala, tipo Almería con los tomates, por ejemplo, o Huelva con las fresas, habréis visto dentro de los invernaderos cómo llevan y cuidan los panales de abejas. Son ellas las que polinizan la mayoría de los cultivos. Si no hay polinización, no hay producto. Es así de sencillo y de espeluznante. Además, desde hace ya décadas, nos hemos inclinado por los cultivos naturales y dependientes de la polinización de estos insectos. Por ejemplo, en determinadas frutas, la producción de semillas disminuye hasta un 90% si no hay polinización. Impresionante.
El intercambio de polen no solamente ayuda a que las plantas se reproduzcan, sino que también alimenta a varias especies animales. Sin abejas, moscas, mariposas, algunos pájaros y murciélagos -transportistas del polen- el ecosistema no podría desarrollarse. Sin plantas, no hay comida, pero tampoco habrá oxígeno; tampoco cubrirán los suelos para protegerlos de la erosión y con ello regular el flujo de agua. Una cadena perfecta que si se rompe en algún eslabón; y estaríamos perdidos.
Un pesticida que acaba con todo
La Universidad de Reading aporta datos: se han extinguido siete especies de abejas; cuatro especies de abejorros de toda Europa, y la tendencia señala situaciones similares en Norte América y China. Y todo debido a que no dejamos ni una sola zona verde sin cubrirla de neonicotinoide, un pesticida que por lo visto, acaba con todo.
Por fin la Unión Europea parece reaccionar y ha lanzado el EPILOBEE, un programa epidemiológico que pretende supervisar a diecisiete países en Europa para recopilar información y métodos que salven a estos animales. Entre todos están manteniendo un control sobre la natalidad y la mortalidad de las colonias de abejas. Nada mal que nos unamos para un fin tan provechoso.
¿Y si hacemos partícipes a los granjeros?
Se aportan soluciones como plantar franjas de flores silvestres cerca de los cultivos e intentar hacer así partícipes a los granjeros. Pero hay que convencerlos para transformarlos, además, en criadores de abejas. Y para ello tienen que tener muy claro cuál es su beneficio, y con esa demostración están.
No solo se trata de salvar las abejas, se trata de salvar las interacciones y las relaciones ecológicas. Ya que nosotros nos beneficiamos absolutamente de su trabajo de polinizadoras. ¿Protegerlas no es una obligación aunque sea solo en términos económicos?