‘La exhibicionista de la tarta de manzana’ y otras sabrosas historias visuales

'La exhibicionista de la tarta de manzana' y otras sabrosas historias visuales

'La exhibicionista de la tarta de manzana' y otras sabrosas historias visuales

La comida nos acompaña cada día pero en las sociedades posmodernas nos ha llegado a rodear por completo, ocupando un espacio cultural mucho mayor del que la simple nutrición le tiene reservado. Esta sentencia adquiere una aplastante literalidad a la vista de las fotografías que protagonizan este artículo: Big Appetites es una colección de instantáneas que llevan el food porn un poco más allá gracias a su combinación de personajes en miniatura con alimentos a tamaño real. Sus protagonistas viven (y mueren) entre tartas de chocolate, manzanas de caramelo o croissants, pero más allá de la sonrisa inicial que despiertan, estas imágenes -y sus mordaces pies de foto- invitan a reflexionar sobre la endiablada relación que hemos generado con los alimentos, basada en una obsesión consumista y en la fetichización de la propia comida. Su autor es el fotógrafo estadounidense Christopher Boffoli y en Marabilias conversamos con él sobre el origen de esta colección y sobre la relación de los seres humanos con la comida. 

¿Cuánto tiempo has trabajado en la serie ‘Big Appetites’? ¿Cómo comenzó todo?

Comencé con el trabajo inicial de las fotografías de Big Appetites a finales de 2002 o comienzos de 2003. Fue tras ver varias exposiciones que usaban figuras a escala en Bellas Artes: había nacido en mí el germen de una idea. La inspiración me viene de mi propia infancia, de aquellas películas y programas de televisión en los que había personajes muy pequeños en un mundo a escala normal: cuando yo era niño era algo muy común y es un recurso que sigue siendo muy utilizado en películas hoy en día.

“El exceso forma parte de la cultura estadounidense y la alimentación no es una excepción”.

Mezclar escalas y medidas pequeñas y largas es una idea muy vieja. Sólo hay que pensar cuántos museos están repletos de pequeños objetos procedentes de civilizaciones antiguas. Además, cuando era niño coleccionaba ávidamente los pequeños coches de juguete de la marca Matchbox, construía modelos a escala de aviones, barcos, coches y edificios, incluso tenía un tren a escala y jugaba con los scalextric… Cuando somos jóvenes vivimos rodeados de un mundo de objetos en miniatura. También como niños vivimos en un mundo de adultos en el cual nosotros somos diminutos y no encajamos. Quizás por eso a todos nos fascinan tanto las miniaturas. 

¿Qué te llevó a elegir la comida como objeto de trabajo?

En algunos de mis primeros trabajos utilizaba otros objetos, pero rápidamente me decanté por la comida como fondo de las fotografías porque puede ser muy vistosa, con colores brillantes y una bella textura. También porque disponemos de una gran variedad de alimentos, lo que indicaba que nunca se me acabarían los elementos. Pero sobre todo la elegí porque es algo común a todas las culturas más allá de su idioma o etnia: todos tenemos una familiaridad con la comida, lo cual hace que mis obras resulten mucho más poderosas y accesibles.

¿Qué criterios mantienes para elegir los alimentos?

Siempre he querido que la comida que aparece en mis fotografías sea real y comestible. Hay mucho engaño en la fotografía comercial de comida, en la cual se usan elementos como piezas de cristal con forma de cubo de hielo sustituyendo al hielo auténtico, o pegamento blanco en vez de leche. Debido a ese compromiso, toda la comida que uso es elegida cuando está fresca y de temporada. Además, fotografiar comida con lentes macro y una luz perfecta lleva a que podamos observar la comida con más atención de lo que hacemos normalmente cuando la tenemos en el plato frente a nosotros. Hace falta mucho trabajo previo de estilismo una vez el alimento a fotografiar es seleccionado.

¿Qué parte está inspirada por tus propios gustos?

Normalmente elijo comida que me entra por los ojos. A partir de ahí comienzo a pensar cómo interactuarán las figuritas con la comida y cómo lograr que el diseño de la comida ayude a la acción de la imagen. Supongo que también tengo en cuenta si ya he fotografiado ese alimento antes o, por el contrario, me resulta nuevo. En algunos casos elijo la comida por mi interés en criticar los hábitos estadounidenses con respecto a la comida basura. Por ejemplo, con los Twinkies [unos bollos estadounidenses parecidos a los ‘Círculo rojo’ españoles pero con relleno de nata], el queso en lata o las galletas Oreo. Claro, todas las elecciones están basadas en mi gusto, ya que soy yo quien las elige, ¿no? En general, pienso más en la comida -y paso más tiempo estudiándola- que la mayoría, quizás porque escribir y fotografiar comida es mi profesión.

Comentas que buscas criticar ciertos hábitos obsesivos que se han desarrollado en EE. UU. con la comida. ¿Crees que es algo limitado a tu país, o ha alcanzado el estatus de paradigma universal contemporáneo?

He viajado por todo el mundo probando las comidas de muchos países y culturas. En cualquier caso, nací y me crié en Estados Unidos, así que como artista estadounidense este es el primer centro de atención de mi trabajo: mi perspectiva es estadounidense. No creo estar preparado para saber si Estados Unidos está más obsesionado que otros lugares. De todos modos, resulta fácil observar que el exceso forma parte de la cultura estadounidense y la alimentación no es una excepción. En mi país cada año se publican muchísimas revistas y libros de comida maravillosamente escritos y fotografiados, tenemos canales de televisión dedicados por completo a la comida… Sin embargo, muchos estadounidenses están desconectados de los alimentos reales, dependiendo en exceso de comida procesada, empaquetada y congelada en lugar de cocinar cosas frescas en casa.

“Hay algo esencialmente humano en el hecho de sentarnos frente a un plato de comida”.

La comida es una de esas cosas de las que cualquiera puede hablar sin causar controversia. Es algo con lo que nos hemos sentido familiarizados todas nuestras vidas, por lo que nos creemos expertos en la materia pero es un asunto mucho más complicado de lo que la gente imagina. Puede darse una falsa sensación de conocimiento. Por ejemplo, imagina que eres un estadounidense al que le encanta el jamón y lleva toda la vida comiéndolo. Quizás nunca hayas viajado al extranjero y desconoces que el jamón español, por ejemplo, es mucho más delicioso, el mejor del mundo. En ese caso, realmente, no sabes absolutamente nada sobre el jamón excepto lo que esté relacionado con tu pequeño reino.

¿Cuál es el potencial cultural de la comida?

Más allá de la obsesión, la comida es algo que tenemos en común en todo el planeta. Hay algo esencialmente humano en el hecho de sentarnos frente a un plato de comida. Nos nutre, pero también nos reconforta, especialmente aquellos platos y sabores que nos hacen evocar nuestra infancia. Soy de los que piensa que la buena comida tiene el potencial de unirnos. Mientras los medios de comunicación y los gobiernos se centran demasiado a menudo en el conflicto y los divergentes objetivos nacionales, creo que tenemos muchas más similitudes que diferencias. La comida es algo muy poderoso, también suele ser el primer modo en el que nos exponemos a culturas que nos resultan exóticas. Yo, por ejemplo, odiaba la versión estadounidense de la comida china mucho antes de viajar a china y comer auténtica comida china, o antes de tener ningún amigo chino. La comida es la puerta de entrada a nuevos mundos.

Hablas acerca del sobreconsumo en comida, pero esto no es lo único que los humanos estamos consumiendo en exceso. ¿Has pensado ya en tu próximo tema?

Es cierto que la comida no es lo único que consumimos en exceso, pero tiene un papel muy importante de modo colateral en todo ese exceso consumista. Los cultivos alimentarios consumen grandes cantidades de agua fresca, convirtiéndose esta en un bien cada vez más escaso en muchos sitios. La producción industrial de comida (por ejemplo, la producción bovina en grandes granjas lejos de sus mercados naturales) genera hasta una cuarta parte de las emisiones estadounidenses de gases que producen efecto invernadero. Este sistema es completamente dependiente del petróleo para poder hacer crecer el maíz con el que alimentar a esas vacas, así como la energía necesaria para procesarlas y transportar la carne hasta los consumidores. Eso sin mencionar el amplio uso de hormonas y antibióticos necesarios para producir carne a escala industrial, así como el impacto que esto tiene en la salud humana.Y como muchos otros productos en las tiendas estadounidenses, la comida viene envuelta con grandes cantidades de plástico y papel, consumiendo recursos y generando grandes cantidades de basura. Pienso continuar con el proyecto Big Appetites a través de nuevas imágenes con el doble objetivo de entretener y animar a la gente a pensar más detenidamente en el papel que la comida tiene en sus vidas. 

Las imágenes que componen ‘Big Appetites’ se exhiben en la galería Winston Wächter de Nueva York hasta finales de este mes y llegarán a las tiendas recopiladas en el libro ‘Big Appetites – Tiny People in a World of Big Food’ a partir del próximo mes de octubre (Workman Publishing). 

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