En las biografías de los y las grandes modelos se repite ese momento en el que algún cazatalentos visionario descubre, en un encuentro fruto de la casualidad –a veces en el metro; cuando no, en el bar–, el potencial del personaje y le abre las puertas a un mundo que hasta entonces ni siquiera había imaginado. También en el caso de Mark Vanderloo (Waddinxveen, Países Bajos, 1968), uno de los primeros, si no el primer top model masculino, hay algo de eso: es cierto que en 1992, recién licenciado en Historia y mientras trabajaba como camarero en un bar de Nueva York, acompañó a su novia a un casting para un anuncio y lo acabó protagonizando junto a ella. Pero también es cierto que el propio Vanderloo quería que eso ocurriera. Lo reivindica ahora, más de 30 años después, en conversación con Gentleman, cuando se le pregunta qué hubiera sido de él si aquel anuncio no se hubiera cruzado en su camino. Primero ríe, y luego afirma: “Yo también he buscado esta vida”.
Y la vida que ha tenido, y la que tiene ahora, le gusta. Transmite felicidad y se confiesa feliz. “Me siento tan afortunado… –dice–. He pasado tantos años buenos, con buenos amigos, con buenas relaciones, con buenos trabajos, viajando tanto… Soy feliz hasta la Luna –bromea en un español esforzado que habla siempre que tiene ocasión–. Pero el cielo tiene más que la Luna; si no buscas nuevas estrellas, te aburres”.
Empecemos, entonces, contando la vida que tiene ahora. El real estate es su principal ocupación: “Me encanta comprar, vender, alquilar, reformar… casas y pisos”. La hace, sobre todo, en Andorra, donde reside gran parte del año, el invierno especialmente. Pero también en otros países donde surgen oportunidades, Portugal por ejemplo. Pasa también algún tiempo en Ibiza y algo más en Ámsterdam. Y la mención de la ciudad holandesa nos sirve para recordar que, en otra conversación con esta revista, contó el momento en que, en 1996, en plena cresta de la ola, estuvo a punto de dejarlo todo cuando, sometido a un ritmo vertiginoso que parecía írsele de las manos, perdió un avión que quería coger para pasar unos días con su madre. “Lo dejo”, le dijo a su representante. “Tienes razón. Me he equivocado”, le contestó a modo de disculpa por no darle tregua. “Soy una persona que siempre quiere controlar todo –explica Vanderloo–, pero en la vida no siempre tenemos la oportunidad de hacerlo. Ahora estoy empezando”, dice riendo.
Efectivamente, ahora, hace ya tiempo, elige hasta dónde le lleva la vinculación al mundo de la moda que aún mantiene: un par de campañas al año, escogidas, y muchas veces con firmas y profesionales que ya conoce. Y que, además, saben perfectamente lo que quieren cuando le llaman a él. “Ser el viejo –bromea a sus 55 años– tiene sus ventajas”. Hay tantos jóvenes peleando por hacerse con un hueco en el mundo de la moda que quien necesita de una imagen más madura tiene poco, pero de las máximas garantías, donde elegir.
Un trabajo recomendable
Por cierto, uno de los hijos de Mark, Mark Vanderloo Jr., ya ha dado sus primeros pasos en la moda; con el apoyo de su padre, aunque con ciertas reticencias ante lo que le espera si solo se dedica a eso –cosa que no parece, pues al junior le tira también, y bastante, la producción musical–. “En estos 30 años, este mundo ha cambiado mucho –explica Vanderloo–. Hoy, para el mismo trabajo que entonces, hay mil veces más gente que quiere hacerlo, entre ellos, también famosos y actores. Así que tú trabajas mucho y lo bueno no es para ti”. Pero que conste: “La vida de la moda ha sido muy amable conmigo. Si quieres un trabajo donde cada día es diferente, la moda es un sitio perfecto para estar. Sí, me encanta”.
Recopilemos ahora cómo ha llegado Vanderloo hasta aquí. Aunque antes ya había tenido su hueco en una revista holandesa, lo cierto es que aquel anuncio providencial le sirvió para encauzar el camino. Fichó por una agencia y comenzaron a llegar trabajos de renombre, entre ellos, el definitivo para su lanzamiento internacional: la campaña, en 1995, para el perfume Eternity, de Calvin Klein, junto a otra de las top models del momento, Christy Turlington; tan icónica, que la firma lo recuperó años después para el relanzamiento de la fragancia. También pertenecen a aquellos años las campañas para la colección de Hugo Boss de la temporada primavera-verano de 1996; para Versace Couture en el mismo año y, algo después, la que compartió para DKNY con la española Esther Cañadas –entonces su pareja y luego esposa durante apenas unos meses–.
La escalada necesaria
Vanderloo no se atreve a destacar ninguno de esos trabajos por encima de los demás. “Si quieres nadar, primero tienes que flotar, y luego si puedes saltas desde el trampolín”, dice para explicar que todos, uno a uno, fueron escalones necesarios en este ascenso a los altares.
Porque lo cierto es que el holandés, efectivamente, llegó a la cima, junto a pocos más nombres masculinos en aquella época –quizás el sueco Marcus Schenkenberg o el estadounidense Michael Bergin– y muchos más femeninos, protagonistas absolutas de la glamurosa época, entre los 90 y algo de los 2000, de las grandes tops: Cindy Crawford, Linda Evangelista, Claudia Schiffer, Naomi Campbell, Elle Macpherson, entre otras. “Yo tengo una distancia de mi imagen –finaliza la conversación Mark Vanderloo para explicar su trabajo–. Mi imagen es una parte de mí, pero no está conectada con mi persona. Y esa distancia nunca se toca”.
Por cierto, Mark Vanderloo viajó a España para realizar esta sesión fotográfica justo después de pasar unos días con su madre. Hace tiempo que no pierde esos aviones.