Villa María es el reflejo de esa manera de entender la vida y por eso gusta. El edificio, ubicado en una de las curvas de la carretera L-500 a la altura de Llesp, es como esos dibujos que todos hemos hecho en un cuaderno cuando nos aburríamos en el colegio. Cuatro paredes, unas ventanas y una puerta que guarda un montón de sorpresas y emociones.
“En julio de 1979 fuimos de vacaciones al vall de Boí y fue un verdadero encuentro con las montañas. Nos cautivaron. Un día paramos a tomar un vermut en la terraza de una pequeña fonda que mostraba un letrero de ‘Se vende’. Empezamos a fraguar nuestra locura.” A Felipe, madrileño de nacimiento, se le despertó un sueño guardado desde que siendo chico fue a pasar unas vacaciones en casa de sus tíos en la sierra del Cadí. Esther, más urbanita, no tenía claro cómo iba a encajar en el Pirineo, “pero con 25 años, si no cometes una locura entonces, ¿cuándo si no?”.
“En marzo 1980 nos instalamos en el Villa María cargados de ilusiones y sin conocer este duro oficio. Todavía no existían las pistas de esquí”.
Pensado, dicho y hecho…. La fonda se convertiría en restaurante. “En marzo 1980, habiendo dejado nuestros empleos y vendido nuestro piso de Barcelona, nos instalamos en el Villa María cargados de ilusiones y sin conocer este duro oficio. Todavía no existían las pistas de esquí y el ritmo de vida era mucho más tranquilo que el de Barcelona”. Ahora todo se recuerda con una sonrisa. La gente de Llesp, en particular y los del vall de Boí, les acogió con extrañeza y simpatía. “Siempre recordaré la matanza del cerdo de Ca de Call. Paquita, la madre, me hizo batir tres docenas de huevos en un bol para hacer butifarras de huevo. ¡Qué ricas! Una experiencia que no se olvida”.
Un paseo por el valle
Cuando uno vuelve a sentarse en el comedor de Villa María, se entiende la importancia de esos recuerdos. No sé si pedir el magret de pato de la última vez o el prometedor cordero que me recomienda Felipe, mientras que abre algún vino nuevo de la denominación de origen Cost del Segre. En esta casa hay algo que no puede faltar, su escalibada con anchoas son las mejores rivales de sus guisos y platos de setas, que son todo un reclamo para los clientes que suben en cualquier época del año por la carretera que recorre todo el valle.
De la pequeña cocina siempre sale alguna sorpresa, porque Esther es un laboratorio de creatividad. Esa tarta de manzana rivaliza con el pudin de manzana… ¿Algo más sofisticado? Pues esa piña caramelizada o algún helado casero con ‘no sé qué salsa’ de frutos de bosque que anima a hablar de los quesos que hace un paisano en la parte alta del Valle o la carne de las vacas de Toño, que son perfecta un buen solomillo o un asado… Una cocina sencilla y entrañable que puede presumir de sorprender con algo nuevo a los que no tenemos la suerte de pasar a menudo en su comedor. “Sólo echamos en falta una cosa, el mar, nuestro Mediterráneo”. En el paraíso también se tienen deseos y eso debe ser bueno. Carretera Caldas Boi, kilómetro 4,3. Llesp, Lleida. Teléfono: 973 691 526.