“Se lo acabo de decir a Matt [Damon]: perder sería un bajón, pero ganar daría miedo, mucho miedo”. Sin contener su emoción, un joven Ben Affleck (Berkeley, California, 1972) pronunciaba estas palabras con su primer Oscar en la mano en 1998, por el guion de El indomable Will Hunting, al lado de su amigo de la infancia y coescritor y antes de dar las gracias a todos lo que habían hecho posible que dos chavales de barrio pobre de Boston llegaran hasta allí. En esa frase, en principio muy del lugar común, se escondía, en realidad, parte de lo que vino después para él. Más de dos décadas de bajones y miedos que, por fin, a sus 50 años y con muchos títulos a su espalda y en su futuro, parece haber entendido y contenido.
El sueño de Affleck (como el de Damon) siempre fue el de ser actor. La interpretación era su vocación y siguiéndola se fue con su amigo, su hermano Casey y otros colegas del barrio a probar suerte en Los Ángeles. “Todos intentábamos triunfar de alguna forma –recordaba hace unos años–. Fue un tiempo de experimentar, de ir a audiciones y probar cosas. Y parte de lo que descubrimos fue el nivel absurdo de frustración que tuvimos que atravesar y los ridículos aros por los que tuvimos que pasar”. Y, a pesar de todo, cree que “fueron años maravillosos, de formación, de libertad y diversión”.
Pero no salió bien a la primera. Obligado por el rechazo como actor, decidió crear sus propias historias. Ahí está su primer título olvidadísimo (y larguísimo) como director: I Killed My Lesbian Wife, Hung Her on a Meathook, and Now I Have a Three Picture Deal at Disney (1993), donde se reía de parte de esa trastienda de los actores de Hollywood. Al que siguió el mencionado y premiado guion de El indomable Will Hunting (1997). “La mayoría de la gente no puede señalar el momento en que sus vidas cambiaron en una manera dramática, pero yo puedo”, recuerda Affleck siempre que puede. “Fue el momento en el que Robin [Williams] decidió apostar por esa película”.
Y, sin embargo, aquel gran momento de cambio y éxito abrió un nuevo camino inesperado, lleno de baches y que no decidió él solo. Por un lado, en aquel momento, les dijeron que mejor si los dos íntimos amigos, Damon y Affleck, se separaban. “Caímos presos de la idea de que debíamos individualizar nuestras carreras, hacer cada uno lo suyo, o la gente nos asociaría siempre juntos y eso nos limitaría”, revelaba este año. Aceptaron aquel consejo y evitaron a regañadientes el trabajo juntos, una decisión que hoy han revertido por completo con la creación de su nueva productora Artists Equity y dos películas que les han unido delante de la cámara en poco tiempo: El último duelo (2021) y Air (2023). Y, por otro lado, también les limitó de otra forma no calculada. Aunque el objetivo de El indomable Will Hunting siempre había sido tener “una muestra de trabajo actoral” que les ayudara a conseguir más papeles como actores, y eso lo lograron con creces, en el proceso habían disfrutado tanto creando la historia que querían más, pero no les dejaron seguir por ahí… al menos durante más tiempo del que esperaba.
Demasiadas propuestas
“Cuando llegó el éxito de la noche a la mañana y recibía propuestas de película, las cogía. Y es muy difícil bajarte de esa rueda de que te den todo hecho como actor. Sabes que el teléfono puede dejar de sonar en cualquier momento y, especialmente para Matt y para mí que veníamos de infancias muy modestas, era hasta irresponsable rechazar un trabajo por el que te iban a pagar mucho dinero”, dice Affleck. “Mi madre ganaba, no sé, unos 30.000 dólares al año como maestra de un colegio público en Boston; recuerdo que me pagaron 600.000 por Armageddon y pensé: ‘Este es el salario de 20 años de trabajo de mi madre”. ¿Cómo iba a decir que no a algo así? Y ese, admite hoy, fue el razonamiento de unos primeros años de este siglo de muchos errores como actor: Pearl Harbor, Gigli, Daredevil, Jersey Girl… Tardó en aprender otra importante lección de la industria: “Llegado un momento, se convierte en igual de significativo los proyectos que rechazas para lograr el tipo de carrera que quieres crear”.
Con esa nueva lección y contenida su montaña rusa personal (la separación de Jennifer Lopez, su alcoholismo y rehabilitación, su matrimonio con Jennifer Garner, la paternidad, su separación), recuperó al Affleck creador: guionista, director y productor. Y se enfocó al cine que le había llevado hasta allí, dramas y thrillers del tamaño justo, el Hollywood de autor de los 70 en su cabeza. Adiós, pequeña, adiós (2007), su auténtico debut en la dirección, fue un éxito en ese sentido. Más aún, The Town (2010). Y con Argo, dos años después y el Oscar a mejor película, confirmó que podía ser aún más interesante e importante para la industria si le dejaban libre que si le intentaban moldear como la típica estrella. Los premios y la crítica apoyan su trabajo, pero también el público: 450 millones de dólares en taquilla son muchas razones para que le dejen hacer. Y ahí no está incluido aún lo recolectado en Air, su último filme como director, actor, y el primero con su nueva productora, que iba a ir directo a plataformas y que, por su calidad, dio un triunfal salto a salas.
Cuando todo encaja por fin
Para Affleck, Air es la confirmación del gran momento que vive en el que lo personal (su mediático matrimonio con Jennifer Lopez) y lo profesional, por fin, van de la mano. La historia detrás de las zapatillas Air Jordan era una propuesta personal con la que, además, ponía a prueba un modelo de negocio contrario a ese ambicioso y avaricioso mundo que retrataba y es Hollywood. Con Artists Equity, todos los participantes de un filme, desde el protagonista al montador, cobrarán bonus si la película triunfa. Es su manera de compartir el éxito, de alcanzar un mundo más justo y de mostrarse como es, no como querían que fuera. Desde esa tranquilidad y calma que vive ahora, ha conseguido incluso hacer las paces con el papel más problemático de su carrera, Batman. Tras las sonadas críticas de sus dos películas como el hombre murciélago y decidir abandonar la franquicia y cualquier filme de dimensiones similares, ha sido su breve aparición en la próxima Flash en la que ha entendido al personaje. “Los cinco minutos que salgo ahí, son geniales”, reconoce. Se ha liberado de otro gran peso para seguir simplemente disfrutando de su gran momento. Esta vez, sí, lleno de muchos más proyectos personales. Sigue ganando porque él decide. Y ya no tiene (tanto) miedo.