Lujo sobre el Tajo: un día en el exclusivo Hotel Lapa Palace

Lujo sobre el Tajo: un día en el exclusivo Hotel Lapa Palace

Lujo sobre el Tajo: un día en el exclusivo Hotel Lapa Palace

La ciudad de las siete colinas proyecta siete vistas de ensueño. Todas sobre el Tajo, todas sobre la luz que irradió la poesía de Fernando Pessoa. Pero la más estratégica, la más codiciada desde los fenicios, es y debió de ser, la de Lapa. Con permiso de Alfama, el Chiado y el Barrio Alto. En la Roca (‘Lapa da Moura’ significa ‘Roca de los Moros’), a salvo de los terremotos que tanto perfilaron la biografía de la ciudad, se asientan las embajadas, los consulados y el hotel Lapa Palace.

El seísmo de 1755 provocó 90.000 muertos, pero también depuró la colina como lugar seguro. Gente influyente se decantó por la roca para fijar su domicilio. El barón de Porto Covo creó el barrio, y todos los aristócratas se arremolinaron en torno a Lapa. Uno de ellos, el Conde de Valença, compró un palacio que siglo y medio después conserva sus privilegios en forma de hotel. Se mantienen su planta noble, su salón de baile y la suite real del conde. Y permanece ‘la torre’, la habitación más altiva, que regalaba al conde las mejores panorámicas de la ciudad.

Hoy se las regala a reyes y príncipes de media Europa, que eligen esa golosa estancia en sus visitas oficiales. Y a músicos de todos los estilos. Sobre el tímpano no hay nada escrito. O, mejor: no hay convención sobre lo escrito, pero no hay duda de la devoción del pentagrama por esa habitación. A cualquier mito colega de Mozart es fácil verlo en los pasillos del hotel. No es raro coincidir por ahí abajo con Sting, Alejandro Sanz o Lenny Kravitz.

O en el restaurante Cipriani, homónimo del Orient Express de Venecia. El chef, Giorgio Damasio, fiel a la comida de temporada, inunda a base de fusión y creatividad su catálogo de secretos. Su esposa, Maria do Rosário Baeta, es la responsable del restaurante Le Pavillon, junto a la piscina. Entre ambos obran la perfecta transfusión entre el Mediterráneo y el Atlántico, con escala en Lisboa.

Ilustre o no, de sangre azul o no, el visitante sucumbe a la tentación del apetecible relax. Hay masaje anti ‘jet lag’, antiestrés, y una envidiable carta de aromaterapia, reflexoterapia, shiatsu… Después de un día de turismo pedestre por esas empinadas cuestas lisboetas, la sesión en la cabina exterior, en los jardines, acaricia el éxtasis antes del degustar el té helado casero servido en las nobles mesas de Le Pavillon.

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