El rey Luis XVIII pasó unas cuantas noches en este hotel. Aunque más que un hotel, Hartwell es una mansión que se remonta a 1600, cuando los Hampden, familia de alta alcurnia, erigió la casa que hoy se encuentra en plena campiña británica, a un paso (leve) de Londres. Lo curioso del sitio, valga como anécdota, es que el rey Luis XVIII se largó de Francia y aterrizó en este hotel, con su corte, durante cinco años (de 1809 a 1814).
Ernest Cook, fundador de la agencia de viajes Cook (lógico) la compró en 1938, pero no funcionaba como hotel, sino como un colegio de jóvenes muchachas, así hasta que llegó el año 1989 y, por fin, Hartwell se convirtió en un hotel rodeado de bosques, lagos, ríos, estatuas antiguas, iglesias medio derruidas y cisnes deambulando a su aire.
Aquí se viaja a otra época, a otros tiempos, en los que el relax de la naturaleza, el silencio y un servicio a la antigua usanza invitan a quedarse a vivir, a pasar de todo y olvidarse de todo (y todos). Esparcimiento en estado puro, slow life en todo su esplendor y fascinación. En total, 90 acres para pasear sin tregua, tan solo arrullado por el canto de los pájaros.
Tras una fachada escultural se ocultan detalles jacobinos, grandes murales, tapices, biombos de procedencia oriental, pianos, chimeneas (que, durante los días de frío, que allí son muchos, enciende un regio mayordomo). Por dentro, es decir en las estancias (tan solo 10, pero muy grandes) reina lo ‘british’… y unas escaleras para acceder a ellas de boda a lo grande, de mármol e imponentes. Todo muy noble.