Dicen en la casa que 19 de cada 20 pianistas profesionales eligen un piano Steinway. Uno de ellos, por ejemplo, es el argentino –nacionalizado español, israelí y palestino– Daniel Baremboim: “Di mi primer concierto con un Steinway en 1950 y daré mi último concierto, espero que en el siglo XXII, en un Steinway”. También el austriaco Rudolf Buchbinder: “Un pianista sin un Steinway es como un cantante sin voz”. La también argentina Martha Argerich: “A veces, un Steinway tiene una extraña magia: toca mejor que el pianista”. O el polaco-estadounidense Arthur Rubinstein: “Un Steinway es un Steinway y no hay nada como él en el mundo”.Así hasta una interminable lista de unos dos mil intérpretes –también directores de orquesta y compositores– que Steinway exhibe con orgullo en su web: la familia de artistas Steinway. Aproximadamente el 98% de los conciertos de piano que se celebran en el mundo se hacen con un Steinway. No parece una casualidad.
Steinway & Sons, que es como se llama la firma, es considerada la creadora del piano moderno, allá por la mitad del siglo XIX. Los antecedentes, sí, son muy anteriores, y sitúan algo así como una primera versión en la Florencia de la última década del siglo XVII por obra de Bartolomeo Cristofori, un constructor de teclados natural de Padua que trabajaba amparado por los Medicis. Es el creador –algunos datan el invento en 1698, otros en 1709– de un instrumento consistente en un número de cuerdas percutidas por un mecanismo de martillos al que llamó piano e forte, es decir, para tocar altos y bajos. Durante el próximo siglo y medio, el pianoforte comenzó a extenderse por Europa conquistando, no siempre a la primera –no fue bien acogido por Johann Sebastian Bach cuando entró en contacto con él en 1736–, a maestros y compositores, Mozart y Hyden incluidos, quizás quienes colocaron los primeros sólidos pilares del universo musical construido en torno a este instrumento. Vinieron luego otros ilustres como Beethoven y Schubert y dos nombres que marcan época, Chopin y Listz, quienes, ya sí, en los años treinta y cuarenta del siglo XIX, tocaban un instrumento similar al que conocemos hoy como piano, inventado, efectivamente, por la casa Steinway en 1853.
La innovación permanente
Tamaña gesta se debe a un ciudadano alemán, Heinrich Engelhard Steinweg, carpintero, aprendiz de constructor de órganos, que en 1836 –había nacido en 1797– construyó el primer piano en la cocina de su casa en la localidad de Seesen. Fabricaría otros 482, cuentan las biografías, en la siguiente década antes de emigrar a Estados Unidos ante la convulsa situación por la que atravesaba su país. Tras cambiar su apellido a Steinway, en 1853 funda en Nueva York la compañía Steinway & Sons, el germen del gigante actual: con factorías en Nueva York y Hamburgo y un millar de empleados en total, fabrica unos 3.000 pianos al año, unos 625.000 en su historia. Cifras elocuentes, sí, pero no tan altas como aparentan y lejos sin duda de las producciones en masa que se estilan en otras marcas: al fin y al cabo, en Steinway presumen de un trabajo eminentemente artesanal –en torno al 80% del proceso de producción de uno de sus pianos se hace aún a mano– que deja paso a la tecnología solo cuando puede mejorar, por precisión por ejemplo, el trabajo humano. Saben de lo que hablan: a lo largo de su historia y desde tiempos en que los departamentos de I+D no existían siquiera en el imaginario empresarial, Steinway ha demostrado su capacidad de investigación e innovación con más de 140 patentes propias.
La producción de cada piano Steinway requiere de unos tres años. En primer lugar, porque la madera elegida para su fabricación se deja secar durante unos dos años. Ahí, en la elección de un material que supone más del 90% del piano, no caben tecnologías: es un proceso artesanal en el que los técnicos de la casa seleccionan maderas como el abeto, el arce, la caoba, el pino o el haya, prestando especial atención al peso, la veta y la dirección de crecimiento. Es el primer y fundamental paso de un complejo y minucioso proceso cuya explicación en pocas líneas resulta tan difícil como aventurada. Lo intentamos, en cualquier caso:
Cada piano de cola de Steinway tiene una curvatura diferente, una silueta final construida a base de curvar y pegar entre sí hasta 20 chapas de madera (arce y caoba) que crean el cuerpo sonoro con dos misiones fundamentales: soportar la tensión de las cuerdas y transmitir el sonido de la mejor manera posible. La tabla armónica es el corazón y el alma del piano, que amplifica y acentúa el sonido que producen las cuerdas. Fabricada con abeto de sitka de América del Norte, es uno de los secretos de la excelente y reconocida sonoridad de un piano de cola Steinway. Una placa de hierro fundido estabiliza la estructura general del piano y absorbe la tensión de las cuerdas. Su taladro y lijado se hace a mano; también la pintura de las letras Steinway & Sons incorporadas. Su fundición es obra de una empresa estadounidense que las produce para la marca, que presume de controlar el proceso de producción y ajuste de cada pieza siguiendo los más altos estándares: más del 90% de las 12.000 piezas que componen un piano Steinway son producidas en fábricas propias.
Seguimos: El teclado es un sofisticado mecanismo de 88 teclas que, al ser tocadas, transmiten la fuerza de las pulsaciones a las cuerdas. En total, son 7.500 los componentes que trabajan juntos. La regulación de los martillos, el ajuste de las teclas –que deben tener una determinada resistencia tanto a la pulsación como para recuperar su posición original– es uno de los pasos que más tiempo lleva y requiere años de experiencia. El acabado de alto brillo –de espejo– que distingue a los pianos de la marca es fruto de un laborioso proceso en el que se suceden múltiples pasos de barnizado, lijado, pintado, secado, pulido y abrillantado que se prolongan varias semanas. El afinamiento final es fruto de la experiencia y extraordinario oído de un grupo de expertos cuyo trabajo no acaba hasta que recibe la firma, literalmente, de la afinadora principal.
Todo es posible… casi
Cada Steinway es único y tiene sus propias características de sonido. Los entusiastas de la marca, pianistas profesionales y representantes de salas de conciertos viajan a Hamburgo para encontrar el piano perfecto en la sala de elección. Antes de cada concierto, un técnico local de Steinway se asegura de que el piano esté en perfectas condiciones, ofreciendo asistencia a los pianistas y cubriendo cualquier necesidad.
Los precios oscilan entre los 55.000 y los 220.000 euros. Aunque, a partir de ahí, todo es posible, porque la firma ofrece posibilidades de personalización prácticamente ilimitadas y lanza ediciones especiales, como el piano de cola diseñado por Karl Lagerfeld con motivo del 150 aniversario o la línea Steinway Crow Jewels, con chapas de madera preciosa. Eso sí, hay una regla básica: el diseño técnico que permite que un Steinway siga siendo un Steinway no se toca.
El legado en España
Tras la fundación de Steinway & Sons en Nueva York en 1853 y años después de la muerte del patriarca, los hijos abrieron en 1888 una segunda factoría en Hamburgo. Son las dos con que cuenta en la actualidad. Alemania es, de hecho, el país en el que más tiendas propias tiene: además de en Hamburgo, en Berlín, Düsseldorf, Frankfurt, Múnich y Stuttgart, que se suman a las existentes en Londres, París, Viena y Milán.
Steinway & Sons presume de elegir con cuidado sus aliados en aquellos países en los que no cuenta con tienda propia. Desde el año 2007, su distribuidor oficial y representante en España es Hinves, una firma también con una historia ligada a la música. En 1976, Herbert J. Hinves, apasionado melómano, decidió dejar su frenética actividad en la City de Londres para dedicarse al mecenazgo musical y, a la vez, ayudar a su hijo Jonathan J. Hinves, artesano de vocación, establecido como lutier en Granada, a fundar la empresa que hoy se conoce como Hinves.
En 1991, bajo el nombre de Pianissimo, inician la actividad comercial con un taller de restauración y la primera exposición de pianos restaurados. En 2007, Steinway & Sons escoge a la familia Hinves como representante oficial en el sur de España, concesión que se extendería a todo el país en 2013. Dos años antes, desaparece Piannisimo para convertirse en Hinves, el apellido de la familia que más de 40 años después y en su tercera generación da nombre a la empresa.
En el año 2018, estrena espacio en Madrid, más de 1.400 m2 en el centro de la ciudad dedicados en exclusiva al mundo del piano. Su crecimiento le confirma como uno de los grandes referentes de Europa entre las compañías especializadas en pianos.