Son muchas las voces que psicoanalizan a Hergé a través de la figura de Tintín, una proyección que el propio autor reconocería. Ven en este joven romántico de nobles principios y temperamento amable y naif al Georges Remi que se autoimpuso una moral estricta y una vida de monje dedicada al dibujo. Que, a diferencia de su personaje, nunca viajaría y tampoco se enfrentaría a las aventuras de las que el joven boy scout convertido en reportero saldría airoso una y otra vez.
Las interpretaciones del personaje son múltiples y de todo tipo. Ese es el precio del éxito. Hergé tuvo que defenderse en los últimos años de su vida –y de hecho modificó partes de sus álbumes, reconociendo errores–, de aquellos que veían en Tintín a un racista y un anticomunista primario por álbumes como Tintín en el país de los Soviets y Tintín en el Congo. Además, le persiguen las sospechas de homosexualidad no asumida por su amistad con Tchang en Tintín en el Tibet y por el hecho de que no se le conociese mujer. Y por su “bromance” con Haddock, por supuesto. Teorías. Aristas en un personaje de perfil amable y redondeado. De voluntad firme y generoso que quizás la exposición Hergé, en el Grand Palais de París (hasta el 15 de enero) ayude a asumir en su simplicidad.
El alias de un artista
El alias Hergé son las dos iniciales del historietista Georges Remi alteradas en el orden. Una manera quizás de reinventarse, escapar de la opresiva institución conservadora en la que creyó hasta bien entrada su juventud, aunque nunca participase en política. Tras la liberación de Bélgica, en 1944, fue investigado por colaboracionista, al haber participado con sus viñetas en Le Soir. La sombra de una duda de la que no podría escapar el resto de su vida.
Atendiendo a los precios que alcanzan sus planchas más raras, Tintín es una obra de arte. Hace dos años se adjudicaron en subasta varios originales por dos millones y medio de euros. Una barbaridad que pueda deberse más a la empatía emocional y el potencial coleccionable de Tintín. Sin embargo, está en la colección permanente del Museo Pompidou de París, cosa que Hergé no conseguiría alcanzar con sus pinturas abstractas, de cuestionable calidad.