(…)—Entiendo entonces que esto de la embajada en la India está resuelto, ¿no? Y ya que estamos, ¿no considerarías prestarme tu mesa de despacho para Nueva Delhi?—Meneses, no me toques los cojones.—Siéntate —dijo el ministro con sequedad. Le indicó una silla que había al lado del sofá. Vale, muy bien, firmeza ante todo. E incomodidad para el desgraciado al que se va a pedir el favor. Como si me estuviera perdonando la vida, claro.—Ministro.—¿Has oído hablar de Matambezi?
Meneses tuvo que reprimir un sobresalto, pero luego contestó:—Claro. La república centroafricana.—¿Qué sabes de ella?—Nada, ministro. El único país con el que España ha roto relaciones en los últimos sesenta años. Pero aparte de eso, ni idea. Bueno, sí: mataron a unos médicos, a dos o tres enfermeras y a unas cuantas monjitas, todos españoles. Y a un compañero… Por eso rompimos relaciones, ¿no?—Por eso fue. El general Wa-TuTu, héroe de la independencia, dio un golpe de Estado hace tres años. Corrieron ríos de sangre. Unos bestias.—¿Y?Ministro y subsecretario se miraron. Luego el primero contestó:—Vamos a reanudar las relaciones diplomáticas con ellos.Meneses sonrió con incredulidad.—No es posible.—Pues sí es posible. Mira, aquí tienes un informe —señaló una voluminosa carpeta que había sobre su mesa— bastante detallado de cómo están las cosas. Llévatelo a tu despacho y estúdialo. Ojo, que es secreto. Cuando lo termines, sabrás tanto como yo del asunto.—Muy bien, y…—Y comprenderás por qué te pedimos que vayas allá, bueno, por qué necesito que vayas.—¿Es una orden?—Es una orden.—Y entiendo que no me vas a decir que, si no quiero ir, este es el momento de rechazarla.
El ministro suspiró.—No te voy a decir nada de eso, Meneses. Tienes que ir. Además, no es la misión más difícil o arriesgada que te hayamos encomendado.—Pan comido —añadió el subsecretario.—¿Pan comido? Ahora sí que me preocupa.—No. No debes preocuparte. Aunque cuando leas el informe comprenderás la razón por la que te mandamos a Matambezi, lo que quiero que hagas es lo siguiente: primero, recuperar la casa de la embajada y reunir al personal local.—Perdona, ministro, si no tenemos relaciones, ¿cómo voy a poderme instalar en la residencia? Porque esa casa es del Estado y la policía me va a preguntar qué hago allí entrando por una ventana. Yo, que no soy nadie y al que además declaráis no conocer. Me van a meter en una olla a fuego lento.—Eso no es problema. Hay un maderero español que sigue allí y que tiene las llaves y los permisos para ocupar la casa. —Hizo con la mano un gesto impaciente—. Segundo, buscarás a los amigos y aliados y, si quieres, te apoyarás en ellos para cualquier gestión. Tercero, ¿gestiones? Husmear el ambiente, saber qué se cuece, sobornar a quien sea necesario, preparar el restablecimiento de relaciones diplomáticas sin que ni a ellos ni a nosotros se nos tengan que subir los colores.—Vale. Fácil. ¿También tengo que matar al presidente?—No digas tonterías. Cuarto. Lo más difícil. Verás que han descubierto unos inmensos yacimientos de crudo y de coltán. ¿Sí? —El ministro se inclinó hacia delante y bajó la voz—: Tienes que seducir al responsable, tendrán un ministro de la Minería, ¿no?, comprarlo por lo que cueste y ponerte por delante de cualquier otro candidato a untar pan en el petróleo y en el dichoso mineral. Igual, si el precio es bueno, te da para sobornar al presidente héroe de la independencia y padre de la patria.—Ya, como si los gringos, que son los que cortan el bacalao, se dejaran hacer ante el primer mindundi recién llegado. Por cierto, ¿para qué sirve el dichoso mineral?—Ya te enterarás. Cuando te hayas asegurado de que España está en una situación de privilegio en esta cuestión, podremos firmar la reanudación de relaciones diplomáticas sin que a nadie se le caigan los anillos. Es probable que el único precio a pagar sea que tengamos que elegir a Matambezi para el Consejo de Derechos Humanos en Ginebra. Ellos están deseando. ¿Sí? —Meneses dio un silbido—. Una vez hecho todo eso, mandaremos a un nuevo embajador muy listo y muy fino, que recogerá sin incidente los frutos de lo que hayas sembrado. Tienes que entender, no nos hagamos ilusiones, que esto no va a ser coser y cantar. Nunca se sabe qué callos se pisan ni cuánto le van a doler a quien se los pisas. Pero vas a tener que pisarlos. Te mandamos allí porque eres expeditivo, discreto y rápido. Te las vas a tener que ingeniar tú solo y por lo general te las ingenias bien.
—Eso es lo que más me gusta, ministro: en este trabajo, antes de mandar al pobre desgraciado a las galeras, le endulzáis la píldora. Pero dime una cosa. ¿No sería más sencillo acreditar a un embajador con toda la dignidad y la pompa del Estado a que haga estas gestiones? Para eso le pagáis, ¿no?—No. No necesitamos guante blanco y condecoraciones…—No tenéis a vuestros embajadores en muy alta estima, ¿eh?—… Necesitamos allí a un tipo eficaz y…—¿… Sin escrúpulos?Se hizo un silencio espeso en el despacho.—Mira, Meneses —dijo por fin el ministro—, porque eres mi ahijado y no quiero matar a tu madre del disgusto, pero estás con un pie sobre la línea roja, como se dice ahora. No sé si me explico.—Vale, vale. Lo siento. Pero todo esto cuesta dinero. Por lo que deduzco, mucho dinero. —Miró a sus dos jefes, que estaban callados—. ¿Y esto quién lo sufraga? —Silencio—. Venga. No me digáis que esto lo pago yo.—Por supuesto que no. Aunque eres rico y tienes un buen sueldo.Meneses miró al subsecretario y después al ministro, como si ambos estuvieran más locos de lo que parecía. Por supuesto que no era verosímil, pero dejó pasar casi un minuto poniendo cara de agravio. Entonces, ministro y subsecretario se pusieron a reír con estrépito.—Estás paranoico, Meneses —dijo el ministro.—El dinero —añadió el subsecretario— lo obtendrás a través del maderero… Todo el que necesites.—¿Y de dónde sale? Porque, tal como se están poniendo las cosas en España, te investigan hasta por haber comprado una ración de churros.—No te preocupes por eso. Para eso están mis fondos reservados, vamos, los fondos reservados del ministerio. Vete a París cuanto antes, obtén un visado en la embajada de Matambezi, tómate una botella de champán en el Maxim’s y que te cunda. No sé cuándo vas a volver a tener otra oportunidad.—Le dio una palmada en el muslo y sonrió.—Me encanta el humor negro, ministro. Ya verás la gracia que te va a hacer cuando te pida la embajada que te voy a pedir a mi vuelta.—Si es que vuelves.