Gimnasios, duchas, barberías, espacios de coworking y hasta reservados para siestas. Y también grandes pantallas de televisión, el wifi más veloz, talleres de coctelería e incluso asesoría para emprendedores. Sin renegar del aspecto señorial que, cueros y maderas mediante, fue su carta de presentación durante décadas, los clubs privados se reinventan, renuevan su oferta y la adaptan a los nuevos tiempos y perfiles demográficos. Pero mantienen su esencia: esa que consiste en hacerle sentir a uno un tanto especial y que tan irresistible resulta para muchos.
Superado ya el veto a las mujeres, a los nuevos espacios que proliferan sobre todo en Madrid y Barcelona no les importa el género de sus socios. Pesa más el tipo de personas que son o, al menos, que aspiran a ser. Difícil definir el perfil ideal, pero un vistazo a las tarjetas de presentación de esta nueva generación de clubs privados permite enumerar ciertos calificativos que encajan en la definición de sus membresías: activos, inquietos, emprendedores, seguros de sí mismo, viajeros, sibaritas, tecnológicos, creativos, deportistas… Y su edad ha bajado con respecto a la de esos señores de pelo blanco y traje de tres piezas que, puro y copa en mano, poblaban los sillones de los viejos clubs británicos, los originales, al fin y al cabo, de esta tradición que ahora se renueva.
Negocios compartidos
Tampoco parece ajena a los nuevos tiempos, concretamente a los malos, a los de la crisis, la aparición de los llamados clubs de negocios. The Wild Bunch, en Barcelona, es uno de ellos y su fundador, Uri Bueno, no oculta que él fue uno de esos a los que el boom inmobiliario aupó a la cima para luego perderlo todo. Quizás por eso su club “pretende dar refugio a empresarios de todos los sectores, edades y pensamientos”, desde el convencimiento de que un joven de 22 años con un smartphone “puede ser más poderoso que un ejecutivo con chófer”, según explican desde el club, que se dice “concebido para el trabajo y las relaciones empresariales”. Otra cosa es crear el entorno adecuado para ello, lo que en este caso se logra, en un ambiente de cueros, alfombras y jazz, con una oferta de ocio que incluye desde el más prosaico, como dardos, billar o salas de televisión para ver fútbol, hasta conciertos, cava de habanos o servicios de chef y catering a disposición. La cuota es de 100 euros al mes.
En Madrid, el Club 567 es “la sociedad que reúne a profesionales, emprendedores y empresarios bajo un mismo techo con el fin de cooperar, desarrollar sinergias positivas y generar ideas de negocios”. Y, sobre todo, garantizar la asistencia y el apoyo mutuos que, en este caso, cobran carácter de promesa: “El socio forma parte de una hermandad de personas con intereses comunes –explican desde el Club–. Todos tienen la obligación de ayudar a los demás y el derecho de ser auxiliados en caso de necesidad”. Así que, salvo espacios para reuniones, eventos y coworking, no cabe buscar en el Club 567 servicios destinados al hedonismo. Con una cuota que oscila entre los 15 y los 150 euros al mes, lo que se ofrece aquí es ayuda para problemas personales o profesionales; consultas empresariales de todo tipo; contactos; asesoría jurídica; organización de comidas y cenas en la sede y la utilización de las instalaciones del club, en la calle Velázquez.
La discreción es uno de los valores fundamentales de dos de los clubs pioneros de esta generación, ambos en el Barrio de Salamanca de Madrid: Matador, que se ha granjeado una reputación de excelencia basada en una cuidada agenda cultural –Antonio Muñoz Molina fue nombrado hace unos días nuevo bibliotecario del club– y la gastronomía del chef Alberto Povedano; y Alma Sensai, el que nació como el primer club para mujeres “y algunos hombres buenos”, que combina una extensa agenda de eventos con un comedor a cargo del chef Iván Sáez, un gimnasio o un ‘beauty corner’. Sus cuotas son de 1.380 (con rebajas para menores de 35 años y no residentes) y 2.000 al año, respectivamente.
La especialización es otra de las sendas por las que caminan los actuales clubs. Por ejemplo, para acoger a los amantes de los habanos: Club Pasión Habanos, en Madrid, se define como “un espacio para apreciar el habano” y que, sin necesidad de pagar una cuota, ofrece degustaciones exclusivas o maridajes con bebidas premium, chocolates o caviar. O para los deportistas, como el Club Fajador, también en la capital. En unas instalaciones inspiradas en los años 20 neoyorquinos, ofrece entrenamientos personalizados y a medida –de ahí la variedad de precios–, desde para quienes quieren superar sus registros en un régimen casi profesional hasta para los que intentan ponerse en forma o perder peso. Cuenta, además, con personal sanitario y especializado en nutrición.
La especialización del Soho House, en el barrio gótico de Barcelona, se refiere más a su membresía; la mayoría de sus socios, aseguran, son creativos: trabajan en el cine, la moda, la publicidad, la música, el arte o los medios de comunicación, y pagan 1.550 euros al año para acceder a los espacios de comida y bebida, una sala de cine, un gimnasio, una piscina cubierta, una azotea con piscina exterior y los eventos que se programen.