“A los andaluces les gustan las kokotxas y a nosotros el salmorejo, eso está más claro que el agua”. A sus 68 años, el huracán Karlos se ha metido en el fregado autonómico y lo ha hecho con un recetario. El popular cocinero vasco presenta estos días su último libro, A mi manera, en el que recoge 300 recetas regionales precisamente en este año de soberanías e independencias, pero no duda al asegurar que todo ha sido fruto de la casualidad: “No sabíamos qué iba a pasar, no es ese el motivo. El año pasado empezamos a hacer recetas regionales los viernes en el programa con un éxito increíble”, explica, por lo que él y la editorial decidieron recopilar las mejores y darles un toque personal. “La gastronomía está por encima de la política, no hay color”, sentencia.
“Mucha gente de la calle me pregunta si me voy a dedicar a la política, pero yo paso olímpicamente”.
En cada una de sus palabras se nota que, tras 25 años frente a las cámaras, la figura de Arguiñano tiene mucho más recorrido que el que va de los fogones a las mesas de comedor: es todo un líder de opinión y sus reflexiones en su espacio de cocina, como cuando habló de los políticos y los chorizos, tocan la fibra de todo el país. Acaba de grabar su programa del día siguiente, en el que ha hablado sobre los naufragios de los refugiados en el Mediterráneo, y a la hora de encontrarse con la prensa viene calentito: “¿Dónde cojones están los gobiernos y las policías y los barcos y los submarinos para que controlen a los gangsters?”. Ese trato “inhumano” hacia las personas le exaspera: “Dice Cañizares [el arzobispo de Valencia], que no son de fiar. ¡El que no serás de fiar serás tú!”. Se palpa en él cierto desencanto: “Es todo mentira. Ni hay cristianos ni hay nada de nada; cada uno a lo suyo”.
No hace falta azuzarle demasiado para que continúe: “Los políticos no están para el pueblo, están para ellos. Lo digo una y mil veces, y luego me dicen que soy rojo. Pues si eso es ser rojo, rojo seré”. Sus amigos, acostumbrados a escucharle, dicen que le van a comprar un púlpito, pero él no quiere ni acercarse a la política. ¿Le han tentado para entrar en la cosa pública? “Mucha gente de la calle me pregunta, pero yo paso olímpicamente. Ningún político se me ha acercado para ofrecérmelo, nadie, jamás. Yo creo que ya me conocen y saben que no me gusta nada. ¡Me gustan mucho más los chipirones!”.
El humor por delante
Puede que no le guste la política, pero no cabe duda de que le encanta hablar de ella y no deja escapar la ocasión de bromear sobre cualquier asunto de actualidad, como cuando dice que “el único país que está acabado es Suiza, porque el resto estamos a medias. No sé si será por el dinero de los Pujol”. Esos chascarrillos que le van contando por la calle son la harina que usa para ligar su discurso, ya sea sobre política o gastronomía. Resulta inevitable, en plena presentación de su quincuagésimo sexto libro de cocina, saber si alguna vez se ha planteado hacer uno de humor, pero no está por la labor: “Un libro de chistes es muy soso”.
“La única forma de gozar con los pantalones puestos es comiendo”.
Al precursor -con permiso de Elena Santonja– de los programas de cocina en televisión en España le cuesta ver los nuevos formatos televisivos relacionados con la gastronomía: “No son programas de cocina, sino realities de cocina. Buscan la lagrimita, porque lo que es cocinar no se ve mucho”. Hubo quien llegó a plantearle la posibilidad de presentar uno de estos espacios, aunque él no se ve en el papel de juez: “Yo seguiré cocinando, pero no voy a decirle a nadie lo que tiene que hacer a nivel profesional”.
Arguiñano prefiere seguir a lo suyo, con sus programas, sus libros y esos chipirones que tanto le gustan. Para él, en la vida “la única forma de gozar con los pantalones puestos es comiendo”. A eso, a la comida, ha dedicado todo su esfuerzo durante más de medio siglo, desde los tiempos en los que le preparaba los almuerzos veraniegos a Jaime de Mora y Aragón en el club de golf de Zarauz, allá por los años 70, hasta la Antena de oro que le entregan este mismo sábado, y no quiere saber de nada más: “Yo estoy haciendo cocina doméstica y me encuentro cómodo, sé que hago una buena labor y soy feliz”. ¡Y se nota!