El cuarto de las maravillas de François Joseph Graf

El cuarto de las maravillas de François Joseph Graf

El cuarto de las maravillas de François Joseph Graf

Un cuarto de maravillas lleno de tejidos suntuosos, muebles y jarrones de inspiración oriental, extravagantes objetos decorativos con ostras de cerámica. Y una cantidad de cactus bien expuestos para recordar el espíritu punzante del dueño, el arquitecto y decorador parisino François-Joseph Graf. Una carrera que tuvo su comienzo en 1984, cuando fue nombrado arquitecto en el Palacio de Versalles, para luego convertirse en el interiorista francés más famoso en el mundo. A él han acudido los grandes nombres, desde los Rothschild hasta los Kravis. Todos en busca del famoso “toque-Graf”. GENTLEMAN lo ha encontrado en ocasión de la primera ‘Capsule collection’ de muebles que ha diseñado para Fendi, expuesta en el Musée des Arts Décoratifs de Paris durante la quinta edición de la manifestación ‘Décors à vivre’.
Usted sostiene que su trabajo no solo revoluciona las casas, sino también la vida de las personas. ¿Nos lo explica?

Hasta hace diez años todavía existía una clientela con raíces profundas. Una gran cultura. También mucho dinero, claro, pero se trataba de old money. Incluso los no europeos que se dirigían a mí, desde los americanos hasta los brasileños, conocían nuestra historia. Hoy en día casi todo ha cambiado: chinos, rusos, taiwaneses, indonesios, ellos y otros, apenas saben qué es Paris, y cuando la visitan se creen que subir a la Tour Eiffel es la máxima expresión de una excursión cultural. Tengo que enseñarles todo.

¿Y por donde empieza?

Los llevo a los museos. Horas o semanas, depende de si tengo que colmar lagunas o tan solo abismos. Nunca hablo con ellos de precios, porque, naturalmente, la primera cosa que preguntan cuando ven una obra de arte que les gusta es: ¿Cuanto vale? De modo que luego los llevo por tiendas, trato de cambiar sus impresiones y su look. Les enseño a comer, lo cual incluye también saber estar y comportarse en la mesa. Pero la cosa más difícil es enseñarles a comprar en base al valor intrínseco del objeto, y no porque un cuadro, un bolso o un coche sean la cosa más cara. Cuando no estoy con ellos, me llaman todos los días. Quieren saber si han ordenado el vino justo, si la escuela que han elegido para sus hijos es ciertamente la mejor. Así que me convierto en su consejero, en su psicólogo.
Y de todos ellos, ¿quiénes son los más complicados?

Los rusos. Tienen miedo de que los timen y no están acostumbrados al dinero y a gastarlo. Un magnate para el cual estaba haciendo un trabajo muy comprometido me pidió la garantía de que habría realizado de verdad el trabajo y por el precio concordado. Me ofendí y, en consecuencia, lo eché. Los chinos, por otro lado, no tienen ni la menor idea de lo que es de verdad la calidad. Tengo una visión de China que se remonta a mi primera visita, en el lejano 1974. No había ni un solo coche en Beijing: todo estaba envuelto en un tono gris, en la antesala de la tristeza. Hombres y mujeres con uniforme en sus bicis. Tan solo había dos hoteles. Hay que entenderlos, han tenido que empezar desde cero. Hoy, por ejemplo, me piden que construya en China un castillo francés rodeado por un jardín inglés. Yo trato de explicarles que algo así no tiene ningún sentido, pero con ellos nada resulta sencillo . Pongamos nombres. Usted ha reformado varias casas para el Baron David de Rothschild y para el businessman americano y gran coleccionista de arte Henry Kravis.
¿Cómo resultaron esas experiencias?

Los Rothschild han pasado de una casa enorme a un pequeño piso en la Rue du Bac, en París. El desafío fue conseguir que cupiese su extraordinaria colección. Con un problema añadido: ninguna pieza tenía que estar expuesta en el salón. Todo tenía que estar repartido en los dormitorios y en las zonas más íntimas de la casa, lo cual suponía el mayor reto. Lo conseguí solamente después de haber entendido que tenía que pensar en su colección no como tal, sino como si tuviera que colocar una serie de objetos de familia. De esta forma, todo fue muy natural, nada chillón ni excesivamente expuesto, algo muy al estilo Rothschild. Para los Kravis he decorado seis casas, incluida la extraordinaria de Park Avenue, en New York. También ellos son grandes apasionados del arte y tienen una colección verdaderamente extraordinaria. Son muy exigentes, pero la verdad es que siempre se han fiado de mí. Las casas que he hecho para ellos son de una calidad altísima, llenas de fantasía y, al mismo tiempo, de una casi increíble sencillez. La verdad es que, al fin y al cabo, las cosas más sencillas son casi siempre las más difíciles.

Visto desde hoy, ¿qué ha cambiado más en las casas que ha recreado?

Hace veinte años reformé un piso maravilloso en Nueva York, que también contenía una de la mayores colecciones privadas de arte. Hoy lo estoy volviendo a reformar porque la colección se ha ampliado. La primera vez, los dueños querían una decoración estilo principios de siglo. Esta vez hemos elegido lo más actual, el 2014. Así que la decoración tiene que ser contemporánea, lo cual no significa –como muchos piensan– paredes blancas y suelos grises. Esto es crear la nada y tomar el pelo a la gente. Hay que rediseñarlo y repensarlo todo. Hasta las proporciones de las puertas han cambiado en los últimos veinte años. Y también las ventanas, los motivos de las alfombras, las cortinas… Todo tiene que ser armónico y dejar pasar la luz, lo que constituye una de mis obsesiones.
¿Cuál es la petición más extravagante a la que ha tenido que responder?

J.C. Un día un cliente entró en mi estudio de París para que decorara una casa muy grande. Me dijo que era una persona de gustos muy sencillos y quería que dominara el blanco. Nada de rojo ni de oro. Lo repitió tantas veces que empecé a sospechar, así que le hice un salón rojo y oro. Cuando lo vio, dijo: “Es precisamente lo que quería”. Hay que saber leer entre líneas, entender lo que las personas quieren decir. Es un puzzle que cada vez tengo que componer, y yo amo los puzzles. Justo ahora estoy haciendo uno de cocodrilo para mi nueva ‘Capsule Collection’ de Fendi. Háblenos algo de esta segunda aventura con la prestigiosa firma Fendi. F-J.C. Como ya ocurrió con la primera, también esta, que se presenta este enero, tiene una inspiración oriental. Pero las piezas serán todavía más lujosas, en edición limitada, y más caras que las de la primera ‘Capsule’. El lujo tiene que ser único, y si no lo es no puede definirse así. Lo mismo vale para los precios. Cuanto más se paga, más derecho se tiene a poseer algo excepcional.
¿Se ha inspirado usted en el archivo Fendi?

He ido a ver su atelier de pieles y me ha impresionado mucho. Pero lo que me ha dejado sin palabras ha sido su archivo fotográfico. No sabía que habían hecho el vestuario de aquella película obra maestra que es Confidencias (Gruppo di famiglia in un interno), de Luchino Visconti.
¿Qué opina de Karl Lagerfeld?

Lo considero el emperador de la comunicación. Pasemos de los interiores a los exteriores. Una reflexión sobre los arquitectos que están cambiando los skylines de las mayores ciudades del mundo… Empecemos por el hecho que las ciudades que no evolucionan se mueren. La demostración la dio el urbanista Barón Hausmann revolucionando París durante el Segundo Imperio. El problema es que hoy necesitamos grandes arquitectos más que nunca. Y los hay, pero por alguna razón, en vez de construir edificios y rascacielos en armonía con lo que los rodea, se han puesto a hacer grandes autorretratos. Con el agravante de que descuidan los interiores, olvidándose de que un edificio es siempre como el marco de un cuadro. Esto es un tsunami cultural. Ahora espero ver qué ha hecho Frank Ghery para la Fundación Louis Vuitton, en Bois de Boulogne, en París. Me han dicho que ha hecho un buen trabajo. Ya veremos.

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