La contradicción entre los espacios abiertos y grandes volúmenes aéreos que, sin embargo, resultan acogedores y cálidos, dibuja la obra de Marcio Kogan (Sao Paulo, 1952). Arquitecto humilde y sonriente, visita España a menudo por sus proyectos con la constructora Caledonian, en los que deja su impronta brasileña sin renunciar al espíritu europeo. Ni tampoco a una intimidad espectacular.
“Yo poseo un ‘background’ cinematográfico. No sabia si sería arquitecto o cineasta, y de hecho tuve una carrera que fue más bien mal –dice Kogan entre risas–. Al final traje a la arquitectura mi experiencia audiovisual. Cuando desarrollo un proyecto, descubro y siento el espacio y la vida de una arquitectura dentro de un guión”.
Sentados en un sofá, en la nueva promoción de Caledonian cerca del Hipódromo de la Zarzuela de Madrid –que se anticipa a la proyectada en la calle Pradillo, la primera en núcleo urbano–, las confidencias surgen al hablar de su infancia. De la casa familiar que tuvo que abandonar cuando su padre falleció muy joven.
“Fue extremadamente traumático. Vivía en una casa increíble hecha por mi padre y un día todo se derrumba. Pienso que me influyó mucho. De adolescente, vi El silencio, de Ingmar Bergman. Ahí encontré reflejada mi infancia y tomé conciencia de la importancia del arte en la vida. La mía estaba llena de angustias y fantasmas. Y de repente la luz se hizo sobre todo eso”.
Generar bienestar y satisfacer. Es lo que Kogan busca en su trabajo. “Veo la arquitectura como una forma de agradar a las personas. No vivo en una casa diseñada por mí, es un apartamento corriente, pero para los demás necesito hacer cosas importantes. No estoy por encima de la obra”, explica Kogan frente a la figura del arquitecto estrella, mientras desde su estudio MK27 promueve una estructura horizontal en la que todos sus colaboradores firman los proyectos. “Estoy contra esos edificios sin personalidad que pueden colocarse en una u otra ciudad. Los que hacemos aquí tienen una gran calidad de vida, como nos transmite Madrid”.