La segunda vida de Dom Pérignon

La segunda vida de Dom Pérignon

La segunda vida de Dom Pérignon

El proceso creativo de Dom Pérignon se apoya en una limitación: la de la añada y la del ciclo de las estaciones. Así, Dom Pérignon sólo puede producirse a partir de la vendimia de un único y mismo año. Son necesarios ocho años de elaboración para alcanzar el ideal estético de Dom Pérignon. En la oscuridad de la Cava, en el interior de las botellas, cada añada vivirá una lenta transformación en contacto con las levaduras para poder obtener la armonía que caracterizará a Dom Pérignon para siempre.
A partir ahí, está completo, sin costuras, táctil. Para cada añada, se reservará un número limitado de botellas en la cava, predestinadas a una maduración prolongada. Durante este tiempo adicional, la actividad en el interior de la botella seguirá incrementándose: las levaduras transmitirán su energía al vino en un misterioso trasiego de vida.
Durante cerca de 15 años, el champán incrementará su energía para alcanzar un paroxismo de vitalidad. Más esencial y radiante que nunca, Dom Pérignon se elevará a su segunda vida y se mostrará en todas sus dimensiones: más amplio, más profundo, más largo, más intenso. Su longevidad será prolongada, casi infinita. Preciso, intenso y vibrante.
2002: UNA AÑADA EN LA QUE NUNCA SE PONE EL SOL
Acoger. Con un invierno suave, una primavera cálida y seca y un principio de verano soleado, 2002 conocerá un periodo lluvioso en agosto. Septiembre tomará rápidamente el relevo, cálido y luminoso, permitiendo una maduración superlativa que caracterizará a la añada. Dom Pérignon lo acogerá, consciente de que la armonía – desde el trabajo de la viña – nace de las fuerzas de la naturaleza en acción.
LA IDEA PRECONCEBIDA DE LA CREACIÓN
Asumir. Cada añada reconciliará el año y el alma de Dom Pérignon. En 2002, era necesario arriesgar para llegar hasta el final de esa maduración cuya riqueza en azúcar se comprobó que era la más elevada de esos últimos veinte años; teniendo la audacia de imaginar que el ensamblaje y la maduración en cava podían controlar su carácter extremo.
EL TIEMPO EN ACCIÓN
Elevar. A la imagen del volumen trabajado por el escultor, cada añada representará el material al cual la elaboración permite hacer frente, abarcar. Verdadera materia, densa y rica, la maduración de la añada 2002 fue elegida por Dom Pérignon para ser elevada hacia su ideal estético. Cuando las correspondencias entre las formas llenas y las huecas, las claras y las oscuras fueron esculpidas, se debía dejar actuar al tiempo. Para extender el cuerpo del vino y permitirle entrar en la plenitud de su segunda vida.
EL PRODIGIO DE LA LONGEVIDAD
Prolongar. Durante todos esos años adicionales en cava, el vino desarrolló su energía. Y a día de hoy, desvelará un paisaje sensorial más completo; ganando en profundidad y conservando su frescor. Después de diecisiete años de elaboración, Plénitude 2 se caracterizará por la entrada de Dom Pérignon Vintage 2002 en esa nueva dimensión y le conferirá una longevidad aún mayor.
PLÉNITUDE, DE UN DORADO BRILLANTE
Destacar. Dom Pérignon Vintage 2002 Plénitude 2 destaca por una madurez asumida, elevada. Surgido de este carácter abundante, a la vez aromático y envolvente en boca, el vino aparece hoy en una potencia no triunfal, sí evidente y verdadera: la de una riqueza delicada que, ampliada por la frescura y la mineralidad, se hace aéreo, evocando un dorado ligero, magnificado por la energía de la luz: un dorado brillante. Por otro lado, este nuevo equilibrio nos lleva siempre hacia lo más elevado, hacia el futuro de un champán magnificado.
DOM PÉRIGNON VINTAGE 2002 PLÉNITUDE 2
La cosecha. Contrastado, el guión climático del año 2002 vino marcado por un relativo déficit hídrico. Si el mes de agosto fue globalmente desapacible y lluvioso, septiembre fue excepcional; no obstante, con algunas precipitaciones tormentosas. El efecto conjugado del vino y del calor contribuyó a la concentración de las bayas, un fenómeno singular que perdura hasta la conclusión de la recolección, prevista para el 14 de septiembre. La madurez es superlativa y recuerda a la de 1982 y 1990. La casi segura madurez aromática de los chardonnays caracteriza la añada.
La nariz. En primer lugar, la complejidad es cálida, dorada, tornasolada, de un exotismo oriental. La fruta confitada, la frangipane, las suaves especias, el cilantro fresco. Al respirar, el azafrán se hace más gris, más yodado, el buqué se oscurece, en apariencia más retenido, misterioso y relajante.
La boca. El cuerpo se desarrolla de forma instantánea, en modo mayor, opulento y aéreo, enérgico y sensual, siempre centrado en el fruto. En una provocadora correspondencia entre nariz y boca, la voluptuosidad se produce gradualmente más grave, más profunda. El conjunto marca la nota inmensamente, con clase, salino, vagamente con aromas a regaliz
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