La pesca de río comienza mucho antes de que el pescador llegue a la orilla. Comienza días atrás con la minuciosa elección y preparación del material y hasta con una especie de ensueño que confiesan experimentar algunos expertos pescadores que, antes de salir, ven la presa que van a capturar: conocen el río, lo han recorrido a fondo y han sentido la presencia del pez. Este tipo de pescadores sabe exactamente cómo pescarlo. Sorprenderá a su víctima en una de sus salidas en busca de alimento y lo esperará con la caña perfecta, el aparejo idóneo y el cebo más adecuado. Naturalmente, lo pescará a la primera lanzada e inmediatamente volverá a su casa en perfecto silencio.
Pero para la mayoría la pesca ya no es así. Por desgracia, no somos contemporáneos de Izaak Walton ni de su emblemática obra El perfecto pescador de caña (se publicó en 1653, cuando su autor tenía 70 años y desde entonces se han hecho unas 400 ediciones que la han convertido en un pilar de la literatura inglesa), y además, en España, los pescadores de río ya son legión. Prácticamente un millón, de los cuales muy pocos son ribereños y pueden dedicar su tiempo a la exploración del cauce.
La mayoría debe conformarse con recorrer un tramo después de haber programado una salida desde la ciudad y comprado un puesto en un coto con días de antelación, previa adquisición de la licencia, diferente en cada comunidad autónoma. Es cierto, la pesca de río ya no es como era en el siglo xvii, pero los pescadores se sienten tan libres y privilegiados como entonces los describía Walton. ¿Una borrachera de aire puro? ¿La extraña consecuencia de una mezcla de excitación y recogimiento? Algo de especial hay en ese contacto directo con la naturaleza, en ese solitario viaje al conocimiento de este particular medio que fascina por completo a miles de personas.
El río es la sorpresa
Y podría ser la soledad del río. Un lugar que habla a los pescadores. Cada río es un universo cambiante, muchas veces peligroso, que plantea infinitos retos y exige respuestas a muchos interrogantes: comprobar si el agua ha subido o ha bajado; calcular su profundidad; tener presentes la dirección y velocidad del viento; contar con vías de salida y de recorrido del cauce; disponer el equipamiento correctamente… ¿Pescar hacia arriba? ¿Permanecer junto al agujero? ¿Bajo los ojos del puente? ¿Ir hacia aguas bravas? ¿Entrarán con mosca? ¿Con mosquito? ¿A fondo? ¿Va a llover?
El río y sus habitantes dicen qué hacer. Es inútil el lance en vano, y hay que economizar tiempo, cebos, aparejos. Las oportunidades de captura aparecen una vez que se toma la dimensión al lugar. Hay que intuir dónde están los peces y ponerse a su alcance en completo silencio, pues poseen sensores que les informan de los más leves movimientos en sus aguas territoriales, y hay que sorprenderles tanto como engañarles, lo que no es en absoluto fácil.
La cucharilla
El pescador sabe dónde está su presa, en un remanso de aguas limpias, a media distancia. El pez permanece quieto, mirando río arriba. Está a la espera del alimento que la corriente, no muy fuerte, lleve hasta él. El pescador no se deja ver y elige el lance adecuado. Engarza una cucharilla blanca, del número dos. Usa una caña corta, flexible y equilibrada. Una trucha salta literalmente sobre el cebo en cuanto éste roza el agua. Ha mordido bien. Ahora hay que sacarla. La inercia le lleva a dar uno o dos pasos hacia adelante cuando el pez muerde el anzuelo. Está en el agua y se asegura de que el río se lo permitirá, pues las más de las veces no es así. Permanece firme, cede hilo y lo cobra poco a poco. Sabe enseguida si tiene buen tamaño. El enemigo tiene fuerza. Lo cansa y evita que tome posiciones bajo una roca o tras alguna rama sumergida que podrían enredar o romper el aparejo. El pez ha entrado bien y llega a sus manos. Tras la captura, cambia de lugar de pesca.
De todos modos, las ventajas son muchas. El pescador siempre vuelve satisfecho. Si no ha pescado, habrá reflexionado. Una jornada en contacto con la naturaleza siempre enseña, ayuda a sobrellevar el estrés y las preocupaciones, infunde respeto por el medio y contribuye al desarrollo personal y al conocimiento del entorno. Y si regresa del río con una buena captura la alegría es inmensa. Luego, además, llega la satisfacción de contarlo. Pregunten. Pregunten a quien alguna vez haya sacado una trucha de más de un kilo. Todo un placer.
Pescar al coup
Los medios, condiciones y escenarios posibles para la pesca son muchos, casi infinitos. La suerte también puede llevar al pescador hasta un fulgurante lago de alta montaña. A un cristalino y solitario ibón de dimensiones perfectas, rodeado de nieves. Si lo atraviesa una corriente, por tenue que sea, puede haber pesca. Es el lugar perfecto para una caña larga y sensible, lo menos pesada posible, con la que lanzar cebo natural y tratar de pescar a fondo, al coup. Con absoluto sigilo, comprueba la profundidad del lugar para situar el cebo en el punto adecuado y observa la corriente, pues habrá que lastrar en consecuencia.
Algunos pescadores atan una cinta al punto del sedal que roza la superficie para controlar la profundidad, pero sólo si ésta alcanza más de dos metros. Las truchas ven muy bien y están acostumbradas al “silencio” del lago, así que monta un aparejo con una plomada ligera y lanza lejos para no alarmarlas. Después opta por desplazar el cebo muy lentamente, dejando que se mueva en la dirección de las aguas, y procura mantener la tensión del sedal y salvar los obstáculos del fondo sujetando el hilo con una mano mientras con la otra empuña la caña bien en alto. Cuando pican, lo nota en los dedos y da un pequeño tirón que termina de afirmar al pez en el anzuelo. Lo sacará con un salabre.
El baile de la mosca seca
Los peces también se alimentan en la superficie del agua y algunos pescadores lo aprovechan para hacer alarde de una particular técnica con cebo artificial, la mosca seca, practicada ya de antiguo. Algunos historiadores afirman que esta modalidad de pesca era común ya en la Europa medieval, en el siglo xiii, y existen por lo menos una docena de manuscritos ingleses de los siglos xiv y xv que la documentan. Lo que más llama la atención de esta técnica es ese extraño baile en el aire al que algunos pescadores someten al cebo antes de depositarlo sobre el agua, el llamado lanzamiento en falso, inventado en el siglo xix. En 1800, cuando el carrete se había generalizado y los cebos imitaban perfectamente a las moscas de río, los pescadores rivalizaban por ellas y cada uno se fabricaba su especial colección, hecha con pluma de gallo y copiada de las formas que observaba entre los insectos del río a lo largo de todo un año.Hoy casi se ha perdido la tradición, aunque la técnica sigue siendo sorprendente. El pescador se adentra en el agua contra la corriente. Ya ha visto el pez y sabe en que radio se moverá y hasta dónde puede acercarse. Ha de posar sobre el agua, levemente, el cebo que él mismo ha fabricado, aquel que el pez desea comer en aquel momento, pero antes lo hace volar sobre la superficie, como si quisiera llamar la atención de su presa. Su caña es extremadamente sensible y su carrete parece elemental, pero son de gran eficacia. El tirón es considerable. La presa ha ascendido con fuerza desde el fondo, y tras morder el anzuelo quiere regresar a las profundidades con el mismo brío. La lucha puede prolongarse, pero como casi siempre ocurre, si el pez ha mordido bien llegará a la cesta del pescador.
Problemas y ventajas
Los anteriores son solamente tres ejemplos de diferentes técnicas de pesca de salmónidos, quizá la más apasionante por su dificultad, pero los ríos ofrecen muchas más especies y, por lo tanto, muchas más posibilidades: carpas, pencas, barbos, tencas, lucios, siluros, black-bass… Cada pez requiere de técnicas y cebos particulares, y cada pescador suele “especializarse” en un tipo de captura. Es todo un universo donde la teoría es siempre relativa y la práctica lo es todo (“pescador que pesca pez, pescador es”, dicen en Aragón). No caben en la pesca de río demasiados consejos, ni siquiera los relativos a la conservación del medio, pues los pescadores suelen ser los primeros interesados en que los ríos se mantengan limpios y a salvo de barbaridades.
Con todo, la gran mayoría del millón de cañas españolas se enfrenta a los mismos problemas, algunos crecientes: sobrepesca, contaminación de las aguas, urbanización de las riberas, represado de los ríos, invasión de especies depredadoras no autóctonas… Son muchos los inconvenientes en nuestros días (incluidos ruidosos descensos de llamativos botes neumáticos repletos de turistas chillones), pero los pescadores no se arredran. Ya se sabe que pescar con convicción es el mejor medio para capturar un pez y que, si no entran, la culpa (si no bajan turistas) es de las condiciones metereológicas o del estado del río.
De todos modos, las ventajas son muchas. El pescador siempre vuelve satisfecho. Si no ha pescado, habrá reflexionado. Una jornada en contacto con la naturaleza siempre enseña, ayuda a sobrellevar el estrés y las preocupaciones, infunde respeto por el medio y contribuye al desarrollo personal y al conocimiento del entorno. Y si regresa del río con una buena captura la alegría es inmensa. Luego, además, llega la satisfacción de contarlo. Pregunten. Pregunten a quien alguna vez haya sacado una trucha de más de un kilo. Todo un placer.