Salir a pasear un domingo cuando sabes que hay cientos de personas machacando el asfalto a golpe de músculos es un placer para la vista y para el espíritu. Ah… Si además los corredores demuestran sus dotes para marcar tendencia, me empieza a interesar todavía más. Y si la carrera comienza cuando cae la noche y los gin tonics toman posesión de la escena… mmm… La noche empieza a ponerse interesante. Por eso estoy ansiosa por salir a la Barcelona Desigual Night Run. Este viernes, 21 de junio, con el verano recién estrenadito… Serán 8 kilómetros por donde desfilar con elegantes zancadas mirando al mar bajo los focos de la Torre Agbar. ¡Qué chic!
Desigual (presente en 100 países en todo el mundo y 22 millones de prendas vendidas el año pasado) se suma al carro de lo positivo, lo colorista, lo sano y no me extraña. En estos tiempos en los que correr por la ciudad resulta una aventura de preguerra, es estupendo comprobar que tanto firmas como participantes están dispuestos a esquivar a cualquier terrorista loco que intente dilapidar las ilusiones de los corredores.
Nadie que no haya participado en una maratón puede saber qué se siente, la emoción de integrarte en un grupo que sólo pretende una superación personal. Tú contra tu cuerpo. Pero esa lucha queda integrada en un todo, en un grupo multitudinario y solidario con cualquiera que esté ahí dentro. Oyes tu corazón palpitar y escuchas también los que tienes al lado. Y sales y te comes, feliz, el asfalto, la ciudad y lo que haga falta. Aunque llegues exhausto.
Por eso me encantan estas iniciativas empresariales donde no sólo se apuesta por la rentabilidad en euros del acontecimiento, sino por la rentabilidad de la imagen y la emotividad. No sé por qué razón genética los etíopes y los keniatas son siempre los primeros que cruzan la meta con esas piernas largas y poderosas… A lo mejor, la noche les confunde y se despistan por las playas de la Condal… ¡Vamos chicos, es nuestra oportunidad!