El pintor Alex Katz vive en Nueva York, en un loft del barrio del Soho en el que lleva más de medio siglo. Es también donde trabaja, salvo los periodos, tres, cuatro, cinco meses al año, que pasa en Maine, en la costa norte del país, donde también conserva la misma casa desde hace décadas. Katz tiene 96 años –nació en el distrito neoyorquino de Brooklyn en 1927–, es uno de los artistas vivos más prestigiosos y sus obras se cotizan desde el medio millón de euros para llegar a los tres o los cuatro, según los casos. Y sigue pintando cada día. Ya no corre –lo hacía periódicamente hasta hace muy poco–, pero camina largos paseos y realiza ejercicios cotidianos para mantenerse en forma. Y, sobre todo, mantiene viva una inquietud intelectual que le empuja a conocer a nuevos autores y a adquirir obras que dona al museo del Colby College, la universidad de Maine dedicada a las Artes de la que es doctor honorario y que en 1996 abrió una nueva ala dedicada a su obra. La pintura es y ha sido siempre el motor de Alex Katz.
El CAC (Centro de Arte Contemporáneo) López de la Serna, un espacio luminoso rodeado de vegetación en una lujosa urbanización de las afueras de Madrid –que hace décadas acogió la embajada de Japón en España– exhibe en estos momentos una representativa selección de sus obras, cuadros de gran formato datados entre los años 70 y la actualidad con los motivos recurrentes de Alex Katz: la figura humana y el paisaje. Y clarificadores también sobre el proceso evolutivo del artista desde “una pintura más académica y detallada a un trazo más maduro, pleno y fresco”.
Los entrecomillados pertenecen a Jimena López de la Serna, directora del centro, una auténtica experta en Katz, además de amiga e, incluso, en alguna ocasión modelo para uno de sus retratos. Katz, como otros autores contemporáneos, forma parte de la vida de esta joven desde que sus padres, Javier López Granados y Gaella de la Serna, montaron una galería de arte en Londres (1995), que trasladaron luego a Madrid (1996) para afianzarse como un referente en el sector y que llegó a contar (entre 2006 y 2013) con un espacio expositivo en Nueva York. Con formación en Economía e Historia del Arte, Jimena López de la Serna es ahora la que lleva las riendas del CAC, que se estrenó como tal –superada su antigua condición de galería– con una exposición de Peter Halley antes de dar paso a la de Katz. Así que es ella la que, como testigo privilegiada de su carrera profesional, pero también de su evolución personal, nos guía en esta radiografía del pintor estadounidense.
No es fácil etiquetar a Alex Katz, aunque la de pionero del arte pop es una de las descripciones que le acompañan asiduamente. Quizás sea uno de sus principales valores, la dificultad de incluirle en una categoría. “Hay en él algo de arte pop”, confirma López de la Serna, como el uso de los colores planos y brillantes, la preferencia por las escenas cotidianas, la transformación de la imagen a través de su repetición y fragmentación o la influencia de los medios de comunicación de masas, cuyo surgimiento acompañó los inicios de Katz en la década de los 60. “Pero hay también algo de abstracción, sobre todo en los paisajes –continúa–, y de pintura figurativa en los retratos, a los que, además, dota de cierto aire renacentista, especialmente en la forma de posar”.
Sea lo que sea, no era nada común cuando empezó, allá por los 50, dominados por el expresionismo abstracto que encarnaba Jackson Pollock. Tratar de abrirse paso haciendo retratos planos de colores primarios no parecía la mejor opción. Pero fue lo que decidió: “Hacer retratos fue una forma de escapar de todo lo relativo a la pintura de mi época. Comencé a hacerlos para alejarme de Pollock principalmente”, comentaba hace tres años, a raíz de la retrospectiva que le dedicó el Museo Nacional Thyssen-Bornesmiza, en Madrid. Y añadía: “Yo no quiero contar historias con mis cuadros, por ese motivo pinto la apariencia. Básicamente, pinto lo que veo ante mí. El realismo es lo que siempre he querido hacer; busco que mi obra luzca como nueva”.
Así que no fue el suyo, ni mucho menos, un éxito fulgurante. Pero Katz, que ha confesado en alguna ocasión su empeño en pasar a la posteridad como un maestro, exhibió en su pintura la misma disciplina que durante casi toda su vida ha acompañado su rutina de ejercicios físicos. Nada de lo que arrepentirse por tanto: “Todo lo que soy se lo debo a esos años de búsqueda de identidad. Gracias a ese tiempo de marginación e incomprensión, conseguí encontrar el estilo que más me encajaba”, comentaba en una entrevista con GENTLEMAN en 2016.
Y era el suyo “un estilo muy nuevo, muy diferente”, apostilla López de la Serna, quien cree que, poco a poco reconocido por la crítica, la consagración definitiva de Katz llegó cuando su influencia empezó a ser reconocible en otros artistas, como los también norteamericanos Elizabeth Peyton, casi 40 años menos que él y retratista convulsa, y David Salle, con una variada obra entre la abstracción y el grafiti en la que los retratos recuerdan inconfundiblemente los trazos de Katz. Fue, en cualquier caso, una consagración tardía, cuando Katz rondaba los 70, pero universal: su obra forma parte de las colecciones de los grandes museos como el Metropolitan o el MoMA de Nueva York, la Tate Modern de Londres, el Albertina de Viena, el Reina Sofía de Madrid o el Centre Pompidou de París.
Precisamente, el Museo Albertina vienés programa estos días, hasta el 4 de junio, la exposición Cool Painting, dedicada al que califica como uno de los “exponentes más importantes del arte contemporáneo estadounidense”. También el museo Voorlinden, de la localidad de Wassenaar, en Países Bajos, le dedica una muestra este verano (10 de junio hasta el 1 de octubre); así como la galería Gladstone, en Seúl, Corea (del 20 de agosto al 21 de octubre). Una atención que, quizás, sirva para poner en cuestión una de sus afirmaciones en esta misma revista: “No le gusto a mucha gente, pero es normal, mi estilo es muy agresivo”, dijo a GENTLEMAN.
Fruto quizás de esa apuesta decidida por pintar lo que ve, el estadounidense ha convertido su entorno en la principal fuente de inspiración. A él pertenecen la mayoría de los modelos para sus retratos. Con una destacada presencia femenina, su mujer, Ada, a la que pintó por primera vez a finales de los años 50, es una constante, una musa presente en centenares de sus obras. Y ese entorno, principalmente el rural de las afueras de Maine, inspira también gran parte de sus paisajes. “Su búsqueda de la belleza en lo que le rodea –explica el CAC López de la Serna en la presentación de la exposición– le ha llevado a centrarse en su entorno más inmediato: familiares y amigos de su círculo más cercano a los que capta tanto en el ambiente urbano del Soho neoyorquino como en la zona costera de Maine, tratando de representar el momento presente, aquí y ahora”. Con una “obsesión”, en palabra de la directora del centro: el tratamiento de la luz, su incidencia sobre las superficies, con especial atención a los reflejos en el agua en el caso de los paisajes rurales.
Despliega Alex Katz un minucioso proceso en la creación de cada una de sus obras, según nos cuenta Jimena López de la Serna: elabora primero una tabla en óleo que le sirve principalmente para centrar la escena y anotar aspectos cromáticos y luminosos; traslada luego esa creación a un dibujo a carboncillo en una superficie de las dimensiones que tendrá la obra final y que le sirve para definir los contornos; y entonces sí acaba plasmando la obra definitiva en el lienzo.
De espíritu aún “muy joven”, explica la directora del López de la Serna, “carismático, inteligente, ordenado y pasional en su trabajo”, la absoluta “prioridad” de Alex Katz sigue siendo la pintura, y la que determina sus intereses: sigue a nuevos artistas y encuentra en el arte el motor de sus conversaciones, de sus encuentros con quienes comparten inquietudes similares. Y, además, despliega un ingenioso sentido del humor; y eso, al fin y al cabo, también es un arte.