Algunas de las voces recogidas en este reportaje han pasado antes por GENTLEMAN. No es casualidad que, en tiempos de incertidumbre, hayamos recurrido en números anteriores a la autoridad de filósofos, sociólogos y diversos expertos para tratar de arrojar luz en una sociedad desconcertada. Este análisis no pretende esta vez, sin embargo, poner el foco tanto en lo que acontece como en lo que está por venir. Pero no desde una perspectiva visionaria que constate tendencias imparables, sino desde la capacidad del ser humano para moldear, si no la realidad, sí su entorno más inmediato. Por decirlo con la mayor claridad posible: sin caer en ese voluntarismo, a veces peligroso, que nos pretende convencer de que hasta la salud depende de nuestra actitud, sí tenemos a nuestro alcance suficientes herramientas para enfrentar la vida con una perspectiva mejorada. Utilicémoslas.
Optimismo vital
Una revisión de revistas de psicología arrojó el dato de que en 30 años habían publicado 101.004 artículos sobre depresión, ansiedad o violencia, pero solo 4.707 sobre alegría, amor y felicidad. Obviamente, ese fatalismo filosófico no es culpable de los sentimientos pesimistas que en ocasiones nos rodean, pero todo influye, como lo hace nuestra personalidad, genes incluidos, o el entorno social en el que nos desenvolvemos. El psicólogo Luis Rojas Marcos lleva años estudiando “los efectos preventivos y terapéuticos de la perspectiva optimista” de la vida y ha volcado sus conocimientos en dos libros, ‘La fuerza del optimismo’ (2005) y ‘Optimismo y salud’ (que ahora ve la luz). Y sus conclusiones son esperanzadoras, fundamentalmente dos: el optimismo puede hacernos más felices y, si no va en nuestra naturaleza, hay instrumentos para moldear nuestra forma de ver las cosas. Entre ellos, cita algunos tan a nuestro alcance como fomentar las relaciones con otras personas; hablar, aunque sea a una mascota o a nosotros mismos; ocuparnos en actividades que nos estimulen física o intelectualmente, periódicamente si eso nos ayuda; realizar actividades de voluntariado y, muy importante, tener sentido del humor.
Naturaleza y sencillez
El término “simplicidad voluntaria” se utiliza para referirse a quienes, por ejemplo, renuncian a trabajos muy bien pagados pero extraordinariamente exigentes para apostar por una vida más sencilla en términos económicos, pero que les deja más tiempo para dedicarse a sí mismos y a las aficiones, vocaciones o personas que realmente le satisfacen. Decía el filósofo Jordi Pigem en una reciente conversación con GENTLEMAN que “lo que hace feliz a una persona no es tener mucho, sino necesitar poco”. En un mundo que ha glorificado el materialismo, incluso con el apoyo de una ciencia para la que solo lo cuantificable existe, emerge un pensamiento postmaterialista que pone énfasis, “en la calidad de nuestras relaciones, no en la cantidad de nuestras posesiones materiales”, en palabras del propio Pigem, que sitúa gran parte de esa calidad en mejorar nuestra relación con la naturaleza. Entre otras razones, porque no hay otra salida. Como escribe el filósofo y sociólogo César Rendueles en el libro Contra la igualdad de oportunidades, “el colapso de una civilización basada en el uso intensivo de energías fósiles ya está ocurriendo. El mundo entendido como un lugar razonablemente acogedor para los humanos se está terminando. La cuestión ahora es cuánta prisa nos damos en conseguir minimizar los daños”. ¿Qué tal si empezamos por cosas tan sencillas como priorizar las compras en las pequeñas tiendas de barrio, apoyar los productos ecológicos y rechazar los empaquetados contaminantes?
El auténtico éxito
La realidad, en forma de crisis de diversa índole, parece empeñada en transmitirnos una enseñanza no siempre fácil de asimilar en una sociedad tan competitiva; lo hizo en 2008, cuando el batacazo económico se llevó por delante tantos proyectos empresariales y trabajos bien remunerados, y lo hace ahora, cuando un virus condena a la reinvención, como mal menor, a decenas de miles de negocios y trabajadores. ¿La enseñanza? Que el éxito personal, si es que tal concepto existe, nada tiene que ver con el profesional. Desconfíen de ese Wall Street de ficción en el que jóvenes dispuestos a triunfar multiplican sus horas de trabajo en busca de una recompensa que tarde o temprano llega. ¿Con qué entonces tiene que ver el éxito? “Con tener una vida plena”, dice el filósofo Jordi Pigem. ¿Es decir? “Que el día que te vayas de este mundo sientas que tu vida ha tenido sentido, que has aportado más luz que oscuridad a lo que te rodeaba, a tu entorno humano y al conjunto de la vida”. Otro filósofo, Javier Gomá, incidía también en esta revista en un concepto similar al hablar de su obra Inconsolable, escrita tras la muerte de su padre. “Solamente cuando uno muere lega a los demás la imagen completa de su vida”, decía al expresar los sentimientos del personaje de la obra, que se da cuenta así de que él también dejará una imagen a los que le sobrevivan, “y que todavía está a tiempo de mejorarla, llenándola de colores, de formas, de luz, para que transmita esperanza y dignidad”. Y resumía: “Os invito, procurad que la vuestra sea una vida digna y bella”.
Desconexión digital
Algunos estudios afirman que miramos el smartphone cien veces al día y pasamos enganchados a él una media de cinco horas. Las app que lo pueblan, entre ellas las redes sociales, están concebidas con un mecanismo de recompensas que activa la misma parte de nuestro cerebro, el sistema límbico, que nos lleva a querer comer, beber o tener relaciones sexuales, explica a GENTLEMAN Olga Valverde, neurobióloga del comportamiento. La diferencia es que, si en el caso de los estímulos naturales esa respuesta de nuestro cerebro está encaminada a preservar la especie, los estímulos artificiales, para los que no estamos preparados, pueden “desregular el sistema y provocar más frustración que bienestar”. El peligro de adicción es real, de forma que comencemos a usar el móvil no para buscar satisfacciones, sino para evitar la angustia y la ansiedad que nos provoca no usarlo. Añadamos otra perspectiva al problema: todo esto, esa compulsión de miles de millones de personas en el mundo por usar el móvil, ocurre porque informáticos pagados por poderosas empresas quieren que así sea. Como revela el documental El dilema de las redes, ellos saben exactamente cómo reaccionaremos ante cada estímulo y utilizan ese conocimiento para mantenernos pegados a la pantalla cuando más tiempo mejor. Jaron Lanier, gurú de internet, explica que el objetivo de estas empresas es lograr un cambio gradual e imperceptible de nuestro comportamiento, hacernos otra persona. Para ellas supondrá dinero; para nosotros ¿qué?