“Una referencia de ocio exclusivo, divertido y elegante. Un oasis en el que satisfacer inquietudes personales y culturales, establecer relaciones sociales y profesionales y en el que poder sumar intereses, talento y personalidad”. La frase pertenece a la web del Club Alma (Madrid), pero bien podría extenderse –matices al margen– a la mayoría de clubs privados del país.
Más de tres siglos después de su nacimiento en Gran Bretaña, destinados entonces al juego y a las apuestas de la aristocracia; unos 200 años después de su proliferación, con puertas más abiertas –aunque siempre selectas–, no es un lugar común afirmar que viven una segunda vida. Con el mismo o similar concepto que entonces, pero adaptados a los nuevos tiempos. Las tertulias continúan, también las salas de billar, los majestuosos salones o las silenciosas bibliotecas.
Pero la oferta de servicios incluye ahora gimnasio, piscina, tratamientos de belleza para hombres y mujeres, peluquerías, baño turco o clases de yoga, conciertos, exposiciones o ciclos de cine. Y la gastronomía –acompañada de una selecta y generosa bodega–, en torno a la que se construyen amistades, pero también alianzas y negocios, se ha convertido en pieza destacada en sus cartas de presentación.
El Casino de Madrid, uno de los más, si no el más, longevo de España (fundado en 1836), mantiene al frente de su Restaurante Terraza al chef Paco Roncero, con dos estrellas Michelín.
Otro de los históricos, la Sociedad Bilbaína (1839), puede presumir de contar con una sede –la actual, a la que se mudó en 1913– declarada Bien Cultural con la categoría de Monumento.
En Barcelona, el Círculo del Liceo (1847), que se define como de estilo inglés, conserva una estrecha relación con el Gran Teatre del Liceu y atesora un patrimonio artístico único. Frente a ellos, o junto a ellos, los nuevos clubs mantienen la esencia original, pero adaptada a los nuevos tiempos.
El Club Alma, por ejemplo, tiene un claro carácter femenino –nada habitual en el pasado, cuando se prohibía, y aún en algún club británico se prohíbe, la entrada de mujeres–, “aunque los hombres también son bienvenidos”.
El Matador, situado en un espectacular edificio de la zona más noble de Madrid, nace inspirado en el espíritu de la revista Matador y con una clara vocación cultural. En ninguno de ellos, los precios, con cuotas en algún caso de 1.200 euros al año, resultan tan prohibitivos. Pero el acceso sigue siendo restringido: en la mayoría exigen que el aspirante cuente con el aval de varios socios. Porque, aunque los tiempos cambien, la exclusividad sigue siendo una aspiración común.