La ansiedad se ha convertido a lo largo de la última década en la primera enfermedad mental, por delante de la depresión. ¿Una epidemia del siglo XXI? Sin duda, ya que el diagnóstico de Trastornos de Ansiedad Generalizada (TAG) ha crecido exponencialmente, hasta el punto de que, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), uno de cada diez habitantes del planeta sufre hoy sus síntomas.
Circunscribiendo el problema a nuestras fronteras, un tercio de los adultos españoles reconoce sentirse estresado con frecuencia y, de ellos, más de la mitad acabará desarrollando alguna enfermedad psíquica o física relacionada con tal padecimiento (ansiedad y estrés no son exactamente sinónimos: la frecuencia y gravedad del segundo puede provocar la primera). Familia y bolsillo son las dos principales causas de una zozobra que afecta particularmente a los menores de 45 años y a las mujeres (que tienen, según una reciente investigación de la Universidad de Cambridge, el doble de probabilidades de padecerla). Otro factor significativo: tener responsabilidades familiares, hijos o parientes a cargo.
La ansiedad es, en gran medida, resultado directo de nuestro estilo de vida, lo que ha hecho que el perfil de afectados por esta enfermedad se haya modificado, abriéndose en los últimos años. Aquel que piense todavía en varones de mediana edad con exitosas carreras profesionales y grandes responsabilidades a sus espaldas yerra, ya que los estudios demuestran que afecta tanto a mujeres como a hombres de distintos grupos de edad y con perfiles profesionales y vitales bien diferenciados.
“La ansiedad –informa la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés– es una emoción natural que comprende las reacciones de los seres humanos ante la amenaza de un resultado negativo o incierto. Este tipo de reacciones se producen ante los exámenes, al hablar en público, al sentirse evaluados, en situaciones sociales, o ante cualquier situación que nos resulte amenazante”. El verdadero problema se produce cuando sus síntomas ensombrecen actividades y momentos que no conllevan motivo aparente para la inquietud. La vida se convierte en una preocupación constante y desproporcionada.
La ansiedad es resultado directo de nuestro estilo de vida, lo que ha hecho que el perfíl de afectados se amplíe
Rafael Santandreu, psicólogo y autor de best sellers de divulgación científica, como El arte de no amargarse la vida o Ser feliz en Alaska, que ya han vendido un millón de ejemplares, enfoca no tanto al contexto como a nosotros mismos: “El 95% del estrés que sufrimos nos lo provocamos nosotros con nuestros pensamientos. El problema está en que continuamente nos decimos ‘si pasase tal cosa, sería terrible’, pero otras personas en la misma situación sienten emociones diferentes. Y están bien. Ya lo dijo Epicteto en el siglo I: No nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede”. [Le puede interesar: Las mejores técnicas de relajación para combatir el estrés]
Santandreu pone el acento en lo que él mismo, amigo de conceptualizaciones cristalinas, ha denominado necesititis: “Creemos que necesitamos mucho para estar bien. Nuestra sociedad produce más y más necesidades inventadas, que provocan super exigencias. Tener deseos está bien, pero convertirlos en auto exigencias, no. En la actualidad, para ser una persona mínimamente presentable tienes que tener estudios y hablar algún idioma, ser extrovertido y tener una gran vida social y muchos amigos, buena presencia, haber viajado, una casa bonita y ordenada, un buen coche… Al final, nuestra mente está llena de obligaciones, no solo para nosotros, también para los demás, que nos vuelven inflexibles y amargados”.
IDENTIFICACIÓN Y TRATAMIENTO
El hecho es que, según las estimaciones de los expertos, al menos una de cada seis personas sufrirá a lo largo de su vida algún tipo de trastorno relacionado con la ansiedad. Pueden ser ataques de pánico más o menos esporádicos; fobia social –el miedo persistente a una o varias situaciones sociales por temor a que resulten conflictivas y/o embarazosas–; quizá sea un Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC), e incluso un Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG). La primera clave a la hora de combatir la ansiedad, como cualquier otra enfermedad, es identificarla y tratarla en sus inicios. También normalizarla. Obvio, pero no por ello menos relevante en un país en el que la mitad de los trastornos mentales están infradiagnosticados en el nivel de la atención primaria (y eso que representan casi un tercio del total de consultas en este área).
Después, dos son los métodos, normalmente combinados, para su tratamiento: el psicoterapéutico, practicado desde los mismos orígenes de la medicina, mucho menos invasivo a nivel físico y que en muchas ocasiones puede ser suficiente para dotar al paciente de las herramientas necesarias para mejorar su experiencia vital, y el farmacológico, con el uso de medicamentos como benzodiazepinas, ansiolíticos o antidepresivos, que juegan un papel importante en los casos (graves) en los que la terapia psicológica no avance, ayudando a reducir la tensión física que produce la ansiedad y relajando el cuerpo y la mente.
Santandreu, cuyos puntos de vista y recomendaciones también pueden leerse en su blog Escuela de felicidad, nos deja un consejo-marco para ayudarnos a prevenir los estragos de este mal tan contemporáneo: “Hay que trabajar cotidianamente para convertirse en una de esas personas que difícilmente sufren ansiedad. No se trata de no experimentar emociones negativas, por supuesto, sino de aprender a dimensionarlas, a darles su justa medida. La clave es no ‘terribilizar’ jamás y mantener un diálogo interno de personas fuertes”.
La ansiedad ha acompañado fielmente al hombre desde el comienzo de los tiempos. Durante siglos la hemos padecido, desatendido hasta oscurecerla, estudiado tratando de comprenderla, y combatido. Jamás seremos capacesde desterrarla, luego no nos queda otra que aprender a vivir con ella, del mismo modo que hemos aprendido a vivir con los nubarrones, la oscuridad de la noche o las tormentas con sus rayos y truenos.
“La ansiedad es el vértigo de la libertad”, afirma una de las máximas de Søren Kierkegaard. En ‘El concepto de la ansiedad’, el filósofo y teólogo danés expuso lo que para él era una fuerza dual, entre la destrucción y la creatividad. Así, aquel que aprende a vivir con ella, quien es capaz de servirse de su potencial creativo minimizando la parálisis provocada por lo indefinido, ha aprendido la gran lección vital. Sin embargo, algo más de un siglo después, Marcuse hablaba –en ‘El hombre unidimensional’, uno de los ensayos más emblemáticos del pensamiento de la segunda mitad del siglo XX–, no sin cierta intención utópico-libertaria, del ideal de “vivir sin ansiedad” o, lo que es lo mismo, de la necesidad de una total emancipación del pavor existencial, un sentimiento muy representativo de aquella sociedad moderna.
El mapa social ha cambiado mucho desde entonces y hoy, tanto la psicología como la sociología, dibujan un contexto en el que la precariedad laboral –de la sobrecarga de tareas a la incertidumbre que provoca un mercado inestable y ultra competitivo–, la crisis de determinados modelos sociales –tanto la cultura del éxito como la inédita conciliación de trabajo y familia– y unos altos niveles de insatisfacción personal se combinan para disparar nuestra ansiedad.
“Sus causas sociales –señala la psicóloga social María Soria, coordinadora académica del Grado de Psicología de la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR)– son multifactoriales, pero los trastornos de ansiedad pueden verse favorecidos por estilos de vida cada vez más demandantes o exigentes. Es frecuente que una persona asuma roles que en ocasiones entran en conflicto, lo que genera la percepción de no ser capaz de atender a las demandas por estar en varias situaciones de modo simultáneo o alterno. El estilo a la hora de afrontar estas situaciones y cumplir las expectativas marca la diferencia entre experimentar momentos aislados de incomodidad o disforia del desarrollo de una sintomatología ansiosa clara desde el punto de vista clínico”. ¿Podemos blindarnos de alguna manera ante ella? “Sí, trabajar en adoptar perspectivas propias realistas con nuestras capacidades constituye la mejor protección”.