Sofisticación con historia: así deslumbra el renovado hotel Palace

Hotel Palace de Madrid.

Vista desde el interior del vestíbulo de entrada, donde la lámpara de palmera ha recuperado su sitio original y el arco de media punta sobre la puerta, antes oculto, ha sido redescubierto.

Una mujer, en torno a los 50 años, zapatos de tacón, pantalón blanco y elegante blusa de seda, toma un vino, mientras espera sonriente y contemplativa la cena. A pocos metros, un hombre también de mediana edad, pantalón corto, camiseta y gorra, ríe junto a su pareja mientras una adolescente, probablemente su hija, les enseña una foto en la pantalla del móvil. Dos jóvenes, sudaderas y vaqueros oversize, llamativas zapatillas de deporte, cruzan alegres y algo apresuradas el pasillo. Sobre todos ellos, la colorida y emblemática cúpula del legendario hotel Palace de Madrid.

Hace tiempo que el lujo no entiende de atuendos. Tiene más que ver con los detalles –cuadros en pliegues que, vistos desde un lado, representan animales y desde el otro, la maquinaria necesaria para hacer funcionar –24 horas, siete días a la semana–, un hotel; papeles pintados a mano inspirados en los paisajes del cercano Parque de El Retiro–; también con el ambiente, difícil de describir, pero inmediata y gratamente reconocible cuando se percibe; y tiene que ver el lujo también con algo que no se puede comprar y que solo algunos privilegiados atesoran: el legado histórico. Y eso implica, por ejemplo, disfrutar los mismos espacios en los que Federico García Lorca y Salvador Dalí escribían y decoraban con dibujos una nota en la que pedían dinero a un amigo para ayudar a Luis Buñuel a regresar a Zaragoza; o recitar, casi sin miedo a equivocarse por amplia, la lista de Premios Nobel de Literatura que se han alojado aquí.

Fotografía:Carlos Luján
Los casi dos mil cristales que conforman la gran cúpula sobre la rotonda central, uno de los emblemas del Palace, han sido retirados y limpiados uno a uno. A la derecha, uno de los rincones del restaurante La Cúpula, con mesas alrededor de la nueva barra central de mármol.

The Palace, a Luxury Collection Hotel, Madrid –el Palace para todos– podría haber seguido otro siglo –fue fundado en 1912– explotando con éxito seguro esa herencia: legado histórico le sobra. También, por cierto, ese ambiente que decíamos inexplicable pero que bajo su cúpula se revela, glamur contenido pero exquisito, en todo su esplendor. Pero, quizás porque los tiempos cambian, porque las generaciones sustituyen referentes a golpe de clics o, simplemente, porque alguien creyó llegada la hora, decidió acometer una extraordinaria reforma, ambiciosa y costosísima –90 millones de euros–, cuyo objetivo, con la ayuda del marketing, podría definirse así: “Infundir una moderna sofisticación a su elegancia histórica” o “dotarle de una nueva y elegante identidad que combina a la perfección su rico patrimonio histórico con un diseño innovador, un lujo incomparable y un servicio impecable”. Sin duda, ambas frases acertadas visto el resultado final –tras unas obras que se han extendido desde junio de 2023 hasta marzo de 2025 sin que el hotel cerrara en ningún momento–, pero incapaces, porque resulta imposible, de abarcar la magnitud del proyecto en toda su extensión. Tampoco, probablemente, estás líneas lo conseguirán.

Comencemos, para intentarlo, por algunos de los efectos más visibles de esta reimaginación del Palace. La fachada, es decir, los 8.000 metros cuadrados de este edificio que ocupa toda una manzana en el corazón de Madrid y que es desde el año 1999 Bien de Interés Cultural, ha sido renovada, con la intervención de canteros, vidrieros, herreros y restauradores, para retirar las huellas del paso del tiempo, contaminación y capas de pintura incluidas, hasta recuperar los originales beis de las superficies planas y marrón rojizo de los adornos e incluso redescubrir una representación de Baco. La cúpula central, siempre esplendorosa, luce ahora aún más luminosa tras la retirada y limpieza, una a una, de las 1.875 piezas de vidrio que la componen. Y las 470 habitaciones y suites, absolutamente todas, han sido remozadas hasta lograr esa sofisticada modernidad buscada: junto a ese papel pintado con paisajes naturales, paneles de madera blanca, suelos de parqué en tonos claros, mármoles conservados en los baños y ropa de cama de la exclusiva firma italiana Frette. Y luz, mucha luz, gracias a ventanas y balcones con vistas cautivadoras sobre la plaza de Neptuno, renovada simultáneamente por un capricho del destino.

Fotografía:Carlos Luján
De izquierda a derecha y de arriba abajo: una de las habitaciones, con decoración de paisajes en la pared y tejidos premium; barra de 27 Club, una combinación de arte, historia y mixología; tapiz del siglo XVII en una de las paredes de La Cúpula; y detalle ornamental de una columna.

Espacios tan emblemáticos se han traducido en dos renovadas ofertas gastronómicas y de ocio. Por un lado, La Cúpula, el restaurante en la histórica rotonda con mesas dispuestas en torno a la gran barra central –otra de las innovaciones más destacadas–, con una carta que combina recetas atemporales clásicas, como el Wellington The Palace, junto a guiños a la historia, como el steak tartar tan demandado en su día por el periodista y escritor Julio Camba, un habitual en el lugar. Y, en segundo lugar, 27 Club, un enclave concebido para atraer bon vivants y amantes del arte, y también a aficionados a la mixología, en un ambiente señorial dominado por las maderas oscuras y los recuerdos históricos, como la copia del libro de registro que recoge una de las varias estancias del pintor Pablo Ruiz Picasso en el hotel o las fotografías de la casa de cunas, o guardería, que el establecimiento reservó durante un tiempo para los hijos de las empleadas.

Fotografía:Carlos Luján
Detalle de la fachada del hotel, con el año de su inauguración; e imagen de los ventanales en plantas superiores. La fachada ha sido cuidadosamente remozada hasta recuperar su ‘color Palace’ original.

Nada es casual en este flamante Palace inundado de glamur. Y lo que lo parece es en realidad fruto de la mente inquieta de Lázaro Rosa-Violán, cuyo estudio es el responsable del diseño de los interiores. Imposible, ahora sí, resumir los resultados de su creatividad: alfombras de lana adornadas con criaturas mitológicas e ilusiones ópticas en los corredores; reproducciones en los espacios de ducha de planos cenitales del también cercano Jardín Botánico; obras de pintores contemporáneos junto a tapices de los siglos XVI y XVII; taburetes tapizados en cuero castellano en torno a la barra central; lámparas en pasillos –no dejen de detenerse en ellas si tienen ocasión– y habitaciones diseñadas ex profeso; chimeneas decorativas de mármol en las estancias; grifería dorada en los baños; lámparas de araña estilo mid-century… E incluso nuevos uniformes para el personal a cargo de Juanjo Oliva. Detalles, siempre los detalles.

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