El Tour renace: talento, historia y gloria a más de 2.000 metros

Tour de Francia.

El francés Louison Bobet, El panadero de Saint Méen –la profesión que ejerció antes de dedicarse al ciclismo– fue el primero en ganar tres veces de forma consecutiva el Tour de Francia (1953, 1954 y 1955).

En trabajos y días, el poeta Hesíodo se refiere a “una dorada estirpe de hombres mortales”, introduciendo la idea de una edad de oro, una era mítica de esplendor previa a la caída del hombre, repleta de felicidad, paz y abundancia. Esta noción, de gran calado en la cultura occidental, encontró conceptos análogos en las tradiciones filosóficas y religiosas de Asia –pensemos, si no, en la satiá iugá de los Vedás, por ejemplo–, alcanzando nuestros días convertida en un nostálgico anhelo de recuperar una grandeza perdida tiempo atrás. Quizás sea cierto en algunos ámbitos de la vida del hombre, pero no en el que nos referiremos hoy, el ciclismo. Tras décadas ensombrecidas por las sospechas de dopaje, después del célebre caso Festina y de la confesión de Lance Armstrong (desposeído de los siete Tours ganados entre 1999 y 2005), este deporte vive una auténtica Edad de Oro en la que confluyen no solo una forma nueva de correr, no tan controlada y estratégica, más atrevida, sino una pléyade de ciclistas que, por sí solos, habrían marcado la historia del ciclismo y que compiten por ser el más grande. Y este se decide cada año, en el mes de julio, en las carreteras de Francia.

Subida al col du Galibier, uno de los puertos míticos de la ronda francesa. La foto pertenece a la etapa disputada el 27 de julio de 1939. La victoria final en el Tour de ese año fue para el belga Sylvère Maes.

Vive le tour!

El Tour de Francia, o ‘la Grande Boucle’, como la conocen los aficionados franceses, es la carrera ciclista por etapas más importante del mundo, por delante del Giro de Italia y la Vuelta a España. No es solo por historia, ya que la ronda francesa, que se disputa desde 1903, es la más antigua, sino también por prestigio. Reputación que procede de su aristocrático palmarés –Jacques Anquetil, Eddy Merckx, Bernard Hinault y Miguel Induráin la copan con cinco victorias cada uno; Bartali, Coppi, Fignon, LeMond, Contador o Froome, entre otros, también lo ganaron–, sin duda, pero sobre todo de su recorrido, plagado de hitos inolvidables y escenarios de martirologio que dejan el asfalto plagado de cadáveres en bicicleta.

El escritor italiano Dino Buzatti, corresponsal del Corriere della Sera, inventariaba los principales escollos del pelotón: “Nubes, truenos, polvo, desniveles, sirocos, baches y fatiga.” ¿Acaso no inspiran por sí solos cierto pavor los nombres del solitario mont Ventoux, en el que el líder Tom Simpson perdió la vida en 1967; del col du Tourmalet, en los Pirineos; del Galibier, l’Iseran y el col de la Madeleine, todos ellos superiores a los 2.000 metros de altitud? Estos y otros puertos legendarios del Tour, como el Hautacam y La Planche des Belles Filles (que nos regaló un épico mano a mano entre Tadej Pogaçar y Jonas Vingegaard en 2022), tienen nombres evocadores y de resonancias mitológicas. O el Alpe d’Huez, con sus 21 curvas de herradura, cada una de las cuales lleva el nombre de un ciclista vencedor en ese puerto. En él se coronaron Fausto Coppi, Lucho Herrera, Pedro Delgado, Giani Bugno o Marco Pantani. ¿Y qué decir del Col d’Izoard, la cota favorita de Louison Bobet, el primer vencedor de la carrera tres años consecutivos, al que Roland Barthes denominó bellamente “héroe prometéico” y cuya rivalidad con Coppi en la montaña fue legendaria? Y si el destino final del Tour es siempre el mismo, los Campos Elíseos de París (con la excepción, el año pasado, por el inicio de los Juegos Olímpicos), el turismo y los intereses comerciales han hecho que en distintas ediciones esta haya partido, entre otras, de Ámsterdam, Bruselas, Frankfurt, Londres, Mónaco, San Sebastián, Dublín, Copenhague, Bilbao, Florencia, Barcelona o Edimburgo.

Entrada del pelotón, con Miguel Induráin de amarillo, en los Campos Elíseos de París, en el Tour de 1991, el primero de los cinco consecutivos que ganó el navarro.

Otro escritor, el francés Antoine Blondin, ganador del prestigioso Goncourt, fue cronista de casi tres décadas de la carrera para el semanario L’Équipe, dejando libros imprescindibles como Sur le Tour de France (1979), Le Tour de France en quatre et vingt jours (1984) y, sobre todo, Tours de France: chroniques intégrales de L’Équipe, 1954-1982 (2001). “Cada curva de la carretera –escribe en las páginas del primero–, cada recodo de la montaña, acaban haciéndose eco de una hazaña y de la figura de un hombre. Un nuevo mapa de Francia toma forma dentro del otro, cuyas provincias son los colores de los campeones que allí se han distinguido, que las han ilustrado (…) De los Vosgos a los Pirineos, sin olvidar el Macizo Central y el Infierno del Norte, veríamos abrirse bulevares Bobet, avenidas Presidente Anquetil y patios Raymond Poulidor. Pero lo mejor es, sin duda, hacerse un nombre ganando una etapa.”

Para ganar no ya el Tour, sino una sola etapa, hacen falta esfuerzo, perseverancia, suerte y resistencia. Sobre esa mezcla de imprudencia y valentía, de fuerza y de sufrimiento, Bernard Hinault, corredor de leyenda cinco veces vencedor de la competición, afirmó medio en serio medio en broma que “un aficionado ha de pensárselo mucho antes de probar hacer una sola etapa del Tour de Francia. Dos, probablemente necesitarían que visitase a un médico, y tres más bien a un psiquiatra. Algunas más y, entonces, lo que deberíamos comprobar es si esa persona ha hecho o no su testamento”. La fatiga de los grandes esfuerzos (esas célebres ‘pájaras’ del argot ciclista), las caídas y el dolor son a menudo los adversarios a batir. “Lidiar con el dolor –concede uno de los ciclistas más talentosos del momento, el belga Wout van Aert– es una de las cualidades más grandes que uno necesita para ser ciclista profesional. Por suerte, me gusta hacerme daño”. Para ganar la carrera, tras sus tres semanas de exigentísima competición, además de todo ello hace falta un (buen) equipo, algo de estrategia y muchas piernas. Porque la carrera nunca se hace más fácil a medida que pasa, simplemente va cada vez más deprisa.

Eddy Merckx, junto a su mujer, tras ganar el Tour de Francia en 1969. Lo lograría otras cuatro veces más.

Elegidos por los dioses

Afirmábamos antes que vivimos una verdadera “edad dorada” en el ciclismo con media docena de corredores que no solo marcarán una época, sino, seguramente, un momento histórico de este deporte. El esloveno Tadej Pogacar, el ‘nuevo caníbal’, es, sin duda, el rey; a sus 26 años, 99 victorias como profesional, tres Tours (los de 2020, 2021 y 2024), un Giro y nueve monumentos (nombre que reciben las cinco carreras clásicas de mayor prestigio del calendario internacional) lo avalan. El año pasado alcanzó las 25 victorias, superando el legendario récord de Merckx en 1972 y firmando la mejor temporada de un ciclista en toda la historia. Su carácter extrovertido y afable, su carisma y su osadía, que le llevan a atacar en cualquier escenario y sin mirar los kilómetros que faltan a meta, le convierten en el ídolo de los aficionados. En él se reencarnan el encanto de Poulidor, la ambición de Merckx, la calma de Induráin y muchas de las virtudes que coronaron a otros grandes ciclistas. Para la historia, pese a que afortunadamente le queden muchos otros capítulos aún por escribir, su rivalidad con Jonas Vingegaard, que le venció en el pódium de París en 2022 y 2023, demostrando que el esloveno es humano. El danés, tras un año con diversas caídas y lesiones, llega a este Tour con ganas de revancha. Junto a ellos Remco Evenepoel, el ‘chico de oro’, no solo por su brillante palmarés, sino por sus recientes victorias (tanto en contrarreloj como en ruta) en los Juegos Olímpicos de París en 2024 y sus cinco mundiales. El año pasado, en su primera participación en la ronda gala, fue tercero, y no querrá bajarse del cajón que festeja a los héroes.

Los dos principales protagonistas del Tour de este año (del 5 al 27 de julio): el esloveno Tadej Pogacar, que ha ganado la prueba ya en tres ediciones; y su compatriota Primož Roglič, quien ya con cinco vueltas a España y un Giro en su currículum, aspira a su primera victoria en la ronda francesa.

Además, otros paladines de la bicicleta, como Primož Roglič (si es que logra recuperarse a tiempo tras su abandono en el último Giro), al que solo le falta el Tour para el triplete de las grandes vueltas, y que, pese a un segundo y a un cuarto puesto, ha tenido que abandonar la carrera en sus tres últimas participaciones. A sus 35 años, el compatriota de Pogaçar, al que siempre le ha acompañado el infortunio en el Tour, tendrá ante sí el que seguramente será su último intento por ganarlo. Otros candidatos a ser importantes en la carrera son Wout Van Aert y Mathieu Van der Poel, cordiales enemigos desde que empezaron a pedalear de adolescentes, rivales en ciclocrós y ciclismo en ruta, sobre asfalto, pavé (adoquín, como en la célebre París-Roubaix) o tierra. El primero viene de reivindicarse –y de ‘obsequiar’ a su compañero de equipo Simon Yates con la victoria– en el Giro. Van der Poel, por su parte, ha tenido una primavera victoriosa en las clásicas Milán-San Remo, E3 Saxo Classic y París-Roubaix, demostrando, de paso, que es uno de los pocos que puede ‘demarrar’ a Pogaçar.

Cuando las pendientes alcancen desniveles de dos dígitos, cuando el pelotón vaya diezmándose como las hojas de un árbol en otoño, apuesten que verán remontar, junto a los favoritos, a escaladores como Carapaz, Bernal, Rubio… Yates, Almeida, Storer, Fortunato… Arensman, Gee… A todos ellos les gustan las cuestas y quisieran estar siempre cerca del cielo. Como dice el exciclista Marc Madiot, director del equipo francés Groupama-FDJ, “en una ascensión de montaña es el dolor el que te dice quién eres de verdad”. Veremos si ellos lo saben.

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