Para un motero, personalizar su moto no es algo prescindible. Es una necesidad, una manera de afirmar la identificación con su vehículo. La tendencia no es nueva, pero hoy se ha vuelto un nicho de mercado que involucra a fabricantes, productores de accesorios, diseñadores independientes y mecánicos.
Mientras para algunos personalizar significa tener acceso, en el momento de la compra, al catálogo de accesorios alternativos, para los más ambiciosos el sueño es crear una motocicleta única. De hecho, la tendencia en los últimos años es encontrar una motocicleta histórica, desnudarla y reconstruir alrededor de ella un bobber o un café racer.
Es lo que explica por qué hace unos años ejemplares bien conservados de BMW R75, R80 o R100, o de la serie K de los años 80, se podían adquirir por pocos centenares de euros, mientras que hoy se necesita agregar por lo menos un cero al monto final.[Le puede interesar: Diez motos eléctricas que arrasan en 2018]
Por paradójico que pueda parecer, la operación es cada vez más común también en modelos nuevos, recién salidos del distribuidor, especialmente si se trata de motocicletas casi concebidas para ello. Es el caso, por ejemplo, de todas las Harley-Davidson, de la Ducati Scrambler, de la Triumph Bonneville y de la BMW R Nine T. Esta última ya se comercializa en versión base, Pure, Racer, Urban G/S y Scrambler.
Un ejemplo aún más sorprendente, si no fuera porque tiene más de 50 años, es la Moto Guzzi V7, la más vendida en los últimos diez años. Cada motero urbano que sueña una Special se ha preguntado, por lo menos una vez, si no debería empezar por una clásica V7, pues algunas elaboraciones que usan este modelo como base están en el Olimpo de las más bellas de todos los tiempos. Hoy, la tercera generación, la V7III, se presenta en seis versiones: las clásicas Stone, Special y Racer, y las tres nuevas Rough, Milano y Carbon, un homenaje al arte de la personalización.