Vicente Dalmau Cebrián-Sagarriga: “Este año inauguramos una bodega que será la más moderna del mundo”

Vicente Dalmau Cebrián-Sagarriga: “Este año inauguramos una bodega que será la más moderna del mundo”

Vicente Dalmau Cebrián-Sagarriga: “Este año inauguramos una bodega que será la más moderna del mundo”

La entrevista se transforma en conversación, en confesiones en las que Vicente Dalmau Cebrián-Sagarriga hace un repaso a 25 años de trabajo intenso, de pasión y de humildad, pero sobre todo “de honradez alrededor del mundo del vino. Todo lo que he hecho ha sido con pasión, con honestidad y una felicidad máxima…, aunque todos los que me conocen y mi equipo me dicen que no sé relajarme, que siempre estoy en tensión. Pero yo soy feliz con mi trabajo”. Un trabajo ratificado por el galardón otorgado a Castillo Ygay 2010 por Wine Spectator como mejor vino del mundo. Aunque también sirve para recordar los riesgos asumidos, “que han sido muchos, porque tuve que empezar muy pronto. En mi caso, el máster ha sido la vida, donde he descubierto también la soledad, que es brutal”. Y no fue fácil el comienzo, donde aún rememora cuando, recién fallecido su padre, “me planto delante de la gente que trabajaba en la empresa y les digo: ‘no es preocupéis, yo estoy aquí’. Era un momento extremo y solo se me ocurrió decir eso para transmitir seguridad”. Vicente Dalmau ha disfrutado de este éxito, por supuesto, pero en su vida siempre los logros profesionales tienen dos focos principales: “En mi discurso de agradecimiento por el galardón, la base se centra en dos aspectos: mi familia y España. Pedí incluso una bandera; yo pienso en todo el mundo, en el trabajo que están haciendo todos los bodegueros…”. Y no duda en afirmar que “España es el país del futuro del vino”.

Este no ha sido un premio a un vino –Castillo Ygay 2010–; es también el éxito de una forma de entender el mundo del vino. ¿Hay límites por superar?

Este premio lo concede una publicación muy importante como es Wine Spectator, que cada año elige un vino en lo que son considerados los Oscar del vino. Cuando nos dan el premio, explican que es por un compendio de activos. Hablan de trayectoria, de consistencia, de presencia internacional, de recorrido en los últimos 25 años, de inversión y de cómo se ha transformado un proyecto clásico. La esencia es el Castillo Ygay 2010, que no olvidemos es una bodega nacida en 1852. Un vino que representa la excelencia, la calidad máxima, lo único y lo diferencial; que solo y exclusivamente se presenta al mercado en años especiales. Elaboramos el vino todos los años, pero en su segundo año de crianza decidimos si su proceso de maduración en bodega va a continuar o no… Si no da la talla, pasa a formar parte del Marqués de Murrieta, pero si continúa le queda un largo periplo en barrica, en botella. Lo que está claro es que afrontamos el nivel máximo de exigencia. ¿Hemos llegado a hacer el mejor vino del mundo? Es complicado decirlo así, pero sí puedo afirmar que siempre hay una afán de superación por nuestra parte, de intentar mejorar. El año que viene inauguramos una bodega –en el área productiva– en la que llevamos seis años de trabajo y que se convertirá en la más moderna del mundo, y la primera en La Rioja. Han sido casi 32 millones de euros de inversión y donde, por supuesto, se respeta el trabajo que realiza el ser humano pero facilitando su tarea y con el máximo control de lo que sucede en la bodega. El afán de búsqueda es infinito; cumplo 25 años al frente de la compañía tras la muerte de mi padre en 1996, como exponente de una familia en la que también está una de mis hermanas, y siempre con la perfección como objetivo. Te pongo un ejemplo, Pazo de Barrantes. Hemos estado haciendo este vino durante muchísimos años, pero hace dos decidí que teníamos que conseguir algo más especial. Hemos estado dos años sin vender una sola botella, porque hemos buscado crear un vino único. Este tipo de premios lo que te dicen es que vas por el buen camino, pero no quiere decir que hayamos acabado.

El reflejo está también en el carácter internacional y en su visión del vino de calidad.

El premio habla precisamente de la internacionalización. La primera exportación de esta bodega data de 1850; yo he sido educado en el exterior, de hecho mi padre me hizo director general de exportación con 17 años. Mi vocación plena es internacional; para hacer una gran marca tenías que estar en el mayor número de países… y ya estamos en 100. Mi vida ha estado vinculada al viaje: he llegado a pasar 200 días al año viajando, pero lo que es más importante: casi el 70% de nuestra facturación viene del exterior. Este premio no solo es la primera vez que lo obtiene un vino español, sino que simboliza que nuestro país está ya a la altura, que tiene un reconocimiento y puede competir con países como Francia.

Y usted también ha desarrollado un concepto de marca…

Si tuviera que calificarme, yo que he nacido en el mundo del vino, me gustaría que me consideraran como un gestor de marcas más que como bodeguero. Yo he marcado las directrices, pero detrás está el trabajo de todo un equipo. Crear marca ha sido una tarea difícil, pero yo creo mucho en la marca España, en esos empresarios que están al frente de compañías y cuya categoría es indudable. Pero es verdad que en España no se ha creído en el largo plazo; no ha habido una formación de marca, mientras esto sí se producía a nivel internacional. Es cierto también que nosotros tenemos producto, con el que además sorprendemos al resto. Pero hay un problema de futuro a considerar: vamos a vivir un momento complicado cuando suban los precios del vino.

Si echa la vista atrás, ¿qué es lo que más le ha costado lograr en estos 25 años?

Yo me quedé solo a los 25 años, cuando uno es impetuoso, y tuve que tranquilizarme para pensar en el largo plazo. No he podido cumplir todos mis deseos; quizás me hubiera gustado hacer otras cosas que mi trabajo no me ha dejado. Estoy encorsetado en un mundo que es el de esta marca, a la que le he intentado dar un punto de modernidad pero no desde un punto de vista rupturista, sino mejorar para que todo siga igual.

¿Y qué se necesita en el mundo del vino?

No creerte que tú eres el dueño; quien marca las pautas es él. Tienes que escucharle, manejarle, pero si intentas estar por encima de él te contesta siempre mal. Hay un factor tiempo, por supuesto, pero yo diría que lo más importante es la honradez, y es algo que se percibe cuando tomas un vino. Eso es lo que he intentado siempre. Yo tengo una cualidad, aunque yo lo llamaría defecto, que es el perfeccionismo en todo lo que hago. A nivel profesional es fantástico –seguramente no para los que trabajan a mi lado–, pero en el plano personal es durísimo. Soy una persona de fácil llegada, pero si no vives el trabajo como yo, la convivencia es complicada. Yo estoy 24 horas activo, no salgo del área profesional ni cuando estoy en una comida o viajando. Y no lo veo como algo negativo porque yo soy el hombre más feliz del mundo.

¿Se arrepiente de algo de lo que ha hecho?

No, pero sí es verdad que a mis 51 años pienso en que me he dedicado muy poco tiempo para mí. He sacrificado muchas cosas, porque lo profesional me ha absorbido. 24 horas después de morir mi padre tenía tres ofertas para comprar la bodega. Y estaba claro que tenía que optar por eso o por asumir el testigo que mi padre me dejaba, después de una educación casi militar en la que se me inculcó mi obligación hacia la familia y hacia los proyectos. Eran muchas cosas; por ejemplo, para mí los títulos nobiliarios han sido un peso más, una responsabilidad después de 500 años en la familia. Siempre me decía una amigo –Grande de España– “por qué no utilizas los títulos” y yo le respondía que con 25 años me daba vergüenza. Así que al final entendí cuál era mi misión en la vida, y que tenía que demostrar que la educación que había recibido debía servir para demostrar que podía sacar esto adelante.

¿Cuál ha sido el comentario que más le ha gustado de los que ha recibido?

El de quienes me conocen desde pequeño y me dicen aquello de “qué orgullosos estarían tus padres”.

Salir de la versión móvil