En la zona madrileña de Marqués de Vadillo, en una antigua imprenta de cuatro pisos atravesados por un hueco que ilumina todas las plantas, tiene su estudio Álvaro Catalán de Ocón (1975). Aunque el espacio posee ese carácter espectacular que aporta lo industrial y sea también acogedor, el diseñador prefiere trabajar lejos de aquí: en África, en Sudamérica, en Asia, en Oceanía. En contacto con comunidades indígenas que colaboran en la creación de sus piezas: “Es lo que realmente me da la vida y me engancha –reconoce–. Pasar un mes, un mes y medio, dos meses con un grupo aborigen en Australia es otro nivel de experiencia. Y lo mismo con comunidades colombianas, chilenas o etíopes, de Ghana, Japón, Tailandia…”.
A principios de 2010, ya se había hecho un sitio en la escena nacional e internacional. Sus obras eran audaces en la técnica; precisas en la estética, y empáticas desde un punto de vista afectivo. En muchas ocasiones, el cuestionamiento del propio ejercicio del diseño era el núcleo del que crecían las piezas, como la mesa Prima –en referencia a la familiaridad que tiene con la obra Cugino del italiano Enzo Mari–, que centra su atención en el soporte de tres patas que sostiene la plancha circular de cristal, transformando una cuestión técnica en ornamento. O la mesita accesoria Rayuela, que al igual que Prima busca la economía de medios maximizando su potencia visual. En este caso, mediante la repetición de un módulo que, combinado con otros idénticos, genera diversas formas de construir un patrón geométrico y el propio mueble.
A pesar del reconocimiento que obtenía por su trabajo, el sector estaba aún muy afectado en aquellos años por la crisis de 2008. Salir del estudio, experimentar y buscar nuevas fronteras fue la manera en la que Catalán de Ocón afrontó un periodo de incertidumbre. Volver a los orígenes del diseño se convirtió en el punto de partida que abrió un mundo de posibilidades que aún sigue explorando. Y en el que la preocupación medioambiental, tan ligada a lo ancestral y vernáculo, aportaba una solución creativa a un reto global.
“Nuestra intención era responder a los residuos plásticos que había en muchas zonas selváticas colombianas –explica el diseñador–. Como ahí no hay industria del reciclaje, decidimos reutilizar las botellas de plástico, hacer upcycling, ya que reciclarlas requiere energía, infraestructuras y maquinarias. La artesanía en Colombia es muy potente y muy personal, y trabajamos con un grupo de artesanos desplazados por la guerrilla en el Amazonas”. El resultado de aquella aventura fue la PET Lamp. Una pieza superventas que el año pasado celebró su décimo aniversario y cuya solución formal es muy sencilla: la tulipa crece entretejida de la boca de una botella de refresco, fabricadas habitualmente con plástico PET. De ahí su nombre.
Si las primeras comunidades con la que colaboró Catalán de Ocón fueron los esperara-siapidara y los gumbianos, después continuó con los chimbarongo en Chile, los abisinios de Etiopía, los raminging de Australia y los pikul de Tailandia, entre otros. Cada cultura aporta su saber ancestral, la técnica y estética que le son propias, introduciendo una dimensión antropológica a las piezas. La intersección de lo industrial y lo artesanal genera en el diseño una síntesis que se ha convertido en marca de la casa. En un sentido más poético, la luz de estas lámparas nos recuerda la existencia del otro, o de quienes fuimos.
En la colaboración que realizó con los aborígenes de Australia, en lugar de tulipas individuales desarrolló una sola pieza tejida de gran tamaño que está iluminada desde abajo, ya sin botellas PET. La forma extendida, como una alfombra, inspiró los trabajos más recientes de Catalán de Ocón, piezas murales sin función práctica. Los Tapices Frafra parten de imágenes aéreas de poblados del norte de Ghana, realizadas por dron y reinterpretadas por los propios artesanos que las habitan.
“Es un trabajo colaborativo. No pretendemos que sea algo únicamente nuestro, damos un margen de creatividad muy grande”, explica Catalán de Ocón sobre su alianza con comunidades indígenas. “Nosotros lanzamos la idea y sugerimos quizás formas de hacerlo y ellos encuentran la forma específica de resolverlo desde la técnica. Nosotros no sabemos tejer, pero tenemos una perspectiva amplia del tejido. Siempre digo que el diseñador no es experto en nada”.
Atravesados por la naturaleza, los diseños de Catalán de Ocón van más allá de la simple aplicación de estrategias artesanales al diseño. Plastic Rivers, otra de sus series más populares, son alfombras de hilo de plástico obtenido en la India, cerca del río Ganges. “La idea era que el objeto hablase del material del que está hecho. El 80-90% del plástico en los océanos viene de diez o veinte ríos. Entonces, queríamos registrar cuatro de ellos y que fuese como un documento objetivo”.
El tacto de estas alfombras es sorprendentemente suave, parece que los dedos fluyen sobre una corriente de seda. El mapa del río sobre el que se camina, obtenido de Google Earth, recuerda la dimensión tecnológica en la que nuestra sociedad occidental se mueve. También la distancia que nos aleja de la naturaleza a la que Catalán de Ocón regresa una y otra vez en busca de inspiración.