Alfonso Cuarón: «Un director no puede hacer una película que no sea personal»

Alfonso Cuarón: "Un director no puede hacer una película que no sea personal"
Alfonso Cuarón: "Un director no puede hacer una película que no sea personal"

En el número 21 de la calle Tepeji, en la colonia Roma, un barrio bien de la Ciudad de México, en una casa unifamiliar que ya no existe, creció Alfonso Cuarón (México, 1961). Cuando él tenía solo nueve meses, allí llegó Liboria Rodríguez desde Tepelmeme Villa de Morelos, un pueblo de 1.600 habitantes en la región mixteca del estado de Oaxaca. Liboria, o Libo, como la llamarían siempre desde aquel día, entraba a trabajar como nana para la familia Cuarón Orozco, para criar a los cuatro hijos y ayudar con las tareas del hogar. Libo pasó a ser la ‘segunda mamá’ de Alfonso y sus tres hermanos, una mujer a la que quisieron con locura, que les acompañó un día tras otro al colegio y les llevaba a ver sesiones dobles y hasta triples en unos cercanos cines de su casa también extintos.
Alrededor de Libo, Cuarón pergeñó ‘Roma’, su película número ocho como director, la que más lejos ha llegado y más lejos le llevará: obra maestra unánime según la crítica mundial, León de Oro en Venecia, Globos de Oro a mejor película de habla extranjera, guión y dirección y 10 nominaciones a los Oscar. ‘Roma’ es también el regreso del cineasta a sus raíces: han pasado 26 años desde que abandonó México y 17 desde que no rodaba en español (desde ‘Y tu mamá también’).

Cuarón dedica ‘Roma’ a las mujeres de su vida, a Libo, que en la película se lama Cleo (y la interpreta la debutante Yalitza Aparicio), a su madre (Marina de Tavira) y a su abuela (Verónica García). Con las tres se criaron los cuatro hermanos cuando su padre se fue de casa: Alfonso tenía 10 años. Esa edad en la que aún soñaba con ser astronauta o piloto y se pasaba el tiempo mirando las estrellas y aviones por la ventana (como ese que atraviesa el cielo al principio del filme).
Una obsesión que fue sucedida por otra, la cámara Pentax que le regaló su padre al cumplir 12. A los 13, el propio Cuarón se compró una Minolta Súper 8 y pasó de mirar por la ventana a mirar por el visor. Grababa a sus hermanos, a Libo y a su madre todo el rato, los convertía en protagonistas voluntarios o involuntarios de sus películas caseras. Al terminar el instituto dijo que quería estudiar cine, pero su madre, química, le convenció para que sacara una carrera más seria. Se matriculó en Filosofía y solo aguantó un curso antes de pasarse al Centro Universitario de Estudios Cinematográficos.

LOS TRES AMIGOS

Allí conoció al primero de sus amigos/compadres/socios creativos que le ha acompañado toda su carrera, Emmanuel Lubezki, Chivo, según muchos el mejor director de fotografía de hoy. En su entorno artístico también conoció a su primera mujer, Mariana Elizondo, con quien tuvo un hijo a los 20 años, Jonás Cuarón, hoy también compañero de trabajo: juntos escribieron ‘Gravity’ (2013), Alfonso produjo la ópera prima de Jonás, ‘Desierto’, y ahora trabajan en el guion de ‘A Boy and His Show’.
Obligado a mantener a su familia, Cuarón entró a trabajar en el Museo Nacional hasta que, seducido por un amigo, decidió volver a intentar su sueño cinematográfico aceptando trabajos de todo tipo en películas de conocidos, desde actuar como asistente a escribir un bolero. A finales de los 80 formó parte del equipo de realización de la serie ‘La hora marcada’ (el Twilight Zone mexicano); allí conoció a otro de sus amigos/compadres/socios creativos, alguien que en aquel momento solo era conocido por su maestría como maquillador de efectos, Guillermo del Toro.

Del Toro se acercó a Cuarón para criticar el corto en el que había adaptado un relato de Stephen King. Ante tal honestidad se rieron y sobre ella han cimentado una amistad y relación laboral de 30 años, a la que unieron una tercera pata a principios de los 2000: Alejandro González Iñárritu. ‘Los tres amigos’ les llaman, así, en español, en la industria hollywoodiense. Representan la nueva edad de oro del cine mexicano que, curiosamente, vive y trabaja fuera de su país.
Del Toro se fue tras el secuestro de su padre, en 1997; Cuarón, después del estreno de su ópera prima ‘Solo con tu pareja’ (1991) en el Festival de Toronto, hizo una parada en Los Ángeles llamado por Sidney Pollack y nunca volvió a México (ha vivido en Nueva York, Italia, y ahora en Londres); e Iñárritu se fue también a Los Ángeles tras el éxito de Amores perros.

Entre los tres suman ocho Oscar, y sus películas ‘El laberinto del fauno’, ‘Gravity’, ‘Birdman’, ‘El renacido’ y ‘La forma del agua’ acumulan 25 de esas preciadas estatuillas, a las que añadir las que Cuarón muy posiblemente gane en la madrugada del 25 de febrero. Tuvieron una productora, Cha cha cha, que ya cerraron, pero siguen colaborando. Cada proyecto que empiezan pasa por las manos de los otros. Excepto ‘Roma’. Por primera vez, Cuarón no quiso compartirla con sus compadres.
ROMA, CIUDAD ABIERTA

“Quería confiar en mis instintos, en estos momentos que iban saliendo. No quería pensar en la narrativa, y es un proyecto en el que no quería tener ninguna referencia”, explica Cuarón. El director quería que su memoria (ayudada por los relatos de Libo) fuera el caldo de cultivo de un guion que acabó escribiendo en dos semanas y jamás enseñó por completo a nadie.
Ni siquiera a su productor para convencerle de que le buscara los 15 millones de dólares que necesitaba. Ni a sus actores durante los 110 días que duró el rodaje: rodaron cronológicamente y cada día antes de cada escena se reunía por separado con cada uno para explicarle qué iba a pasar; a veces hasta les daba indicaciones contrarias para que el resultado fuera más real y sorpresivo aún.
Cuarón solo quiso fiarse de su memoria. De esa memoria que, como escribió Borges, es un “montón de espejos rotos”. Cuenta su infancia, pero la cámara no está en los ojos del personaje de Alfonso, del niño, sino de Cleo, la nana, que observa en silencio el drama doméstico y también el drama social: la represión política, la masacre del Corpus Christi o El Halconazo, la diferencia de clases. Ese México que él vivió, recordó y al volver, se dio cuenta de que seguía demasiado igual.

Por eso ‘Roma’ es su película más personal sin dejar de ser una crítica a la desigualdad, la discriminación. Es una reivindicación de la mujer indígena como Cleo, mientras él se cura las heridas de su pasado. Es una demostración de que se puede seguir siendo autor en la gran industria del cine. “Los cineastas no deberían sacrificar sus propias voces para trabajar en Hollywood”, dijo el director chilango en un curso reciente. “Un director no puede hacer una película que no sea personal”. Él sucumbió con ‘Grandes esperanzas’ (1998) y aún se arrepiente.
‘Y tu mamá también’ (2001) era obviamente personal, casi autobiográfica; y aunque no lo parezca, ‘Harry Potter y el prisionero de Azkabán’ (2004) y hasta ‘Gravity’ eran personales. La última la sufrió y sudó durante años, casi los siete que estuvo sin dirigir después de ‘Hijos de los hombres’ (2006), y hasta el último día antes del estreno algunos inversores se apartaron previendo una catástrofe: acabó acumulando 800 millones de dólares en taquilla y siete Oscars.
Después todo fueron ofertas suculentas, “grandes filmes, con estrellas, más dinero. Entendí que no tenía que hacer eso, sino volver a México para rodar la obra que debería haber realizado desde hacía décadas”, dice. ‘Roma’ es la película que le sube a los cielos que admiraba de pequeño. En sus propias palabras, es un “salvavidas” que le lanzaron “a la mitad de una tormenta en medio de un océano inacabable”.

Por Redacción Gentleman

Revista de moda masculina, estilo de vida y lujo

Salir de la versión móvil