Dice José Rodríguez Tarín que durante su carrera profesional no ha dejado de pisar alfombra. Primero, en la Casa Real, donde llegó con 18 años apenas, tras ingresar en la carrera militar, y se convirtió en camarero por aquello de que sus antecesores tenían que ver con la restauración, para ascender luego a jefe de comedor, sumiller y jefe de cava hasta hacerse cargo de los actos oficiales de la Casa Real.
Organizó cada cena de gala en Palacio y cada recepción en las embajadas de los países que el Rey Juan Carlos visitó en sus múltiples viajes, en los cuales Rodríguez Tarín estuvo siempre coordinando. “Su Majestad para mí ha sido todo, es como mi segundo padre; me ha enseñado todo lo que sé, todos los valores de disciplina y honradez que se pueden tener”.
Y sigue pisando alfombra ahora, como director general del emblemático hotel Wellington de Madrid, ubicado en el barrio de Salamanca, junto al parque de El Retiro, y que José Rodríguez Tarín se encontró, hace 16 años, con muchas calidades, con una gran tradición, “pero vacío de servicios”. Toda la evolución que ha experimentado el Wellington en este tiempo es obra de él, con el beneplácito, claro, de la fundación que lo regenta.
A la cafetería Llave de Oro y al Bar Inglés, que ya estaban, ha sumado los restaurantes Goizeko Wellington, Kabuki Wellington –con estrella Michelin incluida– y Las Raíces del Wellington –que se abastece en gran parte del huerto propio que acoge la azotea del hotel–. Además, con una fórmula, la de la externalización, por la que entonces ningún hotel apostaba. “No había restaurantes en los hoteles y lo hacían todo los hoteleros. De hecho, las bodas emigraron a las fincas. Ahora vuelven”.
Un spa con gimnasio y una acogedora zona de verano con piscina son otros de los servicios que implantó hasta convertir al hotel en lo que es hoy: cuando hacemos esta entrevista, durante la celebración de ARCO en Madrid, hay 479 personas alojadas, pero pasarán por él y sus restaurantes unas 700 cada día. Cada año, se hospedan unas 110.000.
Explica Rodríguez Tarín que no hay demasiada diferencia entre lo que hacía en el Palacio Real y lo que hace al frente del Wellington. De hecho, una vez en el hotel tuvo que ausentarse durante algún tiempo demandado por Zarzuela para organizar las tres bodas de los descendientes de Don Juan Carlos I. “Las bases son las mismas: mucha honradez, mucha disciplina y vivir constantemente para tu cliente”. Y la herramienta que utiliza para diferenciarse de cualquier otro hotel de alta gama es “la personalización absoluta del servicio”, dice, “llamando al cliente por su nombre, sabiendo de antemano lo que quiere porque nos hemos encargado de contactar antes para saber si le gustan las sábanas de hilo o algodón, si tiene alguna alergia o si querrá ir al teatro”.
Para hacerlo posible, el hotel cuenta con 211 empleados para 251 habitaciones. De los clientes habituales del hotel, probablemente la mitad del total, Rodríguez Tarín es capaz de reconocer al 80%, a muchos de ellos por su propio nombre; pero afirma que ciertos departamentos, como recepción o portería, pueden tratar por su nombre al 98%. La personalización extrema, el máximo lujo.