Su altura, su envergadura, ojos azules, piel bronceada, pelo rubiasco y esa sonrisa transmiten tal seguridad… La misma con la que Armie Hammer (Los Ángeles, 1986) rodó cada escena de ‘La red social’ (2010), en la que aparecía en aquel papel doble que le catapultó, los gemelos idénticos Winklevoss. “Mido 1.96 y somos dos”, decía en aquel filme. Una frase para la historia, un tamaño para impresionar. Y, sin embargo, hay algo que desmontó por completo esa aparente solidez, y tenía que ver justo con su tamaño. “No creo que nunca en mi vida haya estado tan incómodo como en esa escena de baile. Fue tan lamentable”. Hammer rememoraba así la vergüenza que soportó mientras bailaba solo, como si nadie le mirara, aunque tuviera más de cien ojos encima de él, el ‘Love My Way’, de Psychedelic Furs, en ‘Call Me By Your Name’.
Muy consciente de su imagen, hace mucho tiempo que se dio cuenta de que baile bien o mal es el centro de la pista. “Siempre soy el más alto”, dice. A Oliver, su personaje en la película de Luca Guadagnino, poco le importaba que le miraran. “Yo les decía: ‘Esto es el infierno, ¿podemos cambiarla por más escenas de desnudos, por favor?”. Pero la secuencia era clave. La repercusión viral que tuvo lo ha demostrado después. “Y para eso estábamos ahí, para desafiarnos”, explica, una vez que entendió todo y se dejó llevar para bailar sin música. Esos movimientos algo arrítmicos pero libres son, paradójica y tiernamente, el giro definitivo del filme, cuando Elio (el personaje de Timothée Chalamet) sucumbe completamente.
Y también es, probablemente, cuando sucumbe cada espectador que no se hubiera enamorado ya de Oliver y de la pareja en el romance más laureado de 2018. Un antes y un después para Armie Hammer en tantos sentidos. La escena del baile fue parte de lo que hizo crecer las expectativas antes incluso del estreno. Tanto se compartió en redes sociales que el actor tuvo que abandonarlas brevemente. Hasta entonces él mismo podría bromear “con el efecto Armie Hammer”, llamando así a la mala suerte de algunos de sus filmes (‘El llanero solitario’, ‘El nacimiento de una nación’, ‘The Man from U.N.C.L.E.’); pero después de ‘Call Me By Your Name’, ‘el efecto Armie Hammer’ tiene más que ver con su capacidad para enamorar desde la pantalla.
Un efecto de estrella del viejo Hollywood que siempre le persiguió, pero hasta hace muy poco él no había podido o sabido aprovechar (o quizá fue la industria, o quizá era el público) y que también tiene mucho que ver con ese físico, ese porte, esa envergadura que tenían los grandes (valga la redundancia), como Cary Grant, Jimmy Stewart o John Wayne.
“Si tuvieras que pintar a un príncipe, dibujarías a Armie”, decía el director Tarsem Singh, que le escogió como príncipe en su versión de Blancanieves (‘Mirror Mirror’), añadiendo que “sería un príncipe con trasfondo”. Guadagnino, quien le ha terminado de coronar, lo vio cristalino cuando le ofreció el papel de Oliver que Hammer, por unos momentos, casi rechaza. “Armie es una persona muy compleja. No es solo que sea guapo, es su agitación interior lo que me fascina”, confesó el director italiano. Hay que admirar su honestidad y naturalidad sabiendo el mundo privilegiado en el que creció. Bisnieto de una gran fortuna del petróleo americano, fue educado en los buenos modales y las mejores apariencias entre Texas, Los Ángeles y las Islas Caimán, donde descubrió el cine, donde vio ‘Solo en casa’ y esa misma noche soñó que él era Macaulay Culkin y se despertó queriendo serlo. Dijo que quería ser actor, sus padres se rieron.
Pero lo decía en serio y a la vuelta a su vida en Los Ángeles, a pesar de la falta de referencias culturales pop que padecía (“No sabía quién era Nirvana o los Lakers”), continuó con su plan. “No es que decidiera que iba a ser actor, decidí que no iba a hacer otra cosa”, aclara. A los 17 años abandonó el instituto para centrarse en la interpretación. Empezó bien, papeles secundarios (o muy secundarios) en series: ‘Arrested Development’, ‘Veronica Mars’, ‘Mujeres desesperadas’ o ‘Gossip Girl’.
Por suerte para él, Aaron Sorkin y David Fincher no tardaron en darle ese papel doble de niños bien y descarados en ‘La red social’. A lo que siguió J. Edgar, de Clint Eastwood, con Leonardo DiCaprio, ‘Mirror, Mirror’… Hammer ascendía y ascendía. Momento perfecto para su primer protagonista en una gran producción, ‘El llanero solitario’; él era el llanero del título, Johnny Depp, la gran estrella con papel secundario. Y juntos se estrellaron. Hammer estuvo más de un año sin aparecer, después de unos meses de sobreexposición, necesitaba parar.
En 2015 regresó: ‘The Man from U.N.C.L.E.’ fue otro título del que se esperaba mucho y que, con el tiempo, ha ido ganando admiradores. ‘El nacimiento de una nación’ (2016) fue otra decepción, provocada por el pasado del director (acusado de violación años atrás). ‘Free Fire’ o ‘Nocturnal Animals’ no tuvieron éxito comercial, aunque sí de crítica. Hammer estaba tendiendo al camino del actor, actor, huyendo de tantas luces, que desembocó en ‘Call Me By Your Name’, en hoy y el nuevo Armie Hammer.
Pero el actor aún permanece escéptico, aunque el presente y futuro cercano estén llenos de proyectos interesantes (‘Hotel Bombay’, estreno ahora; ‘Wounds’; ‘Dreamland’; un remake de ‘Rebecca’; ‘Muerte en el Nilo’ y, por supuesto, la secuela de ‘Call Me By Your Name’). “He escuchado tantas veces el discurso ‘Este es tu momento”, ha reconocido. “Te lo digo, Armie, esta es la película’; ‘No, es esta’. Según como yo lo veo, estoy construyendo un ‘collage’ de trabajo”. ‘Call Me By Your Name’ hizo lo que hizo, según él, y lo único que le importa es seguir trabajando. Pero no vale ya cualquier trabajo. Si siempre se ha movido por la máxima de aceptar solo aquello que le motivara (“solo acepté una vez algo que no debería”, admite sin dar nombre), ahora con más razón, después de aquel verano de rodaje en Lombardía, después de aquel baile que lo cambió todo.