Pues sí, Adriana Ugarte (Madrid, 1985), la que contesta siempre con una sonrisa una y otra pregunta de los periodistas y utiliza la palabra ‘jolines’ como exclamación, también puede interpretar a una policía implacable y emocionalmente inestable o a una vengativa psicópata. Y, además, lo disfruta. Es lo que quiere hacer a partir de ahora: papeles física y psicológicamente muy alejados de ella. Quizás fue la razón por la que hace unos años, en plena cresta de la ola a la que le habían aupado sus papeles en series como La señora (2008-2010) o El tiempo entre costuras (2013-2014), decidió parar, repensar su carrera, e incluso su existencia, y volver con ganas de dar una patada a ciertos prejuicios establecidos en torno a ella. Series como Heridas (Atresplayer) y, sobre todo, Parot (ahora en TVE 1), o muy especialmente el thriller Lobo feroz (estreno a finales de septiembre) muestran de qué estamos hablando.
Su personaje en Parot, una policía marcada por una dura experiencia, se encuentra en una dinámica que la arrastra y la impide parar y pedir ayuda. En circunstancias muy diferentes, usted sí paró y buscó apoyo para replantearse muchas cosas. ¿Lo aconseja?
Desde luego. Creo que hasta en los mejores momentos de nuestra vida nos pasamos por encima, de nuestro sentir y de nuestra voluntad; por quedar bien en sociedad, con la familia, por hacer lo que la moral dicta que debes hacer… Y ves que pasan los días, las semanas y los años, y que estás haciendo cosas que no quieres, y que encima te hacen mucho daño. Es importante revisar qué direcciones estás tomando y por qué y para qué. Y no dudar en pedir ayuda, no me parece una señal de debilidad, sino de fortaleza.
¿El éxito puede llevarte por donde en realidad no quieres?
Hay una parte es extraña en estas profesiones tan expuestas. Parece que muchas personas te conocen, porque te reconocen por la calle, y eso te engorda el narcisismo, pero te disminuye la autoestima. Y te alejas de ti, de lo que te hace ser una persona segura y que confía en sí misma. Sin querer, dependes mucho de lo que piensen esos otros que te reconocen. Es fácil caer en una esclavitud en relación a los demás. Pero cuanto más cariño te profeses, más suavizado esté ese ego, más pendiente podrás estar de qué cosas de las que haces están enfocadas a agradar a los demás y qué cosas a ser tú misma.
Da la sensación de que sus últimos movimientos van encaminados a esa búsqueda de una felicidad diferente. ¿Qué tal va?
Yo creo que soy una buscadora constante, siempre he sentido la necesidad de buscarme mis lugares de refugio y de calma. Va la cosa bien. Creo que el que persevera encuentra algo. Lo que pasa es que es lento, pero tengo que decir que la vida, si te esfuerzas, está ahí para echarte muchos cables.
Sigue habiendo cierta tendencia a pensar que usted se habrá realizado plenamente cuando tenga pareja y un hijo.
Impresionante. Son los residuos que todavía sigue arrojando el patriarcado, que la realización de una mujer estriba en la maternidad y en la relación de pareja. No estoy de acuerdo. Afirmaría, además, algo parecido pero en la dirección opuesta: uno puede gozar de una buena relación de pareja y una buena experiencia de maternidad cuando es capaz de gozar una buena relación de soledad.
Imagine que de repente todo el mundo se olvida de Adriana Ugarte. ¿Qué trabajos mostraría para enseñar de lo que es capaz?
Pues, por ejemplo, Lobo feroz, porque es de las primeras veces en las que me he atrevido a transformarme físicamente tanto. Le propuse al director que quería ensuciar lo máximo posible al personaje, no embellecerlo, y ha sido la primera vez que he propuesto esto de manera tan rotunda y me lo han comprado. Es una tarjeta de presentación que me gustaría mostrar porque es el lugar hacia el que quiero caminar profesionalmente: hacia la construcción de personajes completamente alejados de mí psicológica y físicamente.
Ha trabajado con directores como Mariano Barroso, Pedro Almodóvar y el francés Daniel Auteuil. ¿Cómo fue eso?
Muy impresionante. A Auteuil le admiraba desde adolescente, me flipaba. Y de repente, después de hacer Julieta y la promoción en Cannes con Almodóvar, el representante me dijo que nos había contactado para que trabajara con él en una película [Enamorado de mi mujer (2018)]. Yo dije “¿estás de coña, no?” Me citó en París a comer, me hizo varias preguntas sobre mi forma de trabajar, mi recorrido, qué tal me sentía hablando la lengua. Volví a Madrid a esperar y me dije que, pasara lo que pasara, ya había sido un privilegio comer con un actor al que admiro de toda la vida. Y me llamó. Y fue una experiencia muy curiosa, porque es raro trabajar con personas a las que admiras desde que eres una niña, y verles como compañeros, en maquillaje o comiendo el bocata en los descansos.
Cuando se ponen al descubierto casos de abusos y otras tropelías por parte de gente admirada hasta hace muy poco, ¿cree que hay que separar al autor de su obra? ¿Se puede disfrutar de una creación independientemente de quién la haya hecho?
Uff, jolines. Depende. A mí me costaría mucho separarlo. Puedo reconocer que esa película es arte, pero siento repugnancia hacia todo lo que proviene de una persona que ha sido capaz de hacer daño a un inocente. Ya no quiero consumirlo, no me interesa.
En esa vida algo más sosegada que lleva ahora, más pegada a la naturaleza también, ¿surge la tentación de intentar una aventura en Estados Unidos?
No, la verdad es que no. Si sucede, si se da la situación y el momento, probablemente diría que sí e igual voy dando palmas con las orejas. Pero no es algo que anhele como hace unos años. Yo tengo mi representante en Los Ángeles, porque para mí era una idea. Pero ahora ves lo que puedes hacer en tu país y, además, descubres por compañeros que han estado allí que mucho lo tienes idealizado. Dependerá, por un lado, de lo que traiga la vida, y de lo que tenga más importancia en ese momento, si la vida personal o la profesional. Al final la vida es muy cortita y hay que estar sopesando todo el rato.