El personaje de El Profesor ha supuesto un antes y un después en la carrera de Álvaro Morte gracias al éxito de La casa de papel, sin duda. Lo sabe, como también es consciente de que la serie ha sido el impulso necesario para afrontar nuevos proyectos y descubrir ante el gran público al actor que ha trabajado sin descanso, y sin más ayuda que su esfuerzo, hasta llegar a poder decidir qué cosas son importantes en su trayectoria futura. “En la parte vital –dice–, he alcanzado la felicidad”. Morte (Algeciras, Cádiz, 1975) es actor de teatro, aunque cada vez le tira más la dirección, y se nota en la forma en que habla. También transmite sinceridad en su discurso, con el queda claro que la interpretación era su destino, aunque en alguna ocasión pudiera tener una duda puntual. Nuevo embajador de la firma relojera Breitling, cuando se le pide su visión de la elegancia, es claro: “Tiene que ver con la actitud y la empatía. Que seas más o menos inteligente para manejar esas cualidades ya depende de cada uno. Pero la educación y la empatía son fundamentales”.
69 millones de espectadores en todo el mundo y entre las cien mejores series del siglo XXI. Nadie sabe exactamente las razones del éxito de La casa de papel, pero seguramente una de ellas sean actuaciones como la suya. ¿Qué es lo que ha aportado Álvaro Morte al personaje y a la serie?
Me gusta pensar que nosotros tenemos una responsabilidad como artistas: encontrar un trabajo que arranca de una persona, en este caso de un guionista, y que tenemos que continuar. Y hacerlo intentando dirigir esa propuesta en una dirección concreta. Me gusta tener siempre en la cabeza que esto es parte de un equipo. Aunque debo decir que he añadido muchísimas cosas al personaje: yo soy tan metódico como El Profesor cuando me pongo a afrontar un proyecto, a analizarlo, a hacer un plan como haría él. Mi aportación al personaje se produce en términos de cómo se mueve, cómo respira, cómo se expresa. Muchas de las manías que tiene, como el origami, la papiroflexia… las he hecho yo. Pero vamos, igual lo han hecho Alba (Flores) con Nairobi o Úrsula (Corberó) con Tokio.
Es una serie de personajes y de actores…
Hablando con Eva Leira y Yolanda Serrano, las directoras de casting, cuando hicimos el pase previo del primer capítulo, me decían que estaban tremendamente orgullosas, porque hay veces que haces un casting con la mejor intención del mundo, pero luego, por lo que sea, el actor elegido no acaba de funcionar. Es muy difícil hacer un casting en el que todo esté en su sitio al cien por cien. En este caso, todo ha funcionado. Yo estoy muy orgulloso de haber hecho esta serie y haber coincidido con compañeros sumamente buenos, de los que he aprendido una barbaridad. No solo los actores, también la dirección. La serie tiene pulso en la acción y maestría en la forma de manejar los tiempos del drama y de la comedia, llevándonos al límite a los actores y sacando lo mejor de nuestras posibilidades.
El perfil de Álvaro Morte como actor se establece en la búsqueda de la perfección, más allá seguro de lo que podamos imaginar. El actor de teatro que es usted tiene algo que ver con ello.
Yo me formé mucho en teatro, tengo compañía propia, dirijo… Es verdad que el teatro te da disciplina, entrenamiento… y es cierto, me gusta ser perfeccionista. Pero hubo un momento en que me di cuenta, y desde entonces vivo mejor, de que la perfección no existe. Me obsesiona perseguirla, pero teniendo claro que no se puede llegar a ella. Mis interpretaciones distan muchísimo de ser perfectas, pero sí me quedo satisfecho en una cosa: todo lo que yo he podido darle a El Profesor está ahí. Ha quedado patente.
¿Ha cambiado La casa de papel el concepto sobre las series que se hacen en España?
La casa de papel ha roto límites y ha cambiado cómo se ve a la industria cinematográfica española fuera de nuestras fronteras. Durante el rodaje de La rueda del tiempo he podido hablar con gente muy potente de fuera, y todos alucinan con lo que estamos haciendo aquí. Nosotros no hemos sido los primeros ni los mejores, pero hemos sido capaces de ser ese catalizador, o uno de los mayores, para que la gente esté interesada en ver producto español.
¿Y pesonalmente, diría que usted también está cambiando conceptos?
No quiero parecer pretencioso ni arrogante, pero hay una cosa que me gusta pensar sobre lo que he podido aportar y es ratificar aquello de que ‘claro que se puede’. Yo no tengo padrino, ni nadie que me haya abierto la puerta. Empecé a hacer teatro, el más pequeño del mundo, estudié arte dramático en una escuela pequeña de Córdoba… y tenía una cantidad ingente de sueños. Cuando llegas a Madrid y te das cuenta de lo que sucede, se empiezan a desmoronar. Te dices aquello de que lo has intentado, de que no es tarde. Y de repente sucede La casa de papel y empiezan a cumplirse sueños uno detrás de otro.
¿Alguna vez pensó en abandonar?
De verdad, de verdad, no. He intentado engañarme a mí mismo sobre la conveniencia de abandonar, pero en mi fuero interno, jamás. Una vez pensé en presentarme a las oposiciones a controlador aéreo, porque me decía que es un curro en el que se trabaja poco y se gana mucho y deja tiempo libre para hacer lo que uno quiere, que en mi caso es hacer teatro. Y justo cuando empezaba a estudiar, me salió un trabajo en una compañía de teatro… Y me di cuenta de que tenía que olvidar aquella idea de opositar.
Hablando de teatro, ¿qué le apetece ahora, interpretar o dirigir?
Yo empecé en esto para ser actor, entre otras cosas porque no conocía el mundo de la dirección. Lo que más me interesa en el teatro es el proceso de creación del personaje. Luego, la ejecución, que es siempre sobre el mismo texto, es como si fuera una danza en la que todo tiene que estar en su sitio, es una parte secundaria. Desde esa perspectiva, siendo director no solo creas el personaje, lo creas todo. Y eso me llena más, y seguramente tiene que ver con mi carácter obsesivo y meticuloso, pero además me cuesta mucho delegar. Dirigiendo, puedo controlar lo que hace cada uno de los personajes, la puesta en escena, pero también el espacio sonoro, la iluminación, la escenografía… Me gusta tenerlo todo bajo control. Ahora estoy buscando la oportunidad de dirigir. Ese es otro proyecto que tenemos sobre la mesa.
El éxito abre puertas, es indudable. Pero de esos proyectos que tiene algunos seguramente estaban en su mente antes de La casa de papel, proyectos vitales incluso.
Desde luego. Soy de los que piensan que los proyectos o los sueños deben ser lo más grandes posibles. Y luego ser suficientemente sensato para saber que no pasa nada si no se consigue que sea tan grande y disfrutar lo logrado. En cuanto a proyectos vitales soy más que feliz; la felicidad existe en mi vida desde hace tiempo y eso también te aporta mucha tranquilidad. En el plano laboral, hay un proyecto que se mezcla con lo vital, que es la compañía 300 Pistolas, que monté con Blanca, mi mujer, y que nos ha dado estabilidad para no tener que hacer cualquier casting, sino poder elegir un poco más. Ahora está parado por la pandemia, porque es una compañía privada, sin ningún tipo de ayuda o subvención.
¿En qué ha cambiado la pandemia a Álvaro Morte?
Quizás en ser más consciente del aquí y ahora. Pasé un momento de salud complicado y, aunque lo superé perfectamente, desde entonces he procurado no olvidarlo. Disfruta del día a día porque no sabemos dónde vamos a estar mañana; la pandemia nos ha puesto sobre aviso: ‘Eh, cuidado, no nos despistemos’. Y nos ha dejado claro la importancia del contacto con la gente. Hay que aprovechar el tiempo.
No podemos dejar de hablar de la relación que ha establecido con Breitling, marca de la que es nuevo embajador. ¿Qué es lo que le atrae de la relojería y en concreto del mensaje de Breitling?
Mi abuelo paterno reparaba relojes, era el típico manitas que arreglaba todo lo que caía en sus manos; le recuerdo con la lupa en su mesa, con sus herramientas de precisión. Creo que el reloj define a la persona que lo lleva. Hay gente que es de un reloj para todo, y a mí me gusta cambiar. Breitling es una marca que he admirado siempre por la tradición que atesora, pero además tiene un aire fresco muy contemporáneo. Ofrece el equilibrio perfecto. Conecto mucho con la marca porque soy un amante de los clásicos y me gusta revisarlos con cierto aire de frescura, y eso es lo que Breitling me ofrece. Es la marca perfecta con la que trabajar.
Y en cuanto al estilo de reloj, ¿se decanta por algo más deportivo o por una visión más tradicional?
Cuando fui a la boutique de Breitling, me pasé horas para decidir, porque dudaba entre una pieza más deportiva o más de vestir… Al final me di cuenta de que necesitaba las dos, una más formal, aunque tuviera un carácter deportivo, y otra más aventurera.
Hablaba antes de los clásicos, ¿qué personaje de los clásicos le gustaría interpretar?
Uf, hay muchos… Me encantaría ponerme en la piel del Yago de Otelo, de Shakespeare, pero también en la de Calígula, que piensa que los locos son los otros. Y cómo no, también estaría encantado de hacer de Quijote.