Los coches de Alberto de Mónaco reunidos en una exposición sin precedentes

Detalle de un Rolls-Royce Phantom I de la colección de Alberto de Mónaco.
Detalle de un Rolls-Royce Phantom I, fabricado en 1927 en Estados Unidos, en la factoría de la firma en Springfield (Massachusetts). Una de las estrellas de la muestra que ahora puede verse en la localidad de Mulhouse (Francia).

En 2005, el hijo varón de Rainiero y Gracia de Mónaco heredó el trono del preciado Principado: la mayor de las responsabilidades de Gobierno del que es el segundo Estado más pequeño del mundo, tras el del Vaticano. Entre lo que le era legado, figuraba además una colección por la que quien a partir de ese momento sería conocido como Alberto II siente especial sensibilidad: la de automóviles que había iniciado su padre, medio siglo atrás, con poco menos de diez modelos. “La colección me interesa especialmente –reconocía Alberto II en 2017–y quiero ampliarla adquiriendo nuevos modelos”. Y así ha sido.

Una veintena de los vehículos de esta colección se puede admirar ahora –hasta el 3 de noviembre– excepcionalmente fuera de Mónaco, en el Museo Nacional del Automóvil de Mulhouse (este de Francia). Desde un cotizado Rolls-Royce Phantom I hasta un Peugeot Type 161 o la sencilla motocicleta Humber con la que Alberto I atravesó Francia en 1903. Preguntado por el modelo por el que siente especial afecto, el soberano señala el Renault Floride, porque “evoca recuerdos felices que se remontan a la infancia”.

Peugeot Type 161 de la colección de Alberto de Mónaco.
Este Peugeot Type 161, de los años 20 del pasado siglo, fue un regalo que recibió el príncipe Rainiero en la década de los 80. Fabricado por la firma gala en colaboración con Ettore Bugatti.

Como tantos interesantes proyectos, la idea de exponer los coches fuera de Mónaco comenzó a gestarse a partir de un encuentro. Fue durante la visita del príncipe al prestigioso salón Top Marques del Principado del pasado año, donde quedó prendado del Bugatti Royale que el museo de Mulhouse exponía allí. Cuando Guillaume Casser, director de este ente privado, le ofreció mostrar en él una serie de sus modelos, Alberto II aceptó encantado. También por una cierta vinculación con el territorio: “Tiene estrechos lazos con Alsacia, entre ellos, títulos como el de conde de Ferrette, y suele visitar la región, donde es apreciado”, explica Richard Keller, quien fuera durante dos décadas conservador del Museo Nacional del Automóvil de Mulhouse-Colección Schlumpf, apellido de los hermanos que la iniciaron, a finales de los años 50 de la pasada centuria, y que va unido a este templo de las cuatro ruedas desde sus orígenes. De hecho, en una visita oficial de Alberto II, Keller fue el encargado de ser su guía, así como principal testigo de la estima que por el museo siente el soberano.

Keller es, además, el actual comisario de la exposición, titulada De Mónaco a Mulhouse, y de la que se muestra especialmente satisfecho por haber podido reunir, como nos cuenta, “un 20% de la colección del príncipe, una cifra importante, teniendo en cuenta que el museo monegasco expone un centenar de manera permanente”, y que, si en el pasado hubo préstamos de automóviles, estos no sobrepasaron los tres ejemplares.

Cadillac Serie 62 de 1953 de la colección de ALberto de Mónaco.
Parrilla cromada y prominentes parachoques de un Cadillac Serie 62 de 1953, símbolo del American way of life.

Vinculación al mundo del motor

En 1993 se presentaba por primera vez la colección de Rainiero, en un espacio permanente, en el barrio monegasco de Fontvieille. Poco más de una década después de que su esposa, Gracia, falleciera en un accidente de automóvil, a bordo de un Rover P6 3500, y en el que la princesa Estefanía sufrió heridas de consideración. Este luctuoso hecho, que sumó al padre del actual príncipe, así como a toda la familia, en una profunda tristeza, no sería obstáculo para seguir interesándose por el mundo del automóvil y del motor, del que Mónaco es una de las referencias del mundo, sede de un Gran Premio de Fórmula 1 que atrae la atención internacional desde 1933. Con el tiempo, se han ido añadiendo modelos a la colección, en la que el más antiguo es una diligencia berlina hipomóvil de mediados del siglo XIX. Hace dos años, coincidiendo con el centenario del nacimiento de Rainiero III, el museo se trasladó al actual emplazamiento, el puerto Hércules: un lugar estratégico en el Principado, por el que gran parte del circuito del Grand Prix transcurre, siendo punto de salida y llegada de la carrera.

Hay que señalar que esta colección está hecha con pasión y paciencia. Desde el principio, y nos remontamos a hace más de medio siglo, no se trató de reunir los modelos más caros y exclusivos del mundo, que no es el caso, sino que fue tomando forma desde la curiosidad por aquellos que tuvieran un significado o interés para los soberanos del célebre micro Estado. Rolls, Daimler, Morris, Peugeot, Rosengart, Citroën, Ford… Aunque no se trata de describir aquí la veintena de propuestas que se pueden ver ahora fuera del Principado, conviene detenernos en dos modelos de la década de los 50: el Nash-Healey Cabriolet de 1952, de chasis inglés, motor americano y carrocería italiana –una construcción de lo más internacional– y el Cadillac Serie 62 de 1953, de grandes parachoques americanos, adorado por los nuevos ricos del país del dólar que surgían a mediados de esa década. Ambos forman parte de esta selección realizada con tino por el comisario Richard Keller y el máximo responsable del museo, Guillaume Casser, en la que hay coches protocolarios, deportivos y utilitarios, entre otros.

Descapotable Nash-Healey Cabriolet de la colección de Alberto de Mónaco.
Descapotable Nash-Healey Cabriolet, de 1952, uno de los primeros deportivos creados tras la Segunda Guerra Mundial, y en el que participaron fabricantes y diseñadores de Reino Unido, Estados Unidos e Italia.

En un plano más familiar o íntimo, no podían faltar el Fiat 600 descapotable, el Ghia Jolly, del que existen fotos del príncipe de niño, con sus padres y su hermana Carolina; el Lotus Seven IV, uno de los primeros que condujera Alberto II; o el Lexus LS 600h descapotable e híbrido y de color azul que usó cuando contrajo matrimonio en 2011 con la australiana Charlene Wittstock –y que, por cierto, solo ha sido utilizado en aquel señalado día–. También figuran en la muestra el Morris que perteneciera a la princesa Charlotte, abuela del actual soberano, e incluso un coche de niño, claro exponente de que las creaciones de cuatro ruedas estaban presentes hasta en las dependencias de los más pequeños de la residencia oficial de S.A.R. de Mónaco.

Se trata, en definitiva, de una muestra temporal, acompañada de fotografías, vídeos y pósters, en la que se ha logrado una perfecta combinación de modelos de todo tipo, y en la que no falta uno de Fórmula 1 y hasta de rally; una disciplina que desde joven gustó y practicó el príncipe. Además, como nos recuerda Keller, es también una manera de acercarse a la personalidad del máximo mandatario del Principado; de conocerlo desde otra perspectiva, la de las cuatro ruedas. Una pasión heredada, como apuntamos, de Rainiero III, para quien el automóvil, y desplazarse en él al volante, era “un momento de evasión y de soledad”.

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